Un análisis en profundidad del conflicto armado que se está desarrollando entre Rusia y Ucrania, tiene que situarse en el marco de la reconfiguración del Orden Internacional surgido tras el final de la Guerra Fría, situando en primer lugar cómo tras la explosión de la URSS y la autodisolución del Pacto de Varsovia y del Comecon, los EEUU y la UE trataron de implantar lo que vinieron a denominar Nuevo Orden Mundial Liberal, en lo que consideraban que era “el fin de la historia y la muerte de las ideologías”.
Un orden que venía a definir una distribución territorial del Planeta en función de una centralidad en el eje Atlántico Norte (EEUU, Canadá y la Unión Europea), y una periferia, en la que América Latina se entregaba a las políticas ultraliberales, mientras que China y el resto de Asia eran concebidas como la gran fábrica del mundo a bajo coste, proveedora de mano de obra barata y con un gran mercado de más de dos mil millones de personas, así como el continente africano era el depositario de recursos naturales que extraer para sostener la maquinaria productiva de Occidente.
Mientras tanto en Europa, en contra de lo acordado como base para la reunificación de Alemania, se diseña un mapa sociopolítico en el que la UE, en la perspectiva de una plena integración en este Orden Mundial Liberal, entierra cualquier elemento de soberanía popular, traspasando el poder a instituciones que -como el Banco Central Europeo- no tienen ningún control público, al tiempo que se supedita en lo económico a los intereses del capital internacional, mediante los TLC. En ese sentido, los avances para construir una Seguridad Continental Compartida explicitados en los 10 puntos de la declaración de Helsinki de 1975 y la Carta de París de 1990, fueron dinamitados en la primera cumbre de la OTAN celebrada en Roma en 1991, la cual se atribuía el control de la seguridad de forma unilateral y comenzaba su ampliación hasta llegar a la misma frontera de Rusia.
En este objetivo de implantar un Orden Internacional Unipolar de características liberales, se sitúan las actuaciones que han llevado a cabo los EEUU y la UE, desde la disolución de la URSS, interviniendo donde consideraban conveniente a sus intereses: voladura de Yugoslavia, Kosovo, Siria, Palestina, Sáhara, Afganistán, Iraq, Libia, Chad y un largo etcétera.
Sin embargo, quienes se creían con plena capacidad para imponer su voluntad en todo el planeta se encuentran con la resistencia popular que se plantea en los Foros Sociales Mundiales activando la lucha antiglobalización neoliberal, al tiempo que se produce la negativa de determinados Estados a dar por bueno un Orden Internacional a la medida del Eje Atlántico Norte: ni Fidel Castro asume el papel de Gorbachov, ni sigue los consejos de Felipe González, ni Putin culmina la obra de Yeltsin, ni los dirigentes del PC de China repiten el proceso de autodisolución del PCUS. Y en América Latina, donde no solo resisten Venezuela y Cuba, avanzan gobiernos progresistas a pesar de los golpes militares e institucionales.
De esta manera, al no conseguir el imperialismo su objetivo de controlar la economía mundial, no es posible asegurar el mantenimiento de las altas tasas de beneficio a las grandes empresas, y aparecen todos los problemas de un sistema capitalista que no es capaz de resolver sus propias contradicciones.
El último eslabón de esta cadena de fracasos del eje Atlántico Norte lo tenemos en la gestión sanitaria y económica de la pandemia, cuando se mostró al mundo la debilidad del sector público, en su mayoría privatizado; el primer mundo fue incapaz de proteger a su propia población y de dar una respuesta económica a los efectos de la paralización productiva.
Esta incapacidad del capitalismo para imponer su modelo en todo el planeta Tierra, conduce al eje Atlántico Norte a una situación de pérdida de iniciativa en el concierto internacional frente a los países emergentes y de forma especial China. El propio presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, reconoce en la directiva de Seguridad Nacional de EEUU, publicada en marzo de 2021, que están perdiendo la batalla, haciendo un llamamiento para fortalecer su país en todos los sentidos, incluido el militar, para hacer frente al avance de China.
Estrategia de confrontación para un orden mundial unipolar
Esta estrategia de confrontación se pone en marcha en diversas actuaciones que responden a una planificación global, aunque se apliquen de forma diferente según la región de las que se trate:
1.- Aumentar la presión sobre la frontera europea de Rusia llevando a la OTAN hasta la misma frontera rusa e incrementar la presión sobre los gobiernos europeos, y sobre todo de la UE, para que disminuyan al mínimo cualquier relación política, comercial, tecnológica con China y Rusia, a las que se imponen sanciones como un mecanismo de dificultar un normal desenvolvimiento de la cooperación económica.
2.- Aumento de la injerencia de EEUU en América Latina para tratar de eliminar a los gobiernos que plantean el desarrollo de una integración de la región desde una perspectiva que asegure una soberanía económica, energética, y política que permita unas relaciones internacionales independientes y entierre definitivamente la doctrina Monroe.
3.- Aumento de la presión sobre una República Popular de China que rehúye cualquier esquema de Guerra Fría y que, por tanto, no pretende la configuración de un bloque de influencia cerrado, trabajando por ampliar sus relaciones con todos los Estados del mundo.
En este contexto es fundamental entender, para acercarnos al conflicto bélico ruso-ucraniano, que para los EEUU la confrontación con China y Rusia forma parte de una misma estrategia de reactivación del escenario de Guerra Fría, pero se van a producir unas diferencias importantes sobre la respuesta que China y Rusia están dando a estas provocaciones, en la medida que estos Estados coinciden en no asumir un papel dependiente de los EEUU en el concierto internacional, pero sus realidades nacionales, sus principios ideológicos y económicos son diferentes.
Las diferencias principales las podemos ver cuando comprobamos cómo en China nos encontramos con un PCCh plenamente consolidado en el Poder, sustentado en espectaculares éxitos económicos, sociales y políticas de lo que han venido a denominar como “socialismo con características chinas” que han llevado a su Secretario General y Presidente de la R. P. de China, Xi Jinping, a ser reconocido como el líder con más apoyo social y popular en China desde Mao.
China renuncia a entrar en espirales de provocación militarista y de confrontación directa con sus vecinos, de manera que cuando se tratan de activar conflictos territoriales, desde la propia Republica Popular de China se responde poniendo en marcha acuerdos económicos, financieros y comerciales claramente ventajosos para todos los Estados de la región.
En Rusia la cosas son diferentes, en la medida que nos encontramos con un presidente Putin que no cuenta con un Partido sólido con capacidad para sostenerse en el Poder de manera indefinida, y que está teniendo serios problemas políticos y económicos para legitimar su gobierno hacia el interior del pueblo ruso; además la gestión de la pandemia ha sido desastrosa. Desde esta perspectiva, al presidente Putin le puede venir bien en clave interna incentivar periódicamente tensiones externas que le permitan mantener su popularidad, al tiempo que le justifiquen aumentar su control sobre una oposición cada vez más fuerte, sin olvidar que en una parte no pequeña del Pueblo Ruso existe cierta nostalgia nacionalista por los tiempos de la Guerra Fría en los que la URSS era una gran potencia mundial.
En consecuencia, se debe situar la valoración del régimen hoy imperante en Rusia como de un capitalismo nacionalista, gobernado por Putin, representante de un capital surgido de las privatizaciones salvajes que marcaron el desmantelamiento de la URSS y con un tejido productivo muy débil, dependiente de los ingresos de las reservas de las importantes bolsas de recursos naturales que producen carburantes fósiles con poca capacidad para sostener un sistema económico acorde con las demandas sociales, sin olvidar la descapitalización que produce la ingente fuga de capitales rusos a paraísos fiscales o lugares de blanqueo de dinero, entre los que se encuentra España.
El resultado es que Rusia ha realizado una acción militar en Ucrania que China no ha respaldado, absteniéndose en Naciones Unidas, y jugando un papel activo en la defensa de una salida negociada del conflicto bélico, denunciando, eso sí, la agresividad de los EEUU en su política militar.
Construir un Orden Mundial Multipolar
En esta perspectiva, la situación de guerra que se está viviendo en Ucrania nos obliga a quienes defendemos la necesidad de construir un Orden Mundial Multipolar con base en los principios fundacionales de las NNUU, a tomar posición frente a cualquier acción, ya sea política o militar, que pueda abrir el camino a una situación internacional de Guerra Fría con imprevisibles consecuencias, y por ello defender una solución negociada del conflicto.
Desde esta posición es necesario denunciar, por un lado, la ruptura por parte de los EEUU y la UE de los acuerdos internacionales que mantenía la neutralidad de Ucrania, como base de garantías recíprocas para la seguridad en la frontera europea de Rusia; y, por el otro, criticar que la respuesta de Rusia a esta provocación sea activar un conflicto bélico, proporcionando a la OTAN una gran oportunidad para desarrollar una ofensiva mediática que le permita desarrollar su reactivación con el menor costo social. Frente a esto, defendemos una activa implicación de la comunidad internacional para presionar a todas las partes en favor de forzar una salida negociada del conflicto desde una legitimación de las NNUU.
En consecuencia, consideramos que España debe abandonar un papel de sumisión a la OTAN y manifestamos nuestra oposición a la decisión de Pedro Sánchez de enviar armas ofensivas a Ucrania, así como nos opondremos a cualquier crédito o gasto que directamente o indirectamente sirva para alentar el conflicto bélico. Nos reiteramos en la posición de petición de alto el fuego, y reanudar la negociación suspendiendo todo tipo de sanciones.
Al mismo tiempo, la gravedad que alcanza este conflicto armado nos reitera en nuestra posición de exigencia de disolución de alianzas militares, empezando por la OTAN.
En conclusión, hay que ser conscientes que vivimos en Europa del Este, en Ucrania, una situación de guerra. Una guerra que urge detener y que nunca debió comenzar; que tiene repercusiones en todo el mundo y aprovechan para una nueva campaña anticomunista. Tenemos que defender una salida negociada que frene la Guerra y abra camino a un Sistema Europeo de Seguridad Compartida, en línea con lo ideado en el marco de la actual OSCE (anterior CSCE), que ponga fin de manera definitiva a las dinámicas de la Guerra Fría y asegure, desde la búsqueda de equilibrios de intereses, acuerdos y consensos, una paz perdurable entre los pueblos desde el reconocimiento del principio de indivisibilidad de la seguridad, tal y como está incluido en el preámbulo del Acta Final de Helsinki de 1975; la Carta de París para una Nueva Europa de 1990; el Acta Fundacional de Relaciones Mutuas, Cooperación y Seguridad entre la OTAN y la Federación Rusa de 1997; la Carta para la Seguridad Europea adoptada por la OSCE en Estambul en 1999; y el preámbulo del Tratado de Nuevo Comienzo de 2011; además del Protocolo de Minsk de 2014 firmado entre Rusia, Ucrania y las Republicas Populares de Donetsk y Lugansk.
Presidente del PCE