El centenario de la fundación del PCE ha dado la excusa perfecta para reflexionar sobre la principal fuerza de la organización: su militancia. Una mirada desde abajo permite poner rostro a aquellos/as que el veterano Silvano Morcillo describió con acierto como “los etcéteras”. No cabe duda de que la historia del comunismo español está jalonada de episodios gloriosos de resistencia abnegada, sacrificio y solidaridad. Sin embargo, su historia más reciente también destaca por otros sucesos más oscuros y menos estudiados; grandes conflictos internos que desangraron al PCE, llevando al enfrentamiento de los que antiguamente se llamaban camaradas.
Este libro se acerca a la historia, hasta hora no contada, de aquellos hombres y mujeres a los que la prensa —y es necesario decirlo, también la dirección del partido— estigmatizó como “prosoviéticos”. Detrás de esta simple etiqueta se escondió la criminalización de un colectivo de militantes que consideraban que la identidad comunista estaba en peligro. El estereotipo de los “prosoviéticos” se sustentaba en dos pilares discursivos. Se trataba de un colectivo envejecido a los cuales se les había “parado el reloj” y cuya existencia se debía al soporte los países socialistas. De esta manera, se construyó un relato que negaba sus causas endógenas fruto de la crisis interna y, además, se desvinculaba su existencia del marco de la lucha de clases en el Estado español. En las páginas de “A contracorriente” se desmontan los distintos elementos que dieron forma a este cliché desde la consulta de numerosas fuentes archivísticas, hemerográficas y orales, siempre desde la máxima transparencia metodológica y el rigor propio de la ciencia histórica.
Más allá de la importancia simbólica de la URSS —que, por supuesto, tuvo su relevancia y funcionó como mito movilizador hasta su desaparición—, el leitmotiv de este movimiento disidente siempre fue la reivindicación de la identidad comunista. Las sucesivas renuncias de la dirección del partido en materia de memoria, autorrepresentación e imagen (críticas a la URSS, renuncia a la tricolor, apoyo a los pactos sociales, abandono del leninismo, etc.) tuvieron como consecuencia la aparición de una disidencia que buscaba la vuelta a una visión clásica del partido. Su autopercepción era sencilla: frente al avance del eurocomunismo ellos se consideraban simplemente comunistas. Es, precisamente, por este planteamiento por lo que utilizo la categoría de comunistas ortodoxos para denominar a este sujeto colectivo. Esta denominación académica no tiene ninguna carga peyorativa y está determinada por el carácter mismo de su movimiento, el cual defendía una cosmovisión tradicional.
Su lucha no estuvo exenta de contradicciones y problemas. Para un militante, impugnar las normas del centralismo democrático suponía rebasar el rubicón y exponerse a ser catalogado como un “elemento antipartido”. Ser tildado de “traidor” era una de las peores circunstancias que le podía esperar a un militante. La expulsión y el vacío de sus antiguos camaradas podían poner fin a los lazos construidos durante décadas, dando un vuelco de 180º a sus vidas.
Cartografiar y explicar un fenómeno tan complejo y poliédrico puede llegar a a ser muy complicado. Por eso yo he clasificado su historia en tres “olas”. La metáfora de las olas busca una mejor comprensión conjugando aspectos diacrónicos y sincrónicos. Para ello, resultan especialmente importante los conceptos de “proceso” y “solapamiento”. En este sentido, el concepto de “ola” muestra la permeabilidad de los límites entre estas etapas, conviviendo temporalmente unas con otras. Esta clasificación rompe con la artificialidad de las categorizaciones superficiales que se basan solo en algunos de sus enfrentamientos políticos.
La primera ola nació en 1968 como resultado de la invasión de Checoslovaquia y la condena pública de la misma por parte del PCE. Este acontecimiento internacional provocó la aparición de un movimiento interno hasta entonces nunca visto. Sin embargo, esta crisis también fue el detonante para la eclosión de una serie de contradicciones que recorrían desde hacía décadas el comunismo español y que darían lugar a la formación de partidos como el PCE (VIII-IX Congresos) o el PCOE, encabezados por consagrados dirigentes como Eduardo García o Enrique Líster.
La segunda ola nació tras la celebración del octavo congreso del PCE en 1972 como un movimiento que rechazaba la falta de democracia interna y la moderación del partido. Se trataba de una disidencia compuesta sobre todo por profesionales y estudiantes universitarios con una forma de actuación más dinámica y asamblearia. En este contexto, varios sectores de militantes descontentos convergieron hacía dos plataformas disidentes: la Oposición de Izquierda del PCE (más tarde PCT) y las Células Comunistas.
La tercera ola fue la más nutrida e importante de toda la historia de esta corriente. Su origen se hallaba en el rechazo al eurocomunismo durante la crisis general del PCE. Sus inicios comenzaron justo cuando se producía un agotamiento de las dos primeras. Los principales partidos fueron el PCC y el PCPE, dos organizaciones con miles de militantes, quienes tendrían un importante papel en las grandes luchas de esta década, como el rechazo a la entrada en la OTAN o la resistencia sindical contra la reconversión industrial.
El objetivo final del libro es contribuir a una visión más inclusiva y global de la historia de la militancia comunista en nuestro país.
A contracorriente. Las disidencias ortodoxas en el comunismo español (1968-1989). Eduardo Abad.
Publicacions de la Universitat de València, 2022