Soy ateo, pero eso no implica que no haya llegado a ser partícipe, y siga siéndolo, de celebraciones propias de las religiones. He felicitado el Ramadán, las Fiestas Navideñas y cómo no, he ido a bodas, bautizos y comuniones celebradas en Iglesias.

Y es que debo reconocer que me encantan. ¿A quién no? ¿Quién no se estremeció al ver arder Notre-Dame de París? ¿Quién no disfrutó con la lectura de Los pilares de la Tierra? Y, sobre todo, ¿qué persona que participe en política, en alguna de sus múltiples formas, no tiene cierto regusto por la ekklesía (de donde deriva el término «iglesia»), que no era sino la principal asamblea de la democracia ateniense en la Grecia clásica, instaurada por Solón allá por el 594 a.C. con carácter popular?

Además, no podemos obviar la importancia de las religiones en el desarrollo de nuestra historia, como tampoco que hoy, al igual que la ekklesía, la religión también tiene carácter popular y en ella participan miles de personas en nuestras ciudades, lo que implica una voluntad de comprenderlas; eso sí, sin olvidar que este carácter popular, como el que tiene la Semana Santa en la actualidad, se debe en gran medida a la imposición del franquismo, que potenció la participación y militarización en ella hasta el punto de que se llegó incluso a pagar a hombres de trono para poder procesionar las distintas imágenes. En Málaga fueron muchos los estibadores que ganaban un salario realizando esta labor. Otros sacaban las imágenes para poder de esta forma «limpiar su imagen de rojo, sindicalista, obrerista»… Ya saben de lo que hablo.

Centrando la cuestión, las religiones han dejado grandes obras de arte, y el arte debe estar por encima de la creencia. ¿Se imaginan a una cristiana que no disfrutase de la belleza de la Gran Mezquita de Surabaya en Indonesia, a un musulmán no hacerlo en la Capilla Sixtina o a ambos no quedarse asombrados ante la majestuosidad del templo budista de Angkor Wat? Por suerte, Stendhal y su síndrome son demasiado poderosos.

El arte, sacro en este caso, también se encuentra en Málaga y su Semana Santa. Tallas de imagineros como Juan Manuel Miñarro, José Gabriel Martín Simón o Francisco Palma Burgo (alumno de Mariano Benlliure, el último gran artista del realismo decimonónico), procesionan, si la lluvia lo permite, cada año por nuestras calles. Estandartes pintados por Antonio Montiel, Celia Berrocal, Revello de Toro o Joaquín Salcedo acompañan a los tronos ampliando un patrimonio que también incluye la labor de mujeres y hombres que dedican su tiempo y esfuerzo al bordado, orfebrería, motivos florales y un largo etcétera de trabajo artesanal.

Así pues, la Semana Santa de Málaga (y de otras ciudades españolas), contiene expresiones artísticas que, como elemento indispensable de la cultura, deben estar al alcance de todos y todas, de los más pudientes y de las más humildes. Es más, sobre todo de las más humildes.

La Constitución Española señala en su artículo 44.1 que: «Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho». Por su parte, la Declaración Internacional de los Derechos Humanos, en su artículo 27.1, es igualmente tajante: «Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten».

Pero el Partido Popular tiende a interpretar nuestra Constitución y los Derechos Humanos de una forma muy particular, concretamente de la que más interesa a las clases altas, o dicho de otro modo, de la más perjudicial para las clases populares.

La eliminación de la esencia de la conocida en Málaga como «Tribuna de los Pobres» era el adelanto de lo que fue una atrocidad en 2019 y volverá a serlo en 2022: la colocación de unas vallas que han escenificado que, al igual que hay dos Málagas en las que la desigualdad es enorme, también hay dos Semanas Santas. Convertir la Semana Santa en un bien de consumo hace de De la Torre una alegoría de aquellos «mercaderes del Templo» que, según todos los Evangelios, fueron expulsados por Jesús.

En la Semana Santa de Málaga tendrán también este año más movimiento las imágenes de los Cristos y Vírgenes procesionando por calle Larios que las imágenes de cientos de malagueños y malagueñas que contemplan, estáticos cual tallas de madera, como tras las vallas están los otros, los que disfrutan de una «devoción de alto standing» por poder pagarlo. Estas imágenes volverán a pasar a la hemeroteca de clase de un Partido Popular que ha hecho de la Semana Santa un parque temático donde hay quien se queda fuera y quien puede permitirse su «pase VIP» (Visión Impoluta Procesional) para disfrutar apasionadamente del espectáculo.

Como digo, soy ateo, pero al parecer respeto más la Semana Santa de Málaga que un alcalde segregador como De la Torre. La razón es muy simple: la Semana Santa, sin su gente, sin sus promesas, sin sus penitentes, sin sus malagueños y malagueñas no es nada, y es precisamente a ellas a los que De la Torre falta el respeto… al fin y al cabo, no son de los suyos.

Decían: «Vendrán los comunistas y os quitarán las casas»… y lo que llegó fue el Capital con traje de banquero ejecutando desahucios a miles de familias.

Decían: «Vendrán los comunistas y os quitarán la Semana Santa»… y lo que llegó fue el Partido Popular de Francisco de la Torre.