El concepto intelectual requiere que nos detengamos brevemente para aclarar a qué nos estamos refiriendo. Generalmente [1] se ha establecido una diferenciación entre el intelectual y el que no lo es basada en la dirección en la que recae el mayor volumen de la actividad profesional [2]: si el esfuerzo recae mayormente en una actividad nervio-muscular o en una de tipo intelectual-cerebral. Para Antonio Gramsci, dado que en cualquier trabajo se requiere una mínima intervención intelectual, no se podría separar, como veremos, al trabajador manual del uomo sapiente (el sabio).
El pensador italiano consideraba que, en la vida moderna, dado que la educación técnica está íntimamente relacionada con el trabajo manual, los trabajadores industriales, aún los menos cualificados, debían formar parte del nuevo tipo de intelectual. Lo que buscaba Gramsci era que se forjaran intelectuales ligados a la vida práctica, al trabajo desde el punto de vista constructor, organizador y persuasor. Al especialista técnico debía añadírsele el político. El nuevo intelectual se definiría por sus conocimientos de los problemas de la producción, de la economía y de la técnica de su especialización laboral, junto a una concepción histórico-humanista de la realidad a transformar.
Este concepto orgánico del intelectual, ligado a la clase obrera y que trabajaba para la emancipación de la misma, tuvo un gran arraigo en la tradición comunista. Para alcanzar ese papel de intelectual orgánico, el intelectual comunista debía estimular la habilidad que se le presuponía al proletariado para totalizar el orden social. Así, la clase trabajadora sería capaz de entender y transformar sus propias condiciones, tomando conciencia de su situación de opresión y de sí misma [3].
Gramsci, de este modo, se enfrentaba a la concepción tradicional de intelectual, que vulgarmente designaría al literato, al filósofo o al artista. El intelectual orgánico es uno de los conceptos fundamentales de la obra de Gramsci. Este es el que “emerge sobre el terreno a exigencias de una función necesaria en el campo de la producción económica” [4]. El intelectual, por lo tanto, se definiría por la función y el lugar que ocupa en el conjunto de las relaciones sociales. Como hemos comentado más arriba, la distinción o la separación entre trabajadores manuales y trabajadores intelectuales no convencía a Gramsci, dado que incluso el trabajo más taylorizado requería un mínimo ejercicio intelectual, máxime cuando hablamos de trabajadores que realizan tareas de producción que necesitan una mayor cualificación.
Aunque bajo este prisma cualquier trabajador, en mayor o menor grado, dependiendo de la capacidad cerebral exigida en su función, podría ser considerado intelectual, no todos los trabajadores ejercen la función de intelectual según el pensador italiano.
Un intelectual unido orgánicamente a la clase trabajadora
Todo grupo social que surge sobre la base original de una función esencial en el mundo de la producción económica establece junto a él, orgánicamente, uno o más tipos intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de su propia función, no sólo en el campo económico sino también en el social y en el político. El empresario capitalista crea consigo al técnico de la industria, al docto en economía política, al organizador de una nueva cultura, de un nuevo derecho. Es preciso señalar que el empresario representa un producto social superior, caracterizado ya por cierta capacidad dirigente y técnica, es decir, intelectual [5].
Nos encontraríamos entonces con organizadores de la actividad económica de una determinada clase social a la que están ligados orgánicamente. Pero, además, aquellos que realmente ejercerían la función de intelectuales, según Gramsci, desarrollarían otro cometido de suma importancia para con su grupo social: crear la hegemonía cultural y política en la que se apoya la clase dominante a la que están ligados para ejercer esta su control sobre la sociedad civil en último término. Esto nos llevaría a la necesidad de crear dirigentes comunistas en la clase trabajadora.
El modo de ser del nuevo intelectual no puede consistir ya en la elocuencia como motor externo y momentáneo de afectos y pasiones sino en enlazarse activamente en la vida práctica como constructor, organizador y persuasor constante –pero no por orador- y, con todo, remontándose por encima del espíritu abstracto matemático. De la técnica-trabajo se llega a la técnica-ciencia y a la concepción humanística-histórica sin la cual se es especialista pero no se es dirigente (especialista + político) [6].
El intelectual que defiende Gramsci es un intelectual unido orgánicamente a la clase trabajadora y a su organización política. Consideraba que la clase obrera tenía que crear sus propios intelectuales/dirigentes que pudiesen contrarrestar la hegemonía cultural de la burguesía. Para ello, a este nuevo tipo de intelectual, además de ser conocedor de los problemas de la producción, de la técnica y de la economía, debía acompañarle una concepción histórico-humanística de la realidad para poder transformarla. El proletariado tenía que conseguir atraer a las demás clases explotadas a su causa, en especial al campesinado, para así lograr conformar un bloque histórico que consiguiera convertirse en hegemónico y dominante. Para ello, el papel de este nuevo tipo de intelectual era fundamental en la tesis de Gramsci.
NOTAS:
1. Para profundizar en el concepto e indagar cómo se producían los procesos de acercamiento de la intelectualidad a los partidos comunistas, la fragilidad de los mismos, y la trascendencia de este sector para la Internacional Comunista (IC), véase: Josep Pich Mitjana, David Martínez Fiol, Adreu Navarra Ordoño y Josep Puigsech Farrás (eds.), Viajeros en el país de los sóviets, Barcelona, Edicions Bellaterra, 2019; Michael David-Fox, Showcasing the Great Experiment. Cultural Diplomacy and Western Visitors to the Soviet Union, 1921-1941, New York, Oxford University Press, 2012; Katerina Clark, Moscow, the Fourth Rome: Stalinism, Cosmopolitanism, and the Evolution of Soviet Culture, 1931-1941, Cambridge, Harvard University Press, 2011; Ludmila Stern, Western intellectuals and the Soviet Union, 1920-1940: From Red Square to the Left Bank, London, Routledge, 2007; David Caute, The Fellow-Travellers: Intellectual Friends of Communism, New Haven, Yale University Press, 1988 y El comunismo y los intelectuales franceses: (1914-1966), Barcelona, Oikos-Tau, 1968; Paul Hollander, Political Pilgrims: Travels of Western Intellectuals to the Soviet Union, China and Cuba, 1928-1978, New York, Oxford University Press, 1981; Annie Kriegel, Los comunistas franceses, Madrid, Editorial Villalar, 1978; L. G. Churchward, La intelligentsia soviética. Ensayo sobre la estructura social y el papel de los intelectuales soviéticos en los años sesenta, Madrid, Revista de Occidente, 1976.
2. Antonio Gramsci, La formación de los intelectuales, México D. F, Editorial Grijalbo, 1967, p. 26.
3. Terry Eagleton, Ideología. Una introducción, Barcelona, Paidós, 1997, p. 129
4. Antonio Gramsci, La formación…, p. 22.
5. Antonio Gramsci, La formación…, p. 21.
6. Antonio Gramsci, La formación…, p. 27.
Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid