El 14 de abril -como el 25 de abril antifascista en Italia y Portugal, como el 8 de marzo para las mujeres trabajadoras, como el 1º de mayo para la clase trabajadora del mundo- forma parte del patrimonio histórico y simbólico de la democracia española, se reconozca o no por los poderes públicos. Las conmemoraciones, como los símbolos y los ritos en general, forman parte en la conformación de una sociedad, en su relación con el pasado, en su identidad, en su proyecto de futuro. Es por ello que quienes sostenemos principios republicanos hemos reivindicado y reivindicamos el 14 de abril como momento no solo de memoria de la Segunda República, de reivindicación de las luchas por la democracia y de homenaje a quienes dedicaron su esfuerzo y sacrificaron su vida en esas luchas, sino también de reafirmación y de reflexión sobre nuestro proyecto social y político, sobre la alternativa republicana en España y en el mundo del siglo XXI.

En un libro reciente muy recomendable (Melancolía de la izquierda), el historiador Enzo Traverso reivindicaba la melancolía, no como mero ejercicio de nostalgia, limitado a la rememoración de algo pasado, sino como memoria y conciencia de las potenciales de las viejas batallas, como fidelidad a las promesas emancipatorias, a las luchas por la igualdad, la libertad y la justicia. En las tradiciones de lucha popular, del republicanismo al marxismo, tenemos un amplio ejemplo del recuerdo de los combates del pasado, de las batallas perdidas y de los compañeros y las compañeras que sufrieron la derrota, como elemento necesario en la afirmación de una lucha renovada, enraizada en la historia, en el ser humano que aspira a emanciparse. Es bien conocido el vibrante testimonio que nos dejó Rosa Luxemburgo, antes de ser salvajemente asesinada, sobre la fecundidad de las derrotas del pasado en el camino que conduce al socialismo (El orden reina en Berlín).

La memoria de la Segunda República Española ha quedado durante mucho tiempo sepultada y manipulada bajo la losa de la propaganda ejercida por la dictadura franquista y luego por la maquinaria mediática de la derecha española, que nunca ha sido capaz de romper del todo su cordón umbilical con el fascismo. El estallido de la guerra civil, debido al intento golpista de julio de 1936, ha favorecido una narración encadenada entre la República en paz y la guerra, una interesada confusión que ha sido amplificada por la publicística reaccionaria y conservadora para así ocultar los grandes progresos iniciados durante la primavera de la democracia en España.

Es cierto que no ha faltado tampoco una cierta mitificación de la Segunda República por parte de la izquierda, que ha tendido a olvidar o a pasar de puntillas sobre sus grandes problemas y sus límites, propios de un régimen democrático parlamentario en sus inicios, en una sociedad tan desigual, injusta y convulsa como eran las sociedades europeas de los años treinta. Con todo, frente a las ofensivas neofranquistas y revisionistas, conviene recordar una vez más que la República de 1931 constituyó la primera democracia española, con sufragio verdaderamente universal y elecciones limpias. Un enorme esfuerzo de inclusión que buscó la participación política, en igualdad de condiciones, de las mujeres, de la clase obrera, del campesinado. Una democracia protagonizada por la mayoría social, por unas clases populares que vieron a la República como el régimen del pueblo, por mineros, modistas, ferroviarios, cigarreras, jornaleros, mozos de almacén, dependientas de comercio, empleados, maestras y maestros…, que se movilizaron como nunca antes, que participaron en sindicatos y partidos, mítines y manifestaciones. La República, con las limitaciones que se quiera, contestó poniendo en marcha el mayor esfuerzo de modernización y reforma social que se había visto en la historia española, con los avances en la legislación laboral y la igualdad de la mujer, con la reforma agraria, con el reconocimiento a la pluralidad territorial, con la secularización y con el decidido impulso de la educación. La educación fue, como es sabido, uno de los grandes objetivos de los republicanos y de las fuerzas obreras, que vieron en ella un elemento decisivo para crear ciudadanía, para favorecer el desarrollo de personas conscientes y libres.

Proyecto de construcción democrática

Ese esfuerzo es el que recordamos y el que ponemos en valor en nuestro proyecto, en nuestra esperanza en un mundo mejor, en un país de ciudadanos y ciudadanas libres, iguales y fraternos. Un proyecto de construcción democrática, puesto que la democracia no es algo que adviene un día, la democracia es algo que se construye, que se defiende y se practica. Decía Marcelino Camacho que los derechos se consiguen ejerciéndose, que solo la acción de las masas puede imponerlos al ponerlos en práctica. Del mismo modo, la democracia solo será tal a través de la participación consciente y activa de la ciudadanía y, en primer lugar, como siempre, de las clases trabajadoras. Frente a la renovada amenaza de la reacción, del neoliberalismo, del neofranquismo, de los discursos del odio, la antipolítica y la xenofobia, es imprescindible un movimiento popular consciente y decidido.

Hoy, por ello, el compromiso republicano es el compromiso en la defensa de los principios democráticos, de la participación popular, de la justicia social y los servicios públicos, de la educación y la generación de ciudadanía consciente, de la defensa de las libertades y los derechos que se han conquistado con largas luchas. La crisis del coronavirus ha puesto sobre la mesa con crueldad y urgencia las preocupaciones y las necesidades siempre postergadas de la mayoría social, como la sanidad pública de calidad, el empleo digno y estable, la capacidad productiva, el desarrollo sostenible, la paz y la solidaridad. Para responder a estos retos es imprescindible un avance democrático que supere los límites de una democracia (moderadamente) representativa, limitada por el asfixiante poder de los lobbies económicos y mediáticos. El gobierno del pueblo exige la participación de todas y todos en los debates sobre cómo organizar nuestra sociedad, sobre cómo promover un mundo fundado en los principios de la paz y la solidaridad internacionalista, sobre la construcción democrática de una economía al servicio de la mayoría social. Una economía que permita responder a los retos del siglo XXI, que no deje a las sociedades al albur de las grandes corporaciones, de la especulación financiera, de estrechas elites alejadas del pueblo, de las catástrofes sanitarias y medioambientales.

Este 14 de abril muchas y muchos sentiremos también la añoranza de salir masivamente con nuestra bandera tricolor a llenar las calles, de confraternizar, de conmemorar en las plazas y los parques las luchas del pasado. Pero no nos quedemos en esa añoranza: que la melancolía nos ayude a imaginar el futuro.

Sección de Historia de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM)