Ahora, ya con cierta perspectiva, el titular de esta crónica invita a indagar lo que se oculta bajo el desmesurado bombardeo de imágenes monotemáticas, apenas interpretadas en términos críticos, que acabamos de sufrir. Ha sido el bombardeo referido al deceso de una señora cuya supuesta relevancia histórica ha venido determinada por la contención, el silencio circunspecto y los sombreros. (Se dice que su ropero llegó a albergar 5.000 tocados distintos, así como tres mil bolsos, otros tantos pañuelos y una innumerable cantidad de trajes de chaqueta. Su fortuna personal nunca bajó de los 16.000 millones de dólares –se habla de que alcanzaría los 27.000 según distintos criterios contables- acopiados durante cuatro décadas sin la menor carga impositiva hasta finales de los años 90).
Esa egregia señora debió dar la mano y sonreír simultáneamente a unos dos millones de personas. Casó con un varón esbelto y envarado, de esa clase de personas tan abducidas por la caza mayor que se muestran más preocupadas por el número de puntas de la cornamenta de un ciervo de su bosque privado que por el salario de sus decenas de oteadores. Empero, pese a la nula contribución, fiscal, esto es, social, de ambas figuras, millones de personas participaron del duelo de esa señora y se ufanaban abiertamente ante las cámaras de televisión de rendir pleitesía ante tales personajes. Estaban, desde luego, en su derecho. Esa muerte regia ha sido el espectáculo de masas más relevante en lo que va de siglo XXI, si bien su ceremonial, protocolo, etiqueta y escenografía han correspondido más bien a los propios del siglo XIX, como se ha subrayado.
Un armón tirado por marineros
Fue precisamente tal centuria la que asistió al sólido encumbramiento inglés desde el plano de gran potencia hasta el rango de superpotencia mundial hegemónica. ¿Cómo lo consiguió? Materialmente, gracias al dispositivo marítimo que desplegó por los siete mares. Tal fue su exitosa apuesta geoestratégica. Qué curioso que fuera centenar y medio de marineros los que tiraran a cuerda del armón que transportaba el féretro abanderado de la regia dama. Los que saben de ceremonial señalan que todo tipo de protocolo áulico se ve cargado de significación, preferiblemente, política, de poder, de jerarquía. ¿Cuál ha sido el mensaje ínsito en los 11 días de luto televisado que se ha difundido urbi et orbi merced a la pericia informativo-descriptivo-ideológica de la British Broadcasting Corporation, BBC? Se ha tratado de un mensaje doble. Primero, el consistente en transmitir que la base material del poderío británico, explícito en el centenario músculo marinero, sigue ahí, tirando del carro cuando sea necesario, como era el caso durante las exequias reales, pero que no se agota en esa iniciativa de los uniformados. Y el otro mensaje, de índole cuasi creencial, muy curioso en estos tiempos de descreimiento generalizado, es el que parecía proclamar –¡a estas alturas!- el origen divino de la realeza: las palabras emitidas y la pompa mostrada durante el ceremonial anglicano en la abadía de Westminster no tienen otra posible explicación.
¿De dónde surgió la relevancia de esa señora cuya muerte, como la de todo ser humano, merece respecto? De la posición que ocupó en el Reino Unido como Jefa del Estado (qué concepto tan abstracto para la practicidad anglosajona); por cierto, un Estado igual de centenario que otros europeos, como el español, el francés o el ruso. Sin embargo, por su pasado imperial de casi tres siglos, hasta los años 50 del siglo XX, el Reino Unido quedó investido del aura de un supuesto ascendiente civilizacional, incluso democrático. En verdad, Inglaterra fue pionera en avances ciertamente civilizatorios espoleados por la revolución burguesa de Cromwell en alianza con las clases populares -traicionadas luego por el Lord Protector-.
Asimismo, en las Islas se registraron importantes avances organizativos de la clase trabajadora mediante la lucha sindical y política durante la primera industrialización de la que Inglaterra sería pionera. Los avances en la lucha por mantener y ampliar las condiciones materiales de la existencia determinaron los avances ideológicos, dando lugar a importantes escuelas de pensamiento relativas a la Economía Política, la Moral, encarnada ésta por los pensadores escoceses, la Ciencia Política, más las disciplinas científico-técnicas y las Ciencias Empíricas. Todo ello derivaba de la parada de piés a la que el Parlamento de Londres había sometido al petulante Carlos I Estuardo, cuya arrogancia frente a los representantes electos del pueblo – burgués, claro- le costaría la cabeza en 1649, pese a que, años después, al ser restaurada la corona, el verdugo, ya difunto, que ajustició al rey fuera exhumado de su tumba y su cadáver resultara ignominiosamente ultrajado y decapitado con oficial saña.
Por otra sustantiva parte, si se busca en los libros de historia, cabe confirmar que tal imperio había medrado tiempo atrás también a costa, señaladamente, de piratear los mares de medio mundo, expoliar, invadir, ocupar y dividir, cuando no aniquilar, naciones completas. No consiguió apalancar su designio imperial en América del Sur, entre otros episodios de resistencia -tan reales como desconocidos- como el protagonizado por los lugareños y por los españoles, como el alcalde de Buenos Aires, Martín de Alzaga (Álava, 1755-Buenos Aires, 1812): éste, ante un poderoso conato de invasión de la Marina inglesa en 1807, creó milicias de hasta 6.000 efectivos, con nativos argentinos del Virreinato La Plata y regimientos de asturianos y vizcaínos, residentes allí; con ellos, opuso feroz combate, disuadiendo a los ingleses de osar poner la bota en el surcontinente, salvo en la remota, húmeda y amoscada Guyana y las lejanas islas Malvinas.
Reconocimiento
Es preciso señalar que muchos jóvenes infantes ingleses, traídos aquí por lord Wellington para combatir a Napoleón, murieron en suelo español dando generosamente sus vidas contra el invasor francés. Asimismo, resulta inolvidable la entrega de comunistas, socialistas y anarquistas británicos a la causa republicana durante la Guerra Civil. Ambos escribieron episodios memorables de heroísmo y de afecto hacia nuestro pueblo.
Sin embargo, líderes políticos como Winston Churchill que, según distintos historiadores, ya había estado presente como observador en la guerra hispano-estadounidense de Cuba, jugaría un lamentable papel por su defensa acérrima de Franco y el franquismo. Churchill valoró a Franco –aliado del Eje nazi-fascista verdugo de tantos ingleses, no lo olvidemos- por su rentabilidad geopolítica para los intereses imperiales británicos dado su anticomunismo militante; pero, le apoyó ignorando en la práctica los mimbres liberales de la República española que, por el desdén anti-intervencionista del Primer Ministro del habano en la mano, tan irresponsablemente contribuyó a destrenzar y dejó sucumbir sin la ayuda británica ni la de las llamadas democracias liberales europeas.
Las rivalidades hispano-británicas han estado a la orden del día y, ahora fuera de Europa, son de temer sus previsibles reediciones. El dilema no es entre pueblos, evidentemente, sino entre designios políticos. España asumió su pérdida imperial traumáticamente pero, a la postre, lo hizo de modo efectivo. Sería recomendable que quienes mandan en Londres asumieran del todo que han dejado de ser lo que un día, cada vez más remoto, fueron y se integraran a la dinámica de los pueblos en circunstancias de paridad. Dotes propias no van a faltarles en esta nueva lid, parte de su Historia les avala. Pero, por favor, dejen de encelarse con Europa continental. La división europea, pese a los que algunos de los líderes británicos creen, no les favorece. Debilitándonos, Ustedes se debilitarán más temprano que tarde. En base a ello, dejen de enredar en la política europea, como hicieron durante su estadía en la Unión, donde agotaron el cupo de malevolencias permitidas. (Ah y, por favor, no den importancia a quienes por aquí, decretan tres días de luto oficial madrileño por su reina pero, desde posiciones autoritarias, son incapaces de querer conocer y entender el mensaje anti-absolutista ínsito en lo mejor del primitivo liberalismo, el sindicalismo y el socialismo británicos). Si la Corona británica ha perdurado en el tiempo lo ha sido por el silencio formal que ha mantenido ante la presión emancipadora con la que las mejores gentes de las Islas le han marcado, no por los oropeles y trompeteos tan visibles y sonoros como los recientemente escuchados. He ahí el quid a salvar. Si callan ellos, cabalgamos todos, reza el dicho hispano.
Fuente: elobrero.es