MAURICIO VALIENTE: La celebración del centenario del PCE, como cualquier efeméride, es una oportunidad para profundizar en el conocimiento de su desarrollo histórico, entablar iniciativas editoriales y divulgar los principales hitos de su trayectoria. ¿Cómo habéis abordado el Grupo de Historia de la Fundación de Investigaciones Marxistas esta conmemoración?
FRANCISCO ERICE:
Nos la planteamos, efectivamente, como una ocasión para seguir profundizando en la historia del comunismo español, de acuerdo con nuestros métodos de funcionamiento habituales: el trabajo colectivo y abierto a otros colegas y colaboradores (solemos alardear de nuestro espíritu “frentepopulista”) y la huida de cualquier esquema hagiográfico estéril y desfasado, desde la defensa de una Historia que sea a la vez rigurosa, crítica y comprometida con la transformación social.

M.V.: Tienes una prolongada trayectoria académica vinculada a la Historia contemporánea con todo lo que conlleva: la necesidad de consolidar una plaza como profesor, las tareas inherentes a la docencia, el desarrollo de tus investigaciones y publicaciones. ¿Nos podrías describir cómo se han desarrollado y cuáles han sido los momentos más importantes que han condicionado tu carrera?
F.E.:
Creo que carece de interés hablar de mi trayectoria personal; en todo caso, como decía Josep Fontana, los historiadores tenemos bibliografía más que biografía (aunque él si tenía realmente una biografía de lucha y compromiso importante). Mi carrera académica ha sido poco accidentada, sobre todo porque se inició en momentos en que el acceso al profesorado universitario y la estabilización laboral eran menos difíciles que ahora. Además de los cambios de estatus profesional, lo que ha ido evolucionando son las preferencias temáticas en mis investigaciones: de un enfoque social clásico y centrado en la historia regional y el siglo XIX, a una dedicación primordial, aunque no exclusiva, a la historia del comunismo y el antifranquismo, además de un interés creciente por los problemas de la historiografía, en concreto la historiografía marxista. Estoy orgulloso de haber contribuido modestamente a la formación de algunos jóvenes y brillantes investigadores (sobre todo dirigiendo sus tesis doctorales) y particularmente a la creación y desarrollo del Grupo de Historia de la FIM, donde me siento -tengo que confesarlo- mucho más cómodo que en los ambientes propios del gremio universitario al que pertenezco.

M.V.: Considero que el compromiso militante, con todo lo que conlleva, no es fácil de compaginar con la labor de un historiador. La lucha política necesita de certezas y convicciones que a menudo en el movimiento comunista han derivado en posiciones dogmáticas. Ante estas dificultades la tentación de desvincularse de cualquier encasillamiento es una tendencia muy poderosa. ¿Cómo fue tu acercamiento al PCE y cómo has compaginado el compromiso con el rigor crítico que requiere toda labor académica y de investigación
F.E.:?
Nunca he encontrado contradicciones de fondo entre investigación y compromiso militante, aunque es cierto que puede haber problemas. Desde los 18 o los 19 años me considero comunista, pero en mi época de estudiante milité en grupos izquierdistas de tipo consejista o asambleario, y luego fui muy crítico con el PCE durante la Transición. Posteriormente fui evolucionando, pero sin renegar (nunca lo he hecho) de algunas de mis viejas convicciones juveniles. En 1990, cuando parecía que se iba a hundir cualquier perspectiva emancipadora, consideré que había llegado el momento de dar un paso adelante y asumir un compromiso mayor: pedí el ingreso en el PCE y comencé a la vez a trabajar en IU. Afortunadamente, en el PCE que yo conocí jamás tuve problemas de censura o control ideológico. Alguien puede pensar que ello se debe a que el partido ya no tiene la capacidad de incidencia -incluso de control- del viejo PCE, pero creo que, ante todo, ha habido un evidente aprendizaje. La encomiable labor de la FIM desde sus orígenes lo demuestra bien a las claras. Los comunistas hemos renunciado a pensar que poseemos una verdad absoluta y codificada. Si la historia nos da una segunda oportunidad de impulsar un amplio proceso de transformación social, debemos ser autocríticos y estar abiertos a otras ideas, aunque desde nuestra propia identidad y partiendo de nuestra rica tradición teórica constantemente puesta al día.

M.V.: ¿Puedes relatarnos cómo se crea el Grupo de Historia de la FIM?
F.E.:
El Grupo de Historia de la FIM se constituyó en realidad como un subgrupo de trabajo de “Historia del PCE”, y su primera actividad importante fue organizar en Oviedo el I Congreso de Historia del PCE en el año 2004. Era entonces Director de la FIM el inolvidable Javier Navascués y llevaba la responsabilidad de los temas de Historia Juan Trías, otro tipo estupendo. En el “Grupo de Historia del PCE” empezamos a trabajar algunos veteranos (como José G. Alén o yo mismo) junto con otros más jóvenes (como Manuel Bueno, Pepe Hinojosa, Santi Vega, Sergio Gálvez, Julián Sanz, Claudia Cabrero, Giaime Pala, Xavi Domènech, Irene Abad, David Ginard, Juan Andrade y otros). Nuestro entusiasmo y la dinámica de funcionamiento colectivo, basada en la deliberada ausencia de cualquier sectarismo y sentido de jerarquía y, a la vez, en una gran afecto y amistad entre nosotros, hizo que el grupo terminara asumiendo de facto las funciones de la “Sección de Historia” en sentido más amplio; fue una especie de “golpe de estado” incruento que Juan Trías -que ya había hecho en la etapa anterior un excelente trabajo- asumió y al que se incorporó, con su característica bonhomía, su fina sensibilidad y su total ausencia de afán de protagonismo. Luego el grupo ha ido creciendo, siempre con ese espíritu antidogmático y “frentepopulista”, y a la vez -o eso pretendemos- ampliamente solidario con el trabajo de la FIM en su conjunto. Empezamos a publicar un “Boletín” al que siguió la revista “Nuestra Historia”, que, modestamente, consideramos un éxito como instrumento para seguir aglutinando a historiadores marxistas o de izquierdas y continuar actuando como plataforma de una Historia crítica. Tampoco debemos olvidar el trabajo de la fundación hermana de la FIM en Cataluña, la ACIM, y de su máximo responsable, Mariano Aragón. Por desgracia, aún no hemos conseguido comprometer a muchas compañeras (estamos en ello) y debemos seguir incorporando a nuevos colaboradores del ámbito de la Universidad, el profesorado de Enseñanza Media y el campo de los archivos. Creo que hemos logrado desarrollar hasta un sano sentido de identidad como grupo, y ya ha surgido incluso la idea de centralizar nuestros documentos y textos de trabajo en una especie de pequeño archivo de la Sección, que recuerde y dé cuenta de nuestros dos décadas de actividad…y las que nos quedan (les quedan a los jóvenes) por recorrer.

Grupo de historia de la FIM

M.V.: Desde la fundación del PCE ha habido importantes historiadores que han dejado su impronta en la visión del desarrollo del movimiento obrero en la Península Ibérica. Estoy pensando en Manuel Núñez de Arenas, uno de los más destacados dirigentes del PCOE, o en Manuel Tuñón de Lara que de alguna manera se consideró a sí mismo como continuador de su obra. Por otra parte la dirección del PCE emprendió varias iniciativas para escribir una historia oficial, con las características que tiene una empresa de este tipo. ¿Consideras que puede hablarse de una continuidad en la atención historiográfica al PCE o hay momentos de ruptura claramente identificados?
F.E.:
Hay, en efecto, una tradición de marxismo historiográfico en la estela del PCE, que influyó (la figura de Tuñón es clave) en las nuevas generaciones de historiadores marxistas o progresistas del final del Franquismo y la Transición. Pero no se centraba específicamente ni de manera prioritaria en la historia del comunismo. Esta seguía prácticamente en manos de historiadores-policías franquistas (como Comín Colomer o Ruiz Ayúcar), autores de procedencia trotskista o “poumista” bastante tendenciosos (como Víctor Alba) y alguna incursión peculiar incatalogable como la de Gregorio Morán en 1986, cuyo libro “Miseria y grandeza del PCE (1939-1985)” ofrecía una versión personalista y sectaria, aunque documentada y hábilmente construida, en la que a la “grandeza” reconocida de la militancia de base se contraponía la supuesta “miseria” del resto… y del conjunto. El PCE, como otros partidos comunistas, publicó su historia “oficial” en 1960. Esa “Historia del Partido Comunista de España (versión abreviada)” está, como ya señalara Tuñón de Lara, plagada de inexactitudes y es de escaso valor; sus propios autores, empezando por Dolores y siguiendo por Sandoval o Irene Falcón (que la definió gráficamente como “pelín sectaria”) mostraron su insatisfacción. El PCE publicó otros materiales sobre la guerra de valor histórico indudable, sobre todo como fuentes. Pero la gran renovación ha llegado, desde los años 90, de la mano de la profesionalización y la modernización metodológica propiciadas por su asentamiento académico. Si bien este proceso ha tenido diversos focos, a esos avances nos preciamos de haber contribuido desde la FIM primero con los debates organizados por Juan Trías, que marcaban claramente la superación de la “historia oficial”, y después con los dos congresos de historia del PCE (2004 y 2007), los coloquios o la labor divulgativa realizada por la revista “Nuestra Historia”, ya bajo el impulso de la Sección de Historia.

M.V.: Quizás el enfoque más llamativo de la atención a la historia del PCE es el que ofrecieron los historiadores del franquismo cuando utilizaron los materiales incautados en su acción represiva para componer su relato. Sorprende la continuidad de sus argumentos centrales con los que utiliza el actual anticomunismo de las fuerzas de la derecha en España. ¿Por qué crees que tienen tanta persistencia esas lecturas de nuestro pasado?
F.E.:
Desde luego, puede parecer sorprendente, pero no es un fenómeno exclusivo de España. El llamado “revisionismo” pretende, en todas partes, socavar la legitimidad de la herencia antifascista, demonizándola como mero instrumento de un comunismo a su vez reducido a caricatura, entendido como una pura esencia estaliniana y criminal. Todo ello porque choca con los valores individualistas y destructivos del vínculo social solidario propios del neoliberalismo. La delirante resolución del Parlamento Europeo identificando fascismo y comunismo y atribuyendo la Segunda Guerra mundial al pacto germano-soviético, texto que ningún escolar que pretenda aprobar una asignatura de Historia Contemporánea podría defender, muestra claramente esta reescritura del pasado en clave anticomunista. Deberíamos tomar nota de que la derecha reaccionaria no ha dado precisamente por caducado lo que sigue viendo como su principal peligro. En España estas actitudes están alimentadas por los residuos franquista-tradicionalistas, y conectan por ejemplo con el “revival” neo-imperial que recupera muchos de los rasgos de las viejas teorías de la Hispanidad y el nacional-catolicismo. Lo más preocupante es, quizás, que a la acción de divulgadores del estilo de Pío Moa, se va sumando el trabajo de algunos historiadores profesionales más o menos vinculados a los “think tanks” de la nueva derecha y que, en contra de las conclusiones más solventes de la historiografía española de nuestra contemporaneidad, recuperan de tapadillo algunos de los viejos mitos reaccionarios y anti-republicanos.

M.V.: En estos momentos se está debatiendo la ley de memoria democrática y en uno de sus apartados se aborda la necesidad de introducir en el contenido de la enseñanza oficial un abordaje adecuado de lo que supuso el golpe de estado y la dictadura en nuestro país. ¿Cómo consideras que debería llevarse a la práctica este necesario cambio?
F.E.:
Creo que son muy relevantes las reformas de la enseñanza en el sentido al que te refieres. Me parece importante recuperar una política conmemorativa, museística y divulgativa en general de carácter antifascista y democrático. Creo, a la vez -y no quiero que sea malinterpretado-, que debemos ser muy cautelosos con la excesiva judicialización de los “negacionismos” (como ya se ha discutido en Francia) o de las “apologías del franquismo” y, sobre todo, huir como de la peste de la apariencia de que estamos intentando crear una nueva “Historia oficial” o un nuevo pensamiento “políticamente correcto”. La batalla por la verdad histórica y la memoria democrática hay que darla en el debate público; la hegemonía del pensamiento democrático y de la izquierda no puede ser fruto de una mera acción legal más o menos circunstancial y siempre reversible. La ley sólo tiene que restablecer un marco de reparación y eliminar las condiciones ventajosas e ilícitas en que la memoria de la derecha se ha ido reproduciendo en este país. Por eso plataformas como la revista “Nuestra Historia”, que se ocupa de la historia, pero habla también de la memoria, me parecen tan importantes.

M.V.: ¿Cómo definirías el estado de la cuestión en el estudio del comunismo en España y cuáles son los ámbitos que a tu juicio requerirían de una mayor atención en los próximos años?
F.E.:
Creo que el estado de los estudios sobre comunismo en España es relativamente satisfactorio. No estamos, por ejemplo, a la altura de Francia o algunos otros países, pero hemos avanzado mucho, y la Historia del comunismo español resiste bien la comparación, en cuanto a su desarrollo científico y a su rigor, con la de otros movimientos o ideologías políticas de nuestro país. El balance y la propuesta de nuevas vías y profundizaciones que va a suponer la aparición en breve del libro colectivo impulsado por la FIM (en dos volúmenes) “Un siglo de comunismo en España” da cumplida cuenta de lo hecho y lo que queda por hacer. ¿Temas para desarrollar y profundizar en los próximos años? Creo que hay muchos y, por señalar algunos, podríamos citar el análisis de los distintos colectivos militantes (mujeres, jóvenes, “fuerzas de la cultura”, campesinos, etc.) y de las diversas culturas y prácticas que configuran la pluralidad del comunismo español; el estudio de la influencia de las ideas marxistas y comunistas (no sólo la más explícita, sino también la más difusa); la proyección cultural del comunismo español; el papel de las organizaciones del exilio y la emigración; las variantes regionales y locales, aún por analizar en su gran mayoría; la política internacional del PCE, más allá de las relaciones con la URSS, etc. Es importante abordar los viejos y nuevos temas incorporando de manera sensata las aportaciones teóricas y metodológicas novedosas de la Historia social y cultural, así como desarrollar estudios con una perspectiva comparativa amplia.

M.V.: Desde el grupo de historia de la FIM habéis prestado mucha atención a las investigaciones sobre el comunismo en América Latina. Esta referencia me sirve para hacerte una última pregunta sobre tu valoración de los estudios sobre esta materia en todo el mundo y las posibilidades de intercambio científico de las conclusiones alcanzadas en los diferentes ámbitos geográficos.
F.E.:
Los estudios sobre el comunismo cuentan hoy con instrumentos muy potentes (plataformas, grupos de trabajo, revistas, publicaciones) que han permitido superar los enfoques de la historiografía “de guerra fría”. Una parte sustancial, aunque no única, la aportan las fundaciones o colectivos vinculadas a partidos comunistas y organizaciones de izquierda, plenamente orientadas ya hacia una visión crítica e historiográficamente profesionalizada de la investigación. Se mantiene, en otro sentido, la línea de trabajo inspirada en las visiones esencialistas y criminalizadoras que aparecen, por ejemplo, en el “Libro negro del comunismo”, revitalizadas por un cierto regreso de las tesis del “totalitarismo” y el anticomunismo “revisionista”. Estos planteamientos reaccionarios actualmente son minoritarios en España, pero pueden revitalizarse, y sobre todo prosperan en países como los del antiguo bloque del Este, en plena reescritura de su historia en clave anticomunista. La conexión con América Latina es muy relevante por varias razones: en primer lugar, por las posibilidades particulares de análisis comparativo que nos ofrece; en segundo lugar, por la existencia de activos grupos de trabajo y numerosos investigadores en los diversos países, con las consiguientes oportunidades de intercambio. Tampoco debemos olvidar que la historia del comunismo constituye un campo especialmente fértil para, sin pretender forzar las interpretaciones ni manipular el pasado, plantear problemas cruciales relacionados con la transformación social que nos afectan a todos, comunistas o no. Como siempre, la Historia, si es seria y rigurosa, constituye una herramienta útil y necesaria para reflexionar a la vez sobre el presente y el futuro; en definitiva, para nutrir, como un ingrediente más, la construcción de un nuevo proyecto político que defienda un “contrato social” renovado para una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales.

Responsable de la Comisión Preparatoria del Centenario del PCE