Pese a la crueldad de los combates, la mayor catástrofe humanitaria del mundo no está hoy en Ucrania. Está en Yemen, donde hace ya siete años que se inició la guerra. En diciembre de 2021, la ONU publicó un informe donde calculaba que unas 377.000 personas habían muerto en el conflicto, en los frentes, por bombardeos o a causa del hambre y las enfermedades que arrastra siempre la guerra. De los 30 millones de yemenitas, el 80% necesita ayuda, y 5 millones pasan hambre. Además, 3,5 millones se han convertido en refugiados y más de 100.000 niños han muerto por desnutrición aguda. En 2021, se calculaba que 10.000 niños habían sido asesinados o heridos en la guerra y que 400.000 niños podrían morir de hambre si no se pone fin a los combates. La infraestructura del país ha sido destruida y los precarios sistemas de salud y educación han quedado devastados, como también el sistema de alcantarillado, cuya destrucción contribuyó a la propagación del brote de cólera que estalló en 2017. La economía está en gran parte paralizada y el campesinado malvive en medio de la guerra, porque la intervención militar de la coalición encabezada por Arabia ha provocado que Yemen padezca la mayor catástrofe humanitaria del siglo.
El origen de la guerra está en la revuelta contra el presidente Alí Abdullah Salé, originario de Yemen del Norte, que se vio forzado a dimitir, dejando la presidencia a Abd Rabbuh Mansur al-Hadi. En 2014 se iniciaron los enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno de al-Hadi y la coalición del expresidente Salé, compuesta por hutíes y otros grupos armados. En el conflicto intervinieron también movimientos separatistas y grupos yihadistas como al-Qaeda. A la corrupción del país, a la escasez y la penuria y a las luchas de banderías, se añadieron en un cóctel explosivo las diferencias religiosas y la acción de las potencias regionales.
Los hutíes, que ya habían combatido a Salé antes de la guerra, se han convertido en la fuerza dominante en el norte del país, y controlan buena parte del territorio del antiguo Yemen del Norte (denominado entonces República Democrática Popular del Yemen, aliada de la URSS), mientras que el gobierno de al-Hadi domina sobre todo el viejo Yemen del Sur, aunque las características políticas de ambas zonas no son las mismas de treinta años atrás. La evolución de la guerra llevó a al-Hadi a exiliarse en Arabia, su principal valedor; y a los hutíes a romper con Salé y sus seguidores, con los que se enfrentaron en Saná, donde consiguieron derrotar a Salé y eliminarlo. Yemen se ha convertido en otro escenario de la rivalidad entre Arabia e Irán por asegurarse áreas de influencia en Oriente Medio, y por el hecho de que está situado en el estrecho sobre el Golfo de Adén y el Mar Rojo por donde circulan los barcos petroleros procedentes del Golfo Pérsico y de buques con mercaderías asiáticas que se dirigen hacia el estrecho de Suez y Europa.
Quién controla el estrecho, controla el acceso del comercio y los petroleros
En marzo de 2015, Arabia inició los bombardeos con el aval de Estados Unidos. También el Pentágono utiliza sus drones para atacar objetivos terroristas en el país, causando numerosas víctimas civiles que nadie ha podido cuantificar hasta hoy, además de lanzar con ellos ataques contra las fuerzas hutíes y facilitar armamento al gobierno de al-Hadi. Las matanzas no se han detenido: en enero de 2022, un bombardeo de Riad contra una prisión en Saada, en la zona controlada por los hutíes, causó más de setenta muertos, en el mes más mortífero desde 2018. Desde el inicio de la guerra han sido asesinados decenas de miles de yemeníes civiles, y a partir de octubre de 2021 ni siquiera se vigila la violación de los derechos humanos porque la ONU disolvió el denominado Grupo de expertos en Yemen.
Arabia y Emiratos Árabes Unidos (apoyados por Qatar, Bahrein, Kuwait, Marruecos, Egipto, Jordania y Sudán) llevan a cabo una intensa campaña de bombardeos y operaciones terrestres, donde centenares de sus soldados han muerto, y apoyan al gobierno de al-Hadi, con el objetivo de derrotar a los hutíes (Ansar Allah, partidarios de Dios), mayoritariamente chiítas y opuestos al wahabismo de Arabia, que se oponen a Estados Unidos e Israel aunque nunca han atacado sus intereses, y conectan con Irán. También operan en el país al-Qaeda y Daesh. La coalición dirigida por Arabia es apoyada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Estados Unidos, como España, vende armamento a Arabia, utilizado para bombardear Yemen. En la práctica, la Unión Europea sostiene a la coalición de Arabia (con venta de armas por Airbus) pese a las denuncias de numerosas organizaciones de derechos humanos sobre la comisión de crímenes de guerra en Yemen. España, la Unión Europea y Estados Unidos tienen una mirada selectiva.
En marzo, los hutíes atacaron un depósito de petróleo de Aramco en la ciudad de Yeda y otras refinerías en Ras, Tanura y Rabigh. Arabia pidió una reunión del Consejo de Seguridad para abordar la situación, al tiempo que Estados Unidos mostró su apoyo a Riad, y condenó el «terrorismo hutí». Al menos ocho personas murieron y cuatro resultaron heridas en Saná en un bombardeo de la alianza militar de Riad en una operación en represalia por los ataques de los hutíes contra Arabia. Los hutíes, que controlan la capital Sanáa y declararon una tregua parcial, plantean ahora un gobierno de unidad nacional.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debería forzar a Riad a detener los bombardeos, e impulsar un acuerdo negociado para la guerra de Yemen, pero la coalición dirigida por Arabia y las potencias occidentales que le apoyan se han negado a contemplar la violación de los derechos humanos, han hecho caso omiso de los criterios humanitarios planteados por la ONU y siguen vendiendo armamento y bloqueando cualquier iniciativa que conduzca a un alto el fuego. Mientras, en medio de un silencio oprobioso, el Yemen se hunde en una terrorífica catástrofe.