Juan Antonio Bardem es un caso especial de coraje y resistencia a la hora de mantener el tipo, a la hora de saber ser comunista en público y en privado, a la hora de mantener la elegancia de esa coherencia que no sabe pasar factura excepto la de la propia existencia frente a la derivación líquida y comercial de la sociedad en torno. Lo sabía, y alguna vez le puso palabras a este hecho: “Yo soy de la facción de los incombustibles”.

En 1991 Ángel Fernández Santos le hace un retrato cabal: Su rostro tiene algo de huella dactilar: hay en él muchos, incontables signos, salvo el de la insignificancia. Asociada a su perfil está ni más ni menos que la fundación del cine español moderno, que él se atrevió a emprender un día y en otro día posterior tuvo que pagar por ella un duro peaje.

Es un buen resumen del sujeto, del cineasta de las dos clandestinidades, una aceptada. porque no había más remedio durante el franquismo y así además lo decretaba el partido, y otra, necesaria, pero eludida, sobre todo desde el principio de la democracia otorgada, frente a la censura económica que lo golpeó fuertemente sin que él acudiera a protegerse a los burladeros del disimulo. Como Juan Diego, Juan Antonio era uno de los recalcitrantes. Y solo desde ese punto de vista se puede entender que pidiera el ingreso en el partido en plena posguerra, en los años de plomo y de calaveras, muy joven aún, en la plena posguerra del tiro en la nuca del año 1943.

Quizás por eso, más que acudir a la crónica de su trayectoria, bastaría con una anatomía del instante de su asistencia a las reuniones del comité central. Se le había nombrado y allí estaba, silente y muy atento. Sin perder detalle, con una mirada intensa que parecía fotografiar. Aunque casi nunca pedía la palabra, entre otras cosas, como dijo en alguna ocasión, “porque yo no sé frasear”. Pero en el fondo se trataba de otra cosa, como demostró a lo largo de una etapa durísima de divisiones y abandonos. Él era comunista por encima de cualquier dirección, de cualquier circunstancia o análisis coyuntural: concebía su militancia en el partido como la defensa y representación de una alternativa global y estructural al capitalismo, como la única, y por eso estaba seguro de seguir hasta el final, sucediera lo que sucediera con unos dirigentes u otros. Dice algo de esto en los apuntes de sus memorias (Y todavía sigue) en el año 2002: La unidad del PCE, tan desquiciada desde hace ya unos años debido a tirios, troyanos y tránsfugas de distinto pelaje y destino, se realiza en los funerales de los veteranos. Por ejemplo, Paco Romero Marín, Luis Lucio Lobato, Macario Barjas, entre otros. (En Mundo Obrero vienen constantemente obituarios de camaradas de menor proyección política, tal vez, pero de idéntica lealtad comunista). Y uno se da cuenta de que siendo ya de la “premiere cordée”, su turno está al llegar. Dentro de nada habrá que recurrir al clásico y decir: La función ha terminado./ Perdonad sus muchas faltas.

Hablamos, en el caso de Juan Antonio Bardem, de un proyecto firme, estable, pero en absoluto de un proyecto lineal, basado en un realismo especular, inerte. No en vano se ha dicho de su cine que marca en sentido fuerte el futuro del cine español a partir de dos dimensiones, que integran una lógica muy específica. De un lado, a raíz de los años cincuenta, el cuestionamiento del realismo franquista (pomposo y folclórico), y de otro lado, la cimentación de lo que sería posteriormente el realismo crítico, cuyas raíces están en Muerte de un ciclista y en Calle Mayor.

El problema de fondo es que Bardem no sabe concebir el cine prescindiendo de la lucha por las libertades y, digámoslo directamente, de la lucha de clases. O dicho con otras palabras: el cine de Bardem es político, en el más directo y también en el más amplio de los sentidos. Y Bardem consideró que, lo mismo que el caso italiano, se iba a imponer una cierta forma de hacer cine, sin prever en principio que pudiera establecerse una censura económica con respecto a las apuestas más rompedores. Pero se equivocaba; lo reconoce en 1996: Yo he intentado, en la medida en que me ha sido posible, hacer películas que sirviesen para despertar al espectador… Quizá mi gran error óptico fue pensar que, una vez conseguida la democracia en este país, se abriría un horizonte venturoso para el cine nacional… En Italia los camaradas que crearon el Neorrealismo estaban imbuídos por el espíritu de la resistencia antifascista… Pero aquí no hubo “espíritu de resistencia”… Efectivamente Franco lo dejó todo “atado y bien atado”.

Efectivamente, el espíritu de la Transición es otra cosa, y a partir de este proceso, y sobre todo de las consecuencias que se derivaron de su versión hegemónica, que se construyó desde el postfranquismo, Bardem dejó de tener espacio real en el terreno de la producción cinematográfica; Carlos F. Heredero lo dice más claro al hablarnos de la demolición del cineasta Bardem a principios de los años 90.

Bardem sigue siendo un hombre de cine eminente, que deja una obra indestructible, pero sobre todo es el dirigente incombustible, comprometido al máximo con su tiempo y su sociedad, que comprende las cosas, y comprende la represión económica, que lo cerca e intenta conducirlo al olvido; y que hasta cierto punto, como dice Fernández Santos, Bardem tenía previsto de alguna forma esta deriva, esta respuesta de una sociedad sin nervio ni resistencia, y por eso era un hombre curtido en la conciencia de la fragilidad del triunfo, lo que le otorga esa inimitable sensación de fortaleza que emana de los juguetes rotos que, como él, tuvieron coraje y tesón para reconstruirse a sí mismos.

El finiquito que la sociedad le paga lo hace con la Medalla de oro al Mérito de las Bellas Artes (1987) y con el Goya de Honor de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas (2002). Bardem sigue construyendo proyectos cinematográficos, a pesar de que ya está con el pie en el estribo. Por ejemplo los cuatro últimos: Llevar al cine la novela Dos días de septiembre, de Caballero Bonald; adaptar los diez primeros Episodios nacionales de Galdós; dirigir una serie televisiva basada en las Crónicas urbanas de Manuel Vicent; y hacer una película a partir de una novela de Raúl del Pozo, Noche de tahúres.

Pero le faltaba ya tiempo y, sobre todo, productores dispuestos a invertir. A Bardem solo le quedaba terminar como había vivido y un último golpe de ironía desde el escenario cuando le entregaron el Goya de Honor, repitiendo sin dejar de sonreír una solicitud por si en la sala había algún productor que quisiera involucrarse en sus próximos proyectos. Eso sí, oyó un fuerte aplauso.