En la semana de la sorpresa mayor en la historia del Partido Popular, cuando la aparente calma de la mentira nacional estalla como entre los vecinos en aquellas recordadas corralas, he decidido leer de nuevo el Tartufo de Moliere (*). Un clásico que perdura, ahora con un mediocre imitador temporero. Después de tantos años soportando sus estúpidas mojigangas patrioteras sin ton ni son, a no ser por ambición y mala uva. Ridículo imitador de mi admirado Tartufo y de su padre creador. Cómo se palpa que no has leído la comedia de Moliere, ”Tartufo o el impostor”, estrenada en París el 5 de febrero de 1669 en el Teatro del Palais-Royal.
A trancas y barrancas te acercas al precipicio de tu caída, donde tus propios acólitos van firmando tu sentencia. Y llega la despedida con gesto de señor entristecido que saca pecho de bondad escrita en papel mojado, con un solitario hablar que los mismos que te han traicionado y condenado aplauden con mal fingimiento de dolor sainetero. Y hasta algunos te consideran desde las gradas un hombre de Estado hablando a la nación. ¡Cuánta bajura de categoría para llegar a darle ese calificativo de honor a semejante mediocre que no más ayer insultaba sin ton ni son como en una pelea de gallos!
Vivir para ver cuando más necesita el país una derecha culta y de altura que sepa tocar el piano de la democracia. Una derecha todavía heredera de Fraga y Aznar que con sus alborotos solo beneficia al ala más conservadora que pisa las calles y el Parlamento ganando espacio. ¿Qué se oculta tras el telón de esta tragicomedia que manejan Ayuso y su maestro de esgrima publicitaria? Es cuestión de paciencia, posiblemente no mucha, para que se descubra lo que hay detrás de sus personajes de todo por la patria, los de salvar a España de las garras del comunismo, que se descorra el telón de la comedia y se aclare el misterio de tan súbita condena. Siento la soledad de tu derrota. Tiene que ser duro. Tan duro como tus constantes insultos y falsedades.
A este personaje, capaz de lograr en un trimestre licenciarse en Derecho, le recomiendo ”Los intereses creados”. Aprendería mucho si en su soledad leyera a Jacinto Benavente.
(*) Tartufo o El Impostor. Molière. Traducción de Carlos R. Dampierre. Alianza Editorial.
Escritor y crítico literario