En la pensión, todo el mundo había terminado de comer y se habían ido a sus cuartos a descansar, menos Ugarte que le decía a Morán que era un golfo porque le gustaban los niños y éste decía que no, que los niños le recordaban perritos pequeños y otros animalillos, como escarabajos y ratones. A Ugarte, todo lo que fuera pequeño y se moviera le hacía pensar en niños y no le gustaban, decía. A él le gustaba otra cosa.

– ¿Entonces, te gustan las madres, Morán? ?le preguntó Ugarte?. Veo cómo les miras el culo.

– Cerdo -le respondió Morán-. Yo no hago eso.

– Pues a mí sí que me gustan esos culos -añadió Ugarte y los ojos se le encendieron-. Esos culos bien gordos que se mueven debajo de las faldas. ¿Me entiendes, Morán? ¿Sabes lo que te digo?

Morán refunfuñó. Solía permanecer algún tiempo sin contestar, en silencio, al contrario de Ugarte, que cuando empezaba a hablar de esas cosas, no podía parar.

– Mirar a las madres es una asquerosidad -dijo Morán-. No quiero hablar de esas guarrerías.

– ¿No? ¿Entonces a qué vas al parque, Morán? ¿A tomar el fresco?
-Cállate.

– Vas a mirarle el culo a las tías o, sino, a mirar a los niños. Tú dime a qué vas tanto al parque.

– Voy a descansar… A… a tomar el fresco, sí.

– Vas a mirarle el culo a las madres, el culo y los muslos cuando se sientan en los bancos, no digas que no, Morán.

– He dicho que voy a tomar el fresco, a pasear. A eso voy.

Ugarte tenía aún sobre la mesa su botella de vino, atada con una servilleta, para que todo el mundo en la pensión supiera que era su botella. La cogió, la destapó y se enjuagó la boca con vino.

– Cuando llevan pantalones, también están muy bien -manifestó Ugarte-. Se les nota más la raja del culo, bien apretada, bien gorda. ¿No te gusta verlas, Morán?

Ugarte disfrutaba con todo eso, se le notaba. Morán se encogió de hombros y bostezó. Ugarte prosiguió:

– ¿No te gustan? Mira, piensa en eso… Un culo bien grande, blanco, con los pelos asomándose. Pelos muy negros.

– No me gustan los pelos, es una guarrería.

– Es lo que yo decía, tú vas al parque a toquetear a los niños y a mirarlos, si lo sabré yo.

– No, de eso nada…, los niños me gustan, sí, pero no como tú piensas, que eres un asqueroso. Juego con ellos, es verdad, y…

– Y les das caramelos, te he visto.

– ¿Y qué tiene eso de malo?

– Las madres son mejores y no sabes lo que te pierdes, te lo digo yo, te estás perdiendo lo bueno. ¿Les das muchos caramelos? ¡Je, je, je!

– ¡Cállate de una vez! -gritó Morán, y se arrepintió al momento. En la pensión era mejor no gritar a la hora de la siesta, le podían llamar la atención y él era oficial de juzgado-. Me has hecho gritar -dijo.

– Sí, sí…, lo que tú digas, pero el año pasado se lo vi todo a una -sonrió y movió la cabeza, asintiendo?-. No llevaba bragas, te lo juro, y se agachó para limpiar a su niño que se había caído. No veas que conejo tenía, Morán, y yo estaba enfrente, haciendo como que leía el periódico. Y no se depilaba, la muy guarra.

Ugarte volvió a reírse por lo bajo y continuó:

– Claro, pero a ti eso no te gusta, a ti solo te gusta estar con las niñas ?se encogió de hombros?. Las niñas no tienen pelos.

– ¿Qué sabrás tú? Las niñas son… son puras ?meditó unos instantes?. Tienen la carnecita blanca y suave, tú nunca entenderías eso, Ugarte.

– Porque nunca has… -Ugarte hizo un gesto con la cabeza y movió las manos-, mejor que el parque es ir a las piscinas, ahora en verano, Morán. Se espatarran para tomar el sol, las tías, y llevan el culo al aire y se quitan los sujetadores. Y las niñitas se bañan desnudas.

– ¿Desnudas? Eso es mentira.

– Lo que yo te diga. Se bañan en pelota.

Morán enrojeció y observó la ventana, cerrada con cortinas para que no entrara la calima.

– Mentira -repitió.

Ugarte se encogió de hombros.

– Como quieras.

– Eso es mentira -le faltaba el aire.

– Pero a ti eso no te va, como me has dicho antes. A ti lo que te va es levantarles las faldas a las niñitas y meterles el dedo, ¿a que sí?

– ¡No vuelvas a decir eso!

– Vente a la piscina y te hinchas de ver, te lo juro. Yo te presto un bañador.

– Eres un cerdo, Ugarte.

– Bueno, tú haz lo que quieras, vete al parque a tomar el fresco, yo me voy para la piscina… ¿Tú qué vas a hacer?

– Voy a echarme la siesta y…

Ugarte se levantó, volvió a bostezar y se marchó y Morán se quedó frente a la ventana temblando de indignación. A él le gustaban las niñas, sí, pero eran pensamientos puros, aunque le recordaban pequeños escarabajos, perrillos e insectos de ojos asustados y piel suave. Él no pensaba en esas guarrerías. Él tenía pensamientos puros y no tenía por qué creer a ese degenerado de Ugarte, que le había engañado, seguro, con eso de que las niñitas se bañaban desnudas en las piscinas.