El nuevo presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, tiene que gobernar un país cuya credibilidad internacional ha sido dañada por los vaivenes de su política y la inestable gestión de Donald Trump. Estados Unidos adolece de serios problemas estructurales y está en un momento de grave crisis sanitaria, económica y política, con una sociedad muy polarizada. Biden enfrentará una férrea acción republicana para obstruir su gestión aunque no se alejará de la orientación neoliberal compartida por el bipartidismo.
Una lista abreviada de los desafíos que enfrenta la sociedad estadounidense, junto a la urgencia y gravedad del impacto de la pandemia, incluye las guerras sin fin que empantanan al país, la crisis económica, los enormes déficits fiscal y comercial, un grave deterioro de las infraestructuras, los persistentes odios y tensiones raciales, el viciado enfoque de la política inmigratoria, los peligros de la creciente desigualdad, el deterioro ambiental y la pérdida de legitimidad de las instituciones del sistema. También el alto grado de financiarización de esa sociedad, que no trabaja para la economía real y productiva, con las grandes burbujas financieras vinculadas a una enorme deuda pública a la espera de desatar un desastre mayúsculo con nefastas derivaciones sobre toda la sociedad, un sistema político electoral viciado y un bipartidismo cuajado de divisiones, alejado de los problemas reales de la gente y sobrepasado ante las fracturas de la sociedad
El vergonzoso episodio de la toma violenta del Capitolio por las hordas de simpatizantes fascistas de Trump ha puesto en evidencia las falsas ilusiones, las grietas del país y la gravedad de la crisis de legitimidad que desde hace decenios viene carcomiendo al sistema político estadounidense. La violencia política ha sido un rasgo entronizado en el quehacer de Estados Unidos desde sus orígenes, sin embargo en los últimos años se registra una renovada receptividad a la misma a la par con una erosión de la confianza en las instituciones y en los cauces supuestamente democráticos.
Tales hechos pueden ser meros precursores de acontecimientos de mayor gravedad, de un período violento y turbulento. Claramente el quiebre institucional que tiene lugar no se resuelve con la salida de Trump. Algunos analistas llegan a decir que el país no ha experimentado una crisis de esta intensidad y magnitud desde los años anteriores a la Guerra Civil de la segunda mitad del siglo XIX.
Muchos de esos problemas y tendencias se derivan o relacionan con el proceso de declinación que se manifiesta en la economía y en el predominio internacional de Estados Unidos, en buena medida derivado del impacto negativo acumulado por décadas de gigantescos gastos militares, de las guerras sin fin y la desmesurada expansión imperial, así como de los consiguientes desbalances y crecientes desigualdades generadas por la globalización neoliberal en el seno de esa sociedad.
¿Continuará el empoderamiento de la extrema derecha?
Trump ha tenido que renunciar a la presidencia pero el peso latente de los 74 millones de estadounidenses que votaron por él está ahí. Seguirán siendo una base política tremenda, con tendencias de rechazo a las élites de Washington y al status quo, desestabilizadora y potencialmente manipulable para proyectos políticos de derecha. Lo que ahora llamamos trumpismo permanecerá aunque la figura de Trump quede dañada o desacreditada.
Aparte de la no despreciable extensión y arraigo de los grupos violentos de derecha, la agenda xenófoba y de rechazo a las élites políticas y financieras que Trump ha explotado sigue siendo una vertiente extremadamente popular entre sus amplias bases de apoyo. Son muchos quienes le siguen, dentro y fuera de las instituciones. Se augura una inminente batalla sobre el futuro rumbo del Partido Republicano y hasta su eventual división, lo cual podría a mediano plazo generar secuelas y hasta poner en entredicho la continuidad del sistema bipartidista oligárquico.
Es indudable que Joseph Biden fue elegido en gran medida por el rechazo masivo hacia la figura de Donald Trump, debilitado además por la crisis económica y sanitaria. No se produjo la anunciada y esperada oleada azul pro demócrata. Se redujo la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes y el Senado, que por su naturaleza es eminentemente conservador, ha quedado dividido con 50 de cada partido. Tanto demócratas de derecha como republicanos liberales podrían unirse ocasionalmente al partido contrario en la votación de medidas ajenas a sus preferencias. Lo que hace más complicada la proyección del programa legislativo.
Biden es un consumado político de la élite oligárquica que accede a la presidencia dependiendo de los multimillonarios donantes para su campaña electoral de Silicon Valley y Wall Street. Gobernará con un Partido Demócrata dividido y en el que conciliar las diferencias con el ala progresista le plantea un desafío para evitar un descalabro en las elecciones parlamentarias de 2022.
Mantener la continuidad del capitalismo neoliberal y de la tasa de ganancia empresarial será una preocupación central de la política económica de la Administración Biden por la influencia del sector financiero, los gigantes de la tecnología, las transnacionales y el establishment demócrata.
En el plano interno, pese a los enormes niveles de endeudamiento y el aumento intocable del presupuesto militar, hay una marcada necesidad de mayor gasto federal en atención médica, ayuda para los desempleados y las empresas y apoyo para los gobiernos estatales y locales. Dado el nivel de desigualdad existente y el bajo dinamismo de la economía, Biden podría intentar suavizar las políticas de corte neoliberal mediante la manipulación monetaria, sin abandonar la orientación general neoliberal característica de los sectores que controlan el Partido Demócrata.
El gobierno de Biden podría ser un mero intervalo en la trayectoria del continuado ascenso y empoderamiento de las posiciones de extrema derecha en Estados Unidos.
En política exterior, seguramente habrá más espacio para el multilateralismo, la diplomacia y para cierto acomodo con sus aliados, al tiempo que dará continuidad a la pretensión de Estados Unidos de recuperar su primacia y dominación global mediante la amenaza y la fuerza.
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