Leopoldo López abandonó en los últimos días la residencia del embajador de España en Venezuela y ya está en Madrid. Tras protagonizar en 2014 un fallido levantamiento militar, fue condenado a catorce años de cárcel de los que cumplió tres y después le traspasaron a arresto domiciliario en 2019.
Su padre, Leopoldo López Gil, vino a España desde Venezuela en 2014 y en 2015, durante el mandato del entonces presidente Mariano Rajoy, se le concedió la nacionalidad española. Actualmente milita en el Partido Popular, que lo ha colocado muy bien en el Parlamento Europeo, donde ocupa el cargo de vicepresidente en la Comisión Parlamentaria Mixta UE-Chile, es miembro de la Subcomisión de Derechos Humanos y de la Delegación en la Asamblea Parlamentaria Eurolatinoamericana.
La disidencia venezolana ve recompensados sus servicios a las oligarquías extranjeras con puestos a medida, dinero en efectivo, residencias en barrio pijos y hasta la nacionalidad española si es necesario. Las ultraderechas se cuidan mutuamente.
La familia de Leopoldo López disfruta ahora de un exilio dorado, en el barrio de Salamanca, donde viven muchos de esos disidentes que han tenido que huir de Venezuela pero con las cuentas bancarias llenas y buenos contactos en Madrid.
Aún recuerdo cuando a Lilian Tintori, la esposa de Leopoldo López, le confiscaron las autoridades venezolanas doscientos millones de bolívares que llevaba en su coche. Aseguró entonces que el dinero que transportaba iba destinado a pagar gastos médicos de «mi abuelita que tiene cien años».
Corrupción, clasismo, desvergüenza y traición a la patria son las bases sobre las que se sustenta la oposición en Venezuela.
El autoproclamado Juan Guaidó ha dicho sobre la salida de Leopoldo López que «Maduro no controla nada». Dando a entender que él es responsable y cómplice de la fuga de su mentor. Guaidó ha dicho que López va a continuar su actividad subversiva «desde este nuevo espacio de acción».
Militante del PC de Galicia y de Esquerra Unida