Uno de los mejores recuerdos del centenario del PCE, que guardaré para el resto de mi vida, es la oportunidad de haber entrevistado a Carlos Álvarez. Nos habíamos propuesto elaborar un libro de testimonios en el que recogiéramos las vivencias de la militancia comunista, en especial durante el franquismo. La tarea no era sencilla. Las personas que queríamos entrevistar superaban la capacidad del pequeño equipo de redactores (Carlos Fernández, Santiago Vega y yo mismo) y se imponía llevar a cabo una selección que fuera representativa y permitiera un relato coherente. Las condiciones de la pandemia limitaban la posibilidad de desplazarnos a todos los sitios que hubiéramos deseado. Fran Pérez, José Esteban e Isabelo Herreros nos sugirieron la oportunidad de entrevistar al poeta jerezano. Gracias a la amabilidad del estudioso y editor de su obra, José Luís Esparcia, pude citarme con él y charlar de su trayectoria política.

La entrevista se realizó en su propia casa, en el madrileño barrio de Chamberí, el lugar donde Carlos Álvarez había sido detenido en una de las sucesivas “visitas” policiales durante el franquismo. En ese momento, nos alarmó José Luis Esparcia, su casero hacía todo lo posible para provocar su marcha y de esta forma sacar más jugo a su propiedad en el libre mercado inmobiliario. La conversación fue pausada, sostenida con la ayuda del editor de su obra poética completa, a ratos interrumpida por el peso de los años, pero al mismo tiempo atravesada por los destellos de la fuerza de un compromiso de los que marcan toda una vida, algo que Carlos Álvarez nos transmitía con la fuerza de su argumentación.

La trayectoria política del poeta es tan personal como su obra. Nos decía que había tenido siempre un carácter «un poco anarquista». Su militancia con el PCE tuvo momentos de debates sonoros y rupturas, muy en sintonía con su carácter fuerte y pasional, aunque siempre mantuvo como referencia al “partido” y en la penumbra de la habitación donde nos relataba su experiencia militante, con un hilo de voz, todavía me preguntaba si su situación administrativa como afiliado estaba regularizada.

Carlos Álvarez fue detenido por primera vez por su implicación en la “jornada por la reconciliación nacional”, del 5 de mayo de 1958. Repartía propaganda en la ciudad universitaria cuando la policía lo interceptó en las inmediaciones de las facultades de Derecho y Filosofía. En ese momento no era militante. Su hermano José María había sido encarcelado con anterioridad y cuando él le visitaba entró en contacto con la organización, a la que de inmediato se ofreció a colaborar. En prisión, al cabo de un par de meses de convivencia con los presos políticos, aceptó formar parte del PCE. Con su ironía característica y con el acento andaluz que los años de vida en Madrid no le habían borrado del todo, matizó en su entrevista que más que proponerle el ingreso se lo concedieron. Por esa época ya había empezado a escribir poemas y tenía el afán “típico” de todo aspi­rante a escritor de conocer a gente como él y que le publicaran algo. De esta forma fue como comenzó a participar en la tertulia del café Pelayo, cercana al parque del Retiro, donde se daban cita un grupo de creadores críticos con el franquismo. Allí conoció a referentes como Armando López Salinas, Antonio Ferres, Alfonso Sastre, Juan Eduardo Zúñiga, Juan García Hortelano y Ángel González.

Carlos Álvarez volvió a ser detenido como consecuencia de su denuncia pública del asesinato de Julián Grimau. Es un hecho muy significativo que la denuncia de la represión traía como conse­cuencia nuevas medidas de castigo, señal de un régimen despiadado. Además del ánimo vengati­vo, algo muy presente en el franquismo, prevalecía el afán de las autoridades por aplastar la insolencia de quien ejercitaba las virtudes ciudadanas de la libertad de expresión y la participación. No debemos extraer la falsa imagen de una militancia acorralada, amilanada. Muchos de ellos sabían y eran muy conscientes de lo que hacían, como destacó en su conversación el poeta jerezano.

Permaneció en la prisión provincial de Cáceres hasta el 18 de agosto de 1965. Allí pudo compartir su encierro con un grupo de presos asturianos, -de los que reconocía haber aprendido mucho- que habían sido detenidos como consecuencia de la huelga de 1962, la famosa huelgona. Trabajó en un taller para redimir penas por el trabajo; desde allí pudo camuflar un libro de poemas nuevo, hecho en la cárcel, que sacó clandestinamente en una visita su traductor sueco para publicarlo en el exterior. Tras su vuelta a Madrid el poeta volvió a sentir el aliento de la represión en 1966, en este caso con la amenaza de una desaparición, lo que le llevó al exilio, una experiencia que le dejó un poso de amargura. En París cola­boró con la editorial Ebro, una empresa editorial del PCE. No soportaba vivir en el exilio y necesitaba volver España, a pesar de que el partido le recomendó no hacerlo.

Volvió a España en abril del 68. Pensaba que preferían dejarle en paz. Sus detenciones an­teriores habían tenido mucho impacto y el régimen evitaba en ese momento dar una imagen excesivamente represiva. El espejismo duró poco. Sus protestas ante el proceso de Burgos y las múltiples conde­nas a muerte impuestas le llevaron a nuevas detenciones, como ocurrió también cuando se movilizó contra el proceso 1001, en el que habían encausado a los principales dirigentes de Comisiones Obreras con los que pronto compartió prisión en la cárcel ma­drileña de Carabanchel. Permaneció privado de libertad hasta la amnistía decretada con la muerte de Franco.

La abogada madrileña María Luisa Suárez valoró en sus memorias la trayectoria de Carlos Álvarez: “Fue el intelec­tual que más y mejor supo enfrentarse al franquismo”. Es un autor que, como hemos visto a lo largo de los recuerdos de su entrevista, repre­senta el arrojo y la grandeza moral de quienes se arriesgaron a dar un paso adelante en los momentos más difíciles sin pedir nada a cambio. No dejó nunca de luchar y de crear. Un orgullo para quienes militamos en el PCE.

Responsable de la comisión del centenario del PCE