Yo a sus órdenes siempre, don Ricardo, usted me manda lo que quiera que yo obedezco, para eso estamos. ¿Cómo dice?, bueno, verá usted, se lo voy a contar de pe a pa, vamos, le voy a decir cómo sucedió todo. Verá usted, ayer conocí a una chica, ¿comprende? Yo casi todas las noches conozco mujeres y no me interprete mal, jefe, que no voy de chuleta, pero ¿qué le vamos a hacer?, uno tiene su gancho con las gachises, ¿entiende?, y luego que las gachises, las muy jodidas, pues también son hombreriegas. Usted es un hombre de mundo, jefe, y seguro que se ha dado cuenta de que servidor en estas cosas no miente. Se lo juro por la salud de mi madre querida que yo esa noche estuve con una gachí que conocí en un antro que está por la calle Velarde, al ladito mismo de la Plaza del Dos de Mayo. Del nombre del antro no me acuerdo, pero no tiene importancia y no se impaciente que se lo cuento todo, con todos los detalles. Fui al sitio ése -que no me acuerdo ahora mismo del nombre, pero que está al ladito de la plaza, como ya le dije- a eso de las once de la noche y ella ya estaba allí. Mire, jefe, estaba sentadita en un rincón más sola que la una, pero todo alrededor relucía, no sé si usted me comprende, jefe, era como una luciérnaga. Tenía una luz que le salía de dentro y que iluminaba la silla y la mesa y yo nada más entrar me fijé en ella. Estuve un ratito dando vueltas, ¿entiende?, haciéndome ver, para que se diera cuenta de que yo me había fijado en ella. Luego me acerqué y le dije cualquier cosa, una tontería y ella se rió y yo me reí también y le dije que nos marchásemos a otro sitio que yo conozco donde se está tranquilo y no hay ruido y nadie molesta. Ella me dijo que bueno, jefe, se lo juro y se vino conmigo al “Swing”, de la calle San Vicente Ferrer. Allí estuvimos hasta pasar la madrugada, hasta las nueve o las nueve y media, en que nos fuimos.

Ya era de día, jefe, y todo el mundo estaba en la calle y ella y yo nos cogimos de la mano, jefe, se lo juro. ¿Eh, cómo dice, jefe?… ¿De qué estuvimos hablando?… Pues de… de todo, nos pasamos la noche hablando. Usted me tiene que creer, jefe. Toda la noche habla que te habla y sin ponerle la mano encima, ni besarla ni nada de nada. Era una gachí especial y le digo la verdad, jefe, don Ricardo, tiene una luz que le brilla dentro, ¿entiende?, la boca grande y los labios gordos sin ser bocona y la nariz también grande, como las que salen en los dibujos de los indios, y los ojos entre azules y grises y el pelo tirando a rubio o a castaño muy claro, casi rubio, pero sin tintárselo, todo natural. Y siempre se estaba riendo, jefe, siempre, y si no se reía, sonreía y la boca se le curvaba hacia arriba, hacia los pómulos. Pero se reía también con los ojos, jefe, que es lo difícil, ¿me entiende?, porque hay quien se ríe sólo con la boca o con el estómago, pero no con los ojos y ella se reía con todo, pero sobre todo con los ojos. Y cuando le dije que era muy guapa ella me contestó que no, que no era guapa, pero que gustaba a algunos hombres, que había un tipo de hombre que opinaba que ella era guapa, pero otros, no. Fíjese lo que decía, jefe.

Usted se preguntará que cómo era de cuerpo, ¿verdad? A lo mejor se figura que era fea de cuerpo, ¿no? Pues nasti de plasti, jefe, su cuerpo era grande, fuerte, de huesos grandes, pecho pequeño y pezones grandes, que se le notaban bajo la blusa, porque yo no la toqué, no le puse la mano encima. Llevaba un abrigo ligero y una de esas faldas negras que se pegan al cuerpo, a las piernas y a los muslos y calzaba botines. Decía que era una mujer antigua, jefe, que no tenía cintura, fíjese lo que decía, y yo le contestaba que sí que tenía cintura, pero ella insistía en que estaba un poco gorda y yo le contestaba que no me parecía gorda para nada. Me parece que ya se lo he contado, ¿no?, pero de todas formas se lo voy a decir otra vez, jefe, las piernas eran fuertes, de muslos anchos y bien formados, y las manos pequeñas, de dedos cortos y redondeados en la punta. Pero no era eso lo más importante, lo más importante es que siempre estaba riéndose y que tenía tanta luz dentro que iluminaba todo lo que tocaba. No sé si usted ha conocido alguna vez una mujer como ella, jefe, estar con ella era como estar con todas las mujeres al mismo tiempo o con una mujer que fuera niña y vieja a la vez.

No, no, espere un momento, jefe, yo estuve toda la noche con ella, hasta las nueve y media de la mañana, ya se lo he dicho y yo ya no puedo mentir, desde que la conocí no puedo mentir. Le conté a ella que yo era un pringao y a lo que me dedico, todo lo que era, todo lo que hacía y ella me contó también sus cosas. Por primera vez me di cuenta, jefe, de lo bonito que es hablar con alguien, con una persona que te escucha y que sonríe. Y se me fue quitando de la cabeza por lo que la había conocido y me fue entrando otra cosa por el pecho, ¿entiende, jefe?, me fue entrando como agua caliente que me fuera inundando todo y me fui quedando tranquilo y sereno. Lo único que le toqué fueron las manos, que se las acaricié, y ella hizo lo mismo, como si nos conociésemos de toda la vida, jefe, don Ricardo, se lo juro. Y al salir de ese bar a las nueve y media de la mañana nos fuimos a tomar chocolate con churros, pero ella pidió zumo de naranja y entonces fue cuando le bajé la mano por la espalda y le acaricié el culo un poco. ¿Y sabe lo que me dijo ella, jefe? Me dijo: debajo del abrigo, por favor, y yo metí la mano bajo el abrigo y le acaricié el culo un poquito, muy poco, jefe, casi nada, una pasada suave y ya está. Y luego la acompañé al taxi y nos despedimos con un beso pequeño y me agitó la mano detrás de la ventanilla, sonriéndome, jefe, y yo me quedé clavado en medio de la calle Fuencarral hecho un pasmarote, sintiendo que nada de lo que había allí existía, excepto ella, jefe.

Claro que me dio su teléfono, don Ricardo, claro que me lo dio, pero yo no le di el mío. Le dije que la iba a llamar y claro que la hubiese llamado si no me hubiesen despertado ustedes ahora. Y por eso le he contado que yo no pude ser el que sirló a ese nota en San Bernardo sobre la una de la madrugada, porque yo me tiré toda la noche con esa mujer… No, no, jefe, lo siento, no le voy a dar el teléfono, ni la dirección, ni el nombre ni nada. Si usted me cree, santas pascuas; si no me cree, me lleva al Juzgado y al talego, pero yo a ella no la mezclo con esta mierda, la mierda me la trago yo, espero lo que haga falta esperar y luego se lo cuento a ella. Ella tiene luz dentro, jefe, ¿se da cuenta?