Presentación del documento nº 40
Los dos primeros años posteriores al VI Congreso no resultaron fáciles para el PCE. Pese a que la Política de Reconciliación Nacional ya comenzaba a dar sus frutos, la movilización obrera y popular avanzaba con dificultades y la represión de la dictadura se mantenía incólume. La fortaleza del régimen y los resultados que comenzaban a dar sus medidas económicas primero estabilizadoras y luego liberalizadoras le otorgaban una capacidad de maniobra que la visión del partido, siempre voluntarista, distaba de reconocer.
Ni que decir tiene que el papel de España dentro del bloque occidental seguía siendo, para el franquismo, una importantísima garantía de supervivencia. En concreto, cabe destacar las repercusiones de la agudización temporal de la “guerra fría” en los años siguientes, dado que la política diseñada por el PCE cifraba la posibilidad de una salida no violenta al régimen e incluso de una vía pacífica al socialismo en el triunfo de la coexistencia, defendida por la URSS. Por si fuera poco, la decisiva ruptura del movimiento comunista internacional entre soviéticos y chinos comenzaba a dar sus primeros pasos. El PCE, desde el primer momento, apoyó de manera inequívoca la posición de la URSS, por razones diversas. La primera era el tradicional filo-sovietismo que impregnaba la cultura política de los comunistas españoles, que aseguraba por entonces su inequívoco alineamiento con las posiciones de la URSS en el campo internacional. Otra, la plena identificación con la línea reformadora de Kruschev que, pese a sus oscilaciones, representaba un marco imprescindible para la línea emprendida por el PCE que, por el contrario, quedaba en entredicho de aceptar las beligerantes tesis pro-chinas. Por cierto, todas estas oscilaciones fueron siempre apoyadas por el PCE, dejando a la vez claro que la continuidad de fondo de la PRN era indiscutible, tanto en momentos de mayor flexibilización como de mayor endurecimiento.
La Declaración del Comité Ejecutivo (el antiguo Buró Político así rebautizado) que aquí se reproduce, emitida pocos meses después del evento congresual, retoma la situación de ambos campos (internacional y la nacional), con el fin básico de relanzar la propuesta de unidad antifranquista que había venido elaborando y que el VI Congreso reafirmó.
En primer lugar, en él se analiza el contexto internacional en una doble dimensión. Por un lado, la continuidad de las provocaciones del imperialismo norteamericano (se citan, entre otras cosas, los vuelos de aviones norteamericanos sobre territorio la URSS). Por otro lado, lo que se describe como fortalecimiento del campo socialista y, además, como factor nuevo y fundamental, la amplia rebelión anticolonial, que venía a asestar un duro golpe al imperialismo occidental.
En segundo lugar y fundamentalmente, se entra en la situación nacional, analizada, como de costumbre, con considerable optimismo, sobre la base de la supuesta debilidad de Franco y “sus camarillas” y el empuje del movimiento popular. “Los signos precursores de la tormenta que se avecina –se asegura enfáticamente- van acumulándose”. El supuesto fracaso de la “estabilización” y sus secuelas sociales, y el descontento creciente de sectores diversos de la sociedad española marcaban, una vez más, la urgencia de la unidad antifranquista, según los análisis del PCE. Como signo y preludio de los tiempos que se avecinaban, las referencias a los católicos como potenciales aliados ocupan un papel fundamental, sin que falte alguna advertencia a las jerarquías eclesiásticas para que sean capaces de secundar y amparar las actitudes antifranquistas de una parte creciente de sus adeptos.
En la última parte del documento, se formulan los elementos clave que, aunque irán desarrollándose y explicitándose en los años sucesivos, perfilan ya la propuesta de método de sustitución del régimen: la preparación y ejecución de la Huelga Nacional Pacífica, acompañada de un amplio movimiento de masas; la creación, como su consecuencia, de un gobierno provisional que impusiera una política de libertades, amnistía, coexistencia pacífica en lo exterior y mejoras sociales para las clases populares; y la convocatoria de elecciones libres, con la apertura de un proceso constituyente que sentara las bases de un régimen democrático ampliamente aceptado por todos los grupos y sectores. Para lograr todo ello, se necesitaban acuerdos que aquí se propone que se lleven a cabo mediante una conferencia “de mesa redonda” entre las fuerzas opositoras.
La lentitud de los avances en los años 60 y 61 llegó incluso a suscitar algunas dudas o a provocar amenazas retóricas de romper con la política de oposición pacífica aprobada, que nunca llegaron a materializarse. La revitalización de las luchas sociales desde 1962 disipó de manera definitiva las vacilaciones al respecto.
Fundación de Investigaciones Marxistas