Ser mujer es algo muy difícil. A la dura y en ocasiones triste existencia del ser humano hay que añadir una losa más sobre nosotras, la carga de los cuidados, las jornadas inacabables de trabajos reproductivos y la imposición que el patriarcado y el sistema capitalista acomete en nuestras vidas.
La precariedad es inherente a la existencia de las mujeres.
Muchas veces se nos acusa de precavidas, de ser demasiado conservadoras en ciertos aspectos, como conducir, o tener cierta previsión de futuro. La realidad es que a nosotras también nos gusta soñar, la rebeldía es un acto al que también aspiramos y en muchísimas ocasiones lo hemos demostrado, no solo en las protestas de los 8 de marzo. Pero sí es cierto que tenemos los pies continuamente en la tierra – quizá es que no se nos permite otra cosa- y la condición de soldado es la que más nos encajaría, siempre dispuestas a ponernos en pie, siempre preparadas para sufrir, siempre queriendo avanzar.
No nos resistimos a esta vida de mierda, pero tenemos el suficiente aguante como para resistir a esta vida de mierda.
Es por eso que quiero hacer una pequeña reflexión a todos aquellos que critican la reforma laboral, la subida del salario mínimo. Evidentemente hay que seguir luchando, seguir exigiendo y seguir soñando, pero también hay que ser pragmáticos, y saber en el país que vivimos y en el punto en el que estamos. Quizá por ser mujer (aunque no creo que esto tenga mucho interés o defina enteramente mi vida) veo claramente la ventaja de estos cambios, de estas reformas. Cualquier mejora en los bajos salarios, en la precariedad laboral, nos es favorable. Sobre todo, cuando en este país tiene una gran temporalidad y bajos sueldos, y muchos de ellos se concentran en las mujeres, que nos llevamos como siempre la peor parte.
Como dice el refrán, Roma no se hizo en un día. Lo mismo sucede con un país socialmente más justo y libre. Hay que seguir peleando, porque lo nuestro es una batalla de fondo.