Solo han pasado diez años entre la colocación de las tiendas de campaña en la Puerta del Sol en mayo de 2011 y el festejo del pasado fin de semana del fin del estado de alarma al grito de “libertad” en la misma plaza. En medio una derrota ideológica que venía de lejos y que, si añadimos la dimisión de Pablo Iglesias en lo simbólico, aventura un cambio de ciclo político para la izquierda.

España había experimentado un crecimiento artificial durante los años anteriores al 2008 que había generado una enorme burbuja inmobiliaria. La liberalización del suelo aprobada por el gobierno de Aznar y la facilidad de acceder a créditos bancarios provenientes del capital financiero extranjero fueron las bases para un proceso de especulación inmobiliaria y endeudamiento que multiplicó los efectos económicos y sociales de la crisis.

Los causantes de la crisis no solamente no pagaron por ella sino que la aprovecharon para profundizar en el proceso de acumulación del capital gracias a un formidable trasvase de dinero público a manos privadas. Se sacrificaron derechos laborales y servicios públicos en el altar del sacrosanto deber de pagar una deuda privada que habían convertido en pública.

Las consecuencias no tardaron en sufrirlas las mayorías sociales: paro, desahucios, exilio económico, exclusión social. Una generación de jóvenes comprobó que les habían mentido diciéndoles que si estudiaban vivirían mejor que sus padres. El conjunto de la sociedad pasó de una cierta sensación de oportunidades e invulnerabilidad, producida en el periodo de burbuja, a comprobar que la estructura económica del Estado español sólo puede generar paro y precariedad laboral. Los viejos consensos del Estado del bienestar se vinieron abajo, muchos de ellos derivados de la idea de nuestra integración en la UE que ahora era una horca que exigía recortes.

Comenzó lo que denominamos una crisis de régimen que en un primer momento fue una crisis de legitimidad al romperse los consensos sobre los que se construyó. Ese malestar derivado de las consecuencias directas de la crisis y la ruptura de consensos, de manera instintiva provocó el mayor ciclo de movilización social vivido en España desde la transición democrática, donde el 15M fue lo que mejor lo caracterizó.

Caracterización del 15M

El movimiento 15M fue, como casi todos los movimientos sociales de masas, tremendamente contradictorio tanto en su composición social como en sus objetivos y motivaciones. Fue un movimiento popular pero también con un fuerte componente de clase media. Impugnó al régimen y tenía importantes demandas de transformación social pero a la vez era mayoritariamente reformista y reactivo a una coyuntura de crisis. Por ello, no se trata de idealizarlo ni de menospreciarlo sino de analizarlo para aprender de sus errores y aciertos, los cuales vinieron determinados en buena parte por su composición social y por el momento concreto en el que se desarrolló.

El 15M nace fruto del brusco despertar de un bonito sueño en el que muchos creyeron que España era un país rico y próspero, inserto en una UE y en una economía global que nos proporcionaba dicha prosperidad. Nada más lejos de la realidad, España era y es un país ubicado en la periferia de la UE y su fuerte crecimiento no fue sino una burbuja que sólo podía explotar causando enorme sufrimiento.

Las crisis siempre las sufren en mayor medida las personas que tienen una posición más vulnerable en la estructura social. En el caso de España, los dos grandes colectivos más afectados fueron los trabajadores menos cualificados y la juventud. Los trabajadores menos cualificados porque su situación laboral suele ser más precaria y, por tanto, en una crisis suelen ser los primeros en ser despedidos y más en un mercado de trabajo tan flexible como el español. La juventud porque todavía no ha logrado una inserción laboral plena y es misión imposible conseguirla en un momento de destrucción de empleo cuando las empresas apenas contratan.

El 15M estuvo compuesto por ambos grupos sociales pero fundamentalmente por el segundo de ellos. Fueron los y las jóvenes los que de forma masiva se movilizaron en torno a la consigna “no es una crisis, es una estafa” que tan bien reflejaba su sensación de haber sido estafados por una sociedad que les prometió prosperidad si se formaban y ahora les decía que no tenían sitio para ellos por muchos títulos que tuvieran. Fueron decenas de miles los jóvenes cualificados que emigraron al extranjero en busca de trabajo, en un fenómeno que hacía más de 40 años que no se producía.

Este componente de joven cualificado es determinante para comprender el ciclo del 15M y sus demandas de más democracia y más Estado del Bienestar. También ayuda a entender por qué el 15M cuestionaba el régimen del 78 como responsable de su situación pero seguían confiando en un capitalismo para el que se habían preparado y formado, querían volver al sueño del que habían despertado. Otro slogan del movimiento que ayuda a comprender esto es “no somos antisistema, el sistema es antinosotros”. El 15M, por tanto, era la juventud aporreando la puerta del sistema que se les había cerrado.

El 15M abría un nuevo ciclo político en España pero su origen y composición todavía respondían a una estructura social de un Estado del Bienestar que poco a poco estaba dejando de existir y, en consecuencia, dicha estructura social se estaba transformando, pero ante todo sacó a muchas personas a la calle que después se distribuyeron en los múltiples movimientos sociales surgidos durante este ciclo de movilización.
Un ciclo de movilización que fue agotador pero a pesar de que se solapaban las convocatorias de esos nuevos movimientos sociales (mareas, stop desahucios, rodea el congreso…) estas seguían siendo mayoritarias. Pero, aun así, generalmente no lograba sus objetivos, aquel ciclo de movilización chocó con una mayoría absoluta del PP en el Congreso y comenzó a ser frustrante. Le falto dirección política y terminamos con las Marchas de la Dignidad en marzo de 2014, donde metimos un millón y medio de personas en Madrid pero al día siguiente nadie pensó en qué hacer.

La hipótesis Podemos

En ese momento surge Podemos con una hipótesis: el ciclo de movilización no es efectivo, debemos volcar esa fuerza en una opción electoral que alcance el gobierno para colmar las esperanzas no cumplidas del ciclo de movilización social a través de la acción gubernamental. Esto que podríamos denominar la “hipótesis podemos” ha sido en su primera parte posible. De hecho, hay que reconocer su virtuosismo no solo para leer el momento político sino sobre todo para llevarlo a cabo. Pero la segunda parte es un error de bulto.
El trasvase de la movilización a lo electoral fue fulminante. En el CIS de enero de 2015, Podemos se situaba el primero destacado en intención directa de voto (19,3%), superando con holgura al PP (12,9%) y al PSOE (12,4%). En esa encuesta, que encendió todas las alarmas del régimen, la suma en intención directa de voto de Podemos e IU (23%) estaba muy cerca de la suma de PP y PSOE (25%). Ello provocó que la crisis de régimen pasara de una fase de legitimidad a una de representatividad. Donde el bipartidismo como forma política en la que se sustentó la gobernabilidad del régimen del 78 se rompió.

Se logró el objetivo de la primera parte de la hipótesis, en primer lugar en los ayuntamientos del cambio en 2015 con gobiernos en minoría pero en solitario. Más tarde en coalición a nivel autonómico y finalmente en coalición en posición claramente minoritaria a nivel estatal. Parecía dar igual la condición, el objetivo era alcanzar el gobierno y sobre él, como si un bálsamo de fierabrás fuera, se depositaban todas las esperanzas incumplidas en el ciclo de movilización. El objetivo era volver al sueño del Estado del Bienestar. La herramienta: el gobierno. Nada más pareciera importar, la movilización social, la organización de la militancia, los métodos participativos, el PSOE como partido del régimen…todo era olvidado, relegado o sacrificado en pos de alcanzar la herramienta gobierno que nos haría volver al sueño del Estado del Bienestar.

Los debates volvieron a ser maniqueos, pasamos del “ahora o nunca” a “gobernar con el PSOE o gobernará la derecha”. Era evidente que el simple apoyo a la investidura también evitaba que gobernara la derecha como tantas veces hemos hecho en ayuntamientos y parlamentos autonómicos pero se presentó como una opción impensable pues entrar a gobernar y cumplir ese objetivo original de la hipótesis Podemos. Se dijo que el PSOE no era de fiar y si lo dejábamos solo en el gobierno incumpliría el acuerdo de investidura. Pero vamos para dos años gobernando con ellos y tampoco cumplen porque si tu pareja te era infiel quizás lo mejor no era casarte con ella sino replantearte la relación. Pero la fe ciega en el santo matrimonio del poder institucional nos llevó a pensar no solo que colmaríamos las esperanzas del ciclo de movilización por el simple hecho de sentarnos en el Consejo de Ministros sino también que haríamos al PSOE cumplir con su programa.

Y aquella ventana de oportunidad ha terminado dejándonos atrapados en el gobierno de coalición con el PSOE siendo la fuerza minoritaria, donde hay que reconocer los esfuerzos y avances gracias a la presencia de Unidas Podemos pero también separar la propaganda del grano y mirar por encima de nuestra frontera para ver que mecanismos como los ERTEs, que han sido positivos, se han aplicado en todos los países de Europa, gobernando la derecha e incluso la ultra como en Polonia y que son más mecanismos de consenso del capital europeo que improntas de nuestra pertenencia al gobierno. Pero es verdad, si no estuviéramos nosotros sería peor, tan verdad como que ese argumento es flojo para el que lo está pasando mal y hoy los que lo pasan mal son muchos más que hace dos años.

El error de la hipótesis Podemos

Para encarar el nuevo ciclo político que se abre es fundamental lograr unas mínimas conclusiones sobre qué hizo fallar la “hipótesis podemos”, sin revanchismo porque aquí todos en mayor o menor medida en algún momento confiaron o al menos se ilusionaron con esta hipótesis. Ahora que el ciclo cambia hay que debatir desde el compañerismo pero a tumba abierta. La inercia es lo que nos hizo a IU no saber interpretar los cambios y detectar nuestros errores cuando comenzó el ciclo del 15M y esa inercia es lo que debemos evitar ahora en Unidas Podemos.

La hipótesis Podemos falló en primer lugar porque suponía confiar generando demasiadas expectativas en la vía socialdemócrata, creer que era posible desde el consenso institucional lograr una vida digna para la mayoría social, cuando desde la crisis del 2008 pero sobre todo desde el derrumbe del bloque socialista era una vía muerta en Europa occidental y especialmente en nuestro país. Los poderes económicos ni están dispuestos ni tienen un contrapeso que les obligue a ello, además que la dinámica de acumulación capitalista hace imposible conceder derechos y mantener el nivel de beneficios. Por lo tanto, desde el simple consenso y acción institucional era y es imposible cubrir las esperanzas generadas.

Hacía y hace falta la construcción de poder popular y este es sin duda el segundo gran error, el abandono de la movilización social, algo que ocurre de una manera natural cuando tú transmites una ilusión electoral desmedida. La simple dinámica del mínimo esfuerzo vació las calles, pues frente a las fatigosas movilizaciones y el esfuerzo militante la vía electoral no exige más sacrificio que votar cada cuatro años. Y tras las calles se vaciaron las asambleas, las organizaciones de la izquierda perdieron tensión militante, se sustituyó la militancia y los debates por las redes sociales y los referéndums plebiscitarios. La potencia electoral de Podemos y la debilidad de los otros actores de la izquierda impuso este plan, podemizó a toda la izquierda demasiado acríticamente.

Y hoy, cuando el PSOE incumple lo pactado, nos encontramos indefensos, queremos echar mano a la presión social y no tenemos ni las herramientas con las que empezar a crearla. Y es que es importante ser consciente de la correlación de fuerzas a la hora de marcar tus objetivos pero también que nuestro objetivo no es gestionar correlaciones de fuerzas, es revertir esa correlación de fuerzas.

Es importante la valoración autocrítica de este último ciclo, desde la humildad del reconocimiento de que la posibilidad abierta por la crisis de régimen no hemos sabido aprovecharla para superarlo. Nadie tiene recetas mágicas pero las aplicadas no han sido efectivas porque, más allá del diagnóstico, lo cierto es que nos encontramos en la encrucijada de un gobierno en minoría, sin la capacidad de hacer cumplir el acuerdo programático porque las calles están vacías y sufriendo una crisis económica que acumula el descontento. La ausencia de un plan en nuestra acción de gobierno nos hace sufrir demasiadas contradicciones por el programa que incumple el PSOE y hasta por las medidas impopulares que simplemente anuncia.

Estar en el gobierno no impide organizar el conflicto y construir poder popular, tampoco potenciar la militancia, los debates y hacer organización, pero es innegable que es un peso muerto para ello. Las dinámicas institucionales y más si son gubernamentales son opuestas a ello, requieren un plan claro y una resistencia a sus fuerzas centrípetas que tienden a entender el gobierno y la institución como el centro de la política, a justificar lo existente, a temer la opinión de las bases y a sentir la movilización y el conflicto como un ataque, cuando en realidad es una fortaleza para la acción institucional, incluso gubernamental.

Una nueva crisis en una sociedad que ha cambiado

La crisis económica de 2008 irrumpió sobre una sociedad crédula con el capitalismo y confiada en un sistema que repartía prosperidad para una gran mayoría. Una sociedad con una ideología neoliberal e individualista que, sin embargo, se había socializado en un Estado del Bienestar que le hacía valorar la importancia de los servicios públicos.

Pero en 2020, cuando irrumpe la pandemia en nuestras vidas, la sociedad ya no es la misma. Son sólo 12 años, un periodo históricamente tan corto como intenso. Antes de la pandemia ya empezábamos a dejar de hablar de crisis para hablar de “poscrisis”, reflejando así que buena parte de la pobreza y precariedad actual ya no era coyuntural sino estructural. Una vez más, los poderes económicos habían aplicado con éxito la “doctrina del shock” y habían aprovechado la crisis para arrebatarnos conquistas históricas.

La sociedad de 2021, por tanto, ya poco se parece a la de 2008, donde habían despertado de un sueño y querían volver al sueño, ahora solo han vivido pesadillas, son tales las contradicciones del capitalismo que ya no solamente origina crisis cíclicas sino que solapa una nueva crisis con la anterior y eso va a tener su reflejo en las respuestas sociales. Lo tuvo ya de hecho en las movilizaciones por la libertada de Hasèl o en las vividas a finales de octubre al inicio del segundo estado de alarma, donde los jóvenes ya no se sientan en el suelo y levantan las manos.

Pero además de los cambios sociales fruto de la crisis económica que ha conllevado, la pandemia y las restricciones han provocado también cambios profundos en la cosmovisión y sentir de la gente que no alcanzamos a entender. Ayuso de una manera egoísta los supo interpretar en estas últimas elecciones madrileñas, definiendo la libertad como tomarte una caña y un bocata de calamares. Pero nosotras tenemos la tarea de hacerlo en clave solidaria porque cada vez son más los que no tienen ni para una caña y un bocata de calamares. Sin duda esta derrota más que electoral, ha sido ideológica.

En la izquierda debemos saber leer este momento político y cuando las contradicciones estallen no olvidar que en parte esta derrota comenzó con una falta de dirección política de aquel ciclo de movilización social. En el nuevo ciclo que se abrirá es necesario unificar las luchas, marcar programas mínimos comunes, estrategias y objetivos claros. Si en el ciclo anterior se cometió el error de pensar que se podía volver al sueño y se pecó de reformismo, en esta ocasión la rabia debe tener programa, organización y estrategia y no caer en el izquierdismo.

Este ciclo que se está cerrando deja una gran enseñanza: no hay más salida que la ruptura. No hay atajos indoloros para hacer realidad nuestros sueños. Es una verdad dura de reconocer para la izquierda, como para un creyente asumir la no existencia de dios. Pero no podemos permitirnos persistir en el error, son muchos años tropezando con la misma piedra del papel del Estado, nos hemos quedado demasiadas veces atrapados en la vía muerta de la socialdemocracia. No se trata de decir “ya os lo dije”, se trata de que no haya que decirlo nunca más y armemos el proceso constituyente y el poder popular que teorizamos al inicio de este ciclo, antes de deslumbrarnos por la hipótesis Podemos.

En este ciclo que se cierra se creyó estar en un constante momento histórico, se repitió demasiadas veces “ahora o nunca” y no fue “ahora” pero tampoco será “nunca”, porque la rueda de la historia sigue girando. No hay tiempo para lamentarse de las derrotas ni mucho menos para tirárnoslas a la cabeza, las contradicciones están ahí y no tardarán en eclosionar. Pero sin duda no lo harán como la última vez. Ya no se quiere volver a ningún sueño, porque no lo han vivido en el caso de la juventud o porque ya saben que es mentira. Se tiene miedo, frustración y rabia. Y o le ponemos programa, organización y estrategia a ese miedo, frustración y rabia o la ultraderecha lo aprovechará y se volverá contra nosotros.

Secretario Político del Partido Comunista de Aragón