Ante hechos insólitos e inesperados es bastante común echar la vista atrás, rebuscar en la historia, y curiosear sobre lo que hicieron los hombres y las mujeres que nos precedieron en circunstancias similares. En estas latitudes al menos, hemos estado más preocupados por los conflictos y las crisis económicas que por la posibilidad -inverosímil para la mayoría hasta hace unos meses- de que algo similar a una plaga bíblica o medieval como el SARS-CoV-2 o Covid-19 amenazase nuestra supervivencia.

Precisamente es en la biblia donde se hace referencia a los primeros aislamientos ante epidemias, pero sin duda las más famosas cuarentenas, o al menos las primeras que acuden a nuestra imaginación, son las de las epidemias de peste negra que asolaron la Europa medieval. Y es en una de ellas, en la epidemia de peste que asoló Florencia en 1348, donde la imaginación de, siete mujeres y tres hombres, que se refugian en las afueras de la ciudad en una cuarentena de dos semanas contando cada uno de ellos y ellas una historia durante diez de los días, de ahí el nombre de la inmortal obra; diez personajes contando historias durante diez días (déka/diez h?méra/día).

La primera crítica que leí del Decamerón, formaba parte de una Historia Universal de la Literatura publicada en 1978, del autor (que no citaré) lo primero que me quedó claro fue lo incómodo que le resultaba tener que hablar en la misma sección de Dante, Petrarca y Boccaccio, especialmente cuando juzgaba “merecidísima” la prohibición de la obra más importante de este último por los papas Pablo IV y Pío V. Al primero le consideraba casi el más puro de los poetas, al segundo un gran sabio, y al tercero un libertino con un puñetero e injustificable talento para la prosa que le convirtió tanto en uno de los padres del actual idioma italiano, como en uno de los precursores de lo que hoy conocemos como relato o novela. El nacionalcatolicismo seguía tan vivo en 1978, en plena transición, como para introducir esos juicios de valor en libros académicos que fueron utilizados en los coles españoles como poco hasta los noventa.

Los relatos en sí, no son más que ingeniosas críticas de las realidades, las miserias y las pasiones, y los abusos de poder y las desigualdades de la época a la que pertenecen. El amor, el azar y la propia agencia humana. Pero probablemente los contenidos del Decamerón tendrían hoy una denuncia de la asociación de abogados cristianos, y lo que es peor, es más que plausible que hubiera sido admitida a trámite y Giovanni Boccaccio estuviera buscando abogado para defenderse de haber presuntamente ofendido los sentimientos religiosos o de ridiculizar los dogmas de la fe católica. Supongo que muchos abogados (y votantes de VOX desgraciadamente) leyeron el mismo manual de historia de la literatura que yo en los ochenta…

Nuestra cuarentena ha durado cien días, si en ellos hubiéramos reunido diez jóvenes hombres y mujeres en una villa a las afueras de cualquiera de nuestras ciudades, -aunque lo más probable es que de forma natural hubiéramos obtenido un maratón comentado de una decena de series de Netflix-, e imaginamos que no hay internet y al igual que en 1348 conseguimos articular nuestro propio, en este caso, Hecatonmerón (hekatón / cien h?méra / día), haciendo contar a cada uno de nuestros personajes una historia cada día. Independientemente de nuestro ingenio para hacerlo con mayor o menor brillantez, y pluma o teclado más o menos incisivo ¿sabríamos desmontar los valores de una época moribunda como hizo Boccaccio con la suya? ¿nos queda imaginación para crear los personajes que sustituyan los cánones que nuestro tiempo nos impone?

Si la respuesta es afirmativa todavía hay esperanza, el relato y con él el futuro todavía lo podemos escribir nosotros.