El bailaor totémico se llamaba simplemente Antonio. Si los grandes teóricos marxistas insistían en que las obras de arte progresistas debían ir acompañadas de un fuerte respaldo de contrastada calidad artística para tener la suficiente consideración, encontramos en Antonio Gades uno de los mejores exponentes de esta premisa. La vida de Antonio Gades (1936-2004) es una constante de esfuerzo, disciplina, éxitos y coherencia política. Quizá por ello, por su talento, por su genialidad, por sus obras inmortales, quienes censuran a los artistas por el compromiso político hubieron de rendirse ante sus pies tras el eco atronador de los aplausos del público en los más importantes teatros del mundo. Realizó una indiscutible aportación al mundo de la cultura, a la que contribuyó su ética, su insobornable dedicación obrera al baile y la insigne reivindicación de las danzas españolas, disciplina que llevó a las más altas esferas. Todo ello, en paralelo a su inquebrantable y férreo compromiso político.

Nació en el seno de una familia trabajadora, hijo de un albañil republicano de fuertes convicciones políticas que luchó en la defensa de Madrid contra el fascismo y una madre que trabajaba en el sector del calzado. Antonio vino al mundo en plena guerra civil un 14 de noviembre de 1936. Su padre no pudo estar presente en el alumbramiento porque se encontraba en el frente de combate. “Estoy orgulloso de mi padre que prefirió ir a defender a la República antes que verme nacer a mí”, manifestó en alguna ocasión el bailaor. Antonio Gades tomó conciencia del mundo dentro de una familia con fuertes convicciones políticas. Acabada la guerra civil, se trasladaron desde Elda hasta Madrid, donde vivieron en una portería los primeros años de la durísima posguerra y de la represión impuesta por la dictadura.

En sus entrevistas y declaraciones dejó entrever que fue un niño que se movía por la curiosidad y las ansias de aprender. Este hecho hizo que le gustara el colegio y se sintiera a gusto en el mismo, pero abandonó los estudios a los 11 años por las necesidades económicas de su familia y comenzó a trabajar en distintos oficios. Fue mozo en el diario ABC, repartidor de frutas, ayudante en un estudio de fotografía, y hasta ciclista, torero y boxeador. Aseguraba que tuvo tantos oficios porque fue despedido de todos ya que no soportaba las injusticias y se enfrentaba a sus jefes. En 1949, con 13 años, su madre lo matriculó en una academia de baile. El joven pagaba las clases con su propio sueldo. La danza estimuló su curiosidad y peregrinó por otras academias de su barrio hasta que la suerte quiso que fuera descubierto por Pilar López quien, sorprendida por la naturalidad y la pose del joven bailaor, lo incorporó pronto a su compañía. Cuando Pilar López comprobó el talento y las actitudes de su descubrimiento, le sugirió cambiar su nombre de pila por el de Gades, en honor a la antigua Cádiz fenicia. Así pasó Antonio Esteve Ródenas a forjar el nombre con el que se convertiría en una leyenda del baile internacional.

Otra faceta brillante de Gades fue su intelectualidad. Venía desde abajo y alcanzó la cima del pensamiento de cualquier filósofo. Él era un filósofo de la danza, la política y de la vida, como manifiestan sus declaraciones. Antonio Gades fue un hombre que se hizo a sí mismo. Un hombre que se procuró lecturas y conocimientos para saciar su enorme curiosidad: “Pepe Bergamín, Alberti, Caballero Bonald y el doctor Barros me enseñaron a leer. Miró, Tàpies, Brossa y Picasso me enseñaron a ver la pintura”, aseguró el bailaor. Reconocía que fue un joven sin apenas cultura que debió apañárselas para abrir los ojos.

Durante los años 60 se forja la leyenda. En 1961 abandonó la compañía de Pilar López y comenzó un fructuoso periplo que lo llevó a Italia y Francia, donde trabajó al lado de grandes nombres de la danza como Antón Dolin, Miskovitch, Rudolf Nuréyev o Carla Fracci. Antonio Gades acaparaba la atención de artistas, críticos y músicos de toda Europa por el estilo único de su danza y la capacidad para transmitir la pureza del baile español. Aprovechó estos viajes para tomar clases con algunos de los intérpretes más destacados, especialmente en París. En 1962 participó en el estreno del ‘Amor Brujo’ en el teatro de la Escala de Milán. En 1963 regresa a España y graba la película ‘Los Tarantos’ junto a la genial Carmen Amaya. Por esa época conoce a Vicente Escudero de quien se decía discípulo.

Su compromiso político no había dejado de crecer durante todos esos años en los que había viajado por el mundo entero, lo que le permitió comprobar de primera mano las injusticias sociales. Por esos años tomó contacto también con organizaciones políticas clandestinas que luchaban contra el régimen franquista, y en 1975 protagonizó uno de los episodios más abrumadores de coherencia política en la historia de la cultura española: abandonó el baile en protesta por los fusilamientos de los cuatro opositores vascos a la dictadura, sentencia firmada por Franco en sus últimos meses de vida. Gades consideró una frivolidad seguir bailando después de aquello. Disolvió la compañía y se retiró de la danza.

No volvería a los escenarios hasta años más tarde, cuando fue convencido en Cuba por Alicia Alonso de que su lucha, desde los escenarios, llegaría a más personas. A partir de ahí el genio no dejó de crecer. Fue Premio Nacional de Teatro a la mejor interpretación coreográfica de 1979, premio al mejor espectáculo de Buenos Aires en 1974, premio de la Sociedad General de Autores de 1982, y Premio Nacional de Bellas Artes de 1983. Ha recibido también la Medalla de Círculo de Bellas Artes de Madrid, el Premio Vicente Escudero de danza y coreografía, el Premio Carmen Amaya, el Premio Nacional de Teatro de 1970 al mejor ballet español, el Premio del Gran Teatro de La Habana (2 de enero de 1990), el Premio Luigi Tani (abril de 1990). En junio de 2004 fue condecorado en La Habana (Cuba) con la Orden José Martí, máxima distinción de Cuba para figuras del arte y la cultura, en presencia del presidente Fidel Castro y su hermano Raúl, ministro de las Fuerzas Armadas. Sus cenizas, por petición expresa del artista que, desde su lecho de muerte escribió una carta autógrafa a Raúl Castro, descansan en Cuba, al pie de la Sierra Maestra.