Apenas 24 horas han transcurrido entre el reconocimiento ruso de las repúblicas de Donestk y Lugansk y el inicio de operaciones militares rusa en Ucrania, una decisión que coloca nuevamente a Europa en el indeseable terreno de la destrucción organizada. Los argumentos utilizados por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, para justificar el ataque son los mismos que utilizó la OTAN para atacar Yugoslavia: impedir el genocidio contra la población de ascendencia cultural rusa que habita al este del río Dnieper.
Según una reciente encuesta, los españoles consideran a Rusia como la principal amenaza para la seguridad de España. Supongo que esta opinión es fruto de las reiteradas informaciones propagandísticas que la inmensa mayoría de los medios de comunicación –en manos casi siempre de intereses no vinculados a los trabajadores-, han estado difundiendo durante los últimos quinquenios y de forma especial en los últimos meses. Sin embargo, no les falta razón.
Estamos ante un conflicto que puede tener consecuencias apocalípticas. Para entenderlo, debemos dejar a un lado las proclamas propagandísticas tan al uso de guerras pasadas Si dejamos la propaganda a un lado y nos centramos en los argumentos, entenderemos por qué la mayoría de la población española tiene miedo. Tiene razones de peso para ello.
Los argumentos son muy sencillos. De hecho, se reducen a uno: la fuerza. El tira y afloja sobre la neutralidad de Ucrania y la aplicación de los acuerdos de Minsk ha desembocado en el reconocimiento por parte de Rusia de las Repúblicas de Donestk y Lugansk como países independientes y la entrada del ejército ruso en estos territorios. En el discurso de reconocimiento, Putin ha venido a decir que Rusia se considera libre de las ataduras del pasado. O sea, lo mismo que hizo la OTAN en Yugoslavia. Recordemos.
Las armas nucleares sostienen el pulso
En román paladino, Putin viene a decir que el ataque a cualquier territorio que considere una amenaza está en la agenda. Y esos territorios son los limítrofes (Estonia, Lituania, Letonia, Ucrania), pero también otros que albergan bases de la OTAN como sería el caso de Polonia, Rumanía o España. Más allá de lo mal o fatal que nos caiga Putin, la realidad demostrable es que la OTAN lleva años acercando sus arsenales a la frontera rusa. Y Rusia, la dirija quien la dirija, tiene argumentos de peso para intentar frenar esa política. Esos argumentos pueden parecernos muy primarios, pero son devastadores. Se llaman armas nucleares.
Desde la disolución de la Unión Soviética, la OTAN ha ido avanzando hacia la frontera de Rusia en lo militar y ha intentado aislarla en lo económico. Ahora, el traje no admite más kilos. Las costuras se han roto en Ucrania. Que se arpen por cualquier otro sitio de la frontera de Rusia con los países bálticos, Polonia u otros es cuestión de tiempo y suerte. Y que en esas guerras se usen armas nucleares, lo mismo.
Más allá de Ucrania
En su discurso en la Duma, Putin se ha remontado en el imaginario a la Rusia Zarista, a la Rusia anterior a la Primera Guerra Mundial. Recordemos que aquella Rusia que militaba en el frente de las “democracias” junto con Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, extendía sus fronteras hasta Alemania, incluyendo bajo el democrático manto del Zar a Finlandia, las provincias bálticas, Polonia, Rumanía y, por supuesto, la actual Ucrania. Fue la revolución bolchevique la que abrió las puertas de la independencia de estos países vía derecho de autodeterminación defendido por los comunistas.
El mensaje de Putin es claro. Está preparando a los rusos para justificar que la guerra, caso de desatarse, no se limite a Ucrania. A partir de ahí, la posibilidad de que entren en juego los argumentos nucleares es para echarse a temblar. Después, de nada servirán ni razones ni propaganda. A fin de cuentas, Putin se comporta como corresponde al presidente de un país capitalista que tiene un arsenal nuclear y que defiende sus intereses. Ya se deshizo de la obligación que había suscrito la URSS de, en caso de conflicto, no ser la primera en usar armas nucleares. ¿Por qué iba a ser menos que Estados Unidos o Gran Bretaña?
Europa ha tenido en su mano la oportunidad de crear un marco de relaciones con Rusia no solo pacíficas sino también muy beneficiosas. En los últimos años hemos podido ver el acoso económico de Estados Unidos contra Rusia, a costa de Europa. El gaseoducto Nord Stream 2 ha sido el más notorio ya que ha incluido sanciones contra las empresas europeas participantes. Desgraciadamente, el casco militar parece haber secado la sesera de la mayoría de los dirigentes europeos que se han dejado convertir en una frontera caliente contra Rusia, algo que únicamente beneficia a Estados Unidos. Solo hace falta mirar un globo terráqueo para verlo. La condescendencia con el imperio por parte de Alemania y Francia retrotrae no tanto a la paz de Brest-Litovsk como al Tratado de Munich. Nada bueno ni para los rusos, ni para los ucranianos ni para los europeos.
Somos un objetivo militar
A los españoles nos preocupa Rusia. Tenemos razones para ello. Formamos parte de la OTAN y, aunque en referéndum dijimos que no queríamos estar en la estructura militar de la organización ni tener bases militares estadounidenses en nuestro país, la realidad es que tenemos lo uno y lo otro y, por tanto, somos objetivo militar en el caso de una guerra en Europa. Iraq, Yugoslavia, Afganistán, Siria o Libia no tenían capacidad militar para responder. La propaganda podía servir. Rusia tiene capacidad para hacer desaparecer Europa y el mundo, al igual que Estados Unido y China, y no es previsible que se deje arrinconar sin usarla. En este escenario, la propaganda no sirve.
La guerra iniciada por Rusia hace muy difícil establecer un marco de garantías válido para Europa y Rusia. Lo que hubiese sido elemental hace unos días hoy se torna casi imposible. El problema es que la única alternativa a ese marco es la destrucción de Europa o décadas de una nueva guerra fría peor que la anterior, en el menos malo de los escenarios.