El 9 de octubre se cumplen 55 años del asesinato del Che en Bolivia. 55 años de su caída al frente de un grupo guerrillero, tan armado de voluntarismo histórico, como diezmado y aislado y sin que su pequeño grupo de vanguardia hubiera podido ampliar la base entre los campesinos bolivianos, como sí lo había podido realizar en Cuba desde la Sierra Maestra, y como tampoco lo había podido hacer en el Congo, donde la realidad tribal africana se mostró resbaladiza para los conceptos más clásicos de la teoría de clases y su enfrentamiento. Con el Che moría el guerrillero heroico e irredento. El que por renunciar a la comodidad de los cargos ministeriales de una revolución victoriosa, y entregarse desnudo a la causa de los oprimidos, se convirtió en un ejemplo. Sobre todo en un ejemplo para la juventud contestataria de los países desarrollados, la del campus de Berkeley y otras universidades estadounidenses, que luchaban por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam; la de las capitales europeas que estallaría en el movimiento juvenil de mayo en el año siguiente. El Che era el modelo porque parecía uno de ellos, con sus mismos signos irreverentes de la rebeldía, pelo largo, barba descuidada, ansia de vida. Y porque, al haber renunciado a todos los privilegios por la causa, se mostraba puro en los ideales, sin intereses falsos y espurios. Era como ellos, como el hombre nuevo de sus sueños juveniles, intactos de pureza. ¿Qué mejor modelo para unos jóvenes que deseaban poner patas arriba al mundo, cambiarlo de base?

A esa constitución del Che como ejemplo universal de la rebeldía, contribuyó de una manera clave una imagen. Una fotografía del Che que nació como icono tras su muerte, provocando una suerte de resurrección. Porque esa imagen que tanto se popularizó de él, que pobló las habitaciones de tantos jóvenes soñadores en todo el mundo, se hizo pública tiempo después de su asesinato. Es la instantánea que tomó el fotógrafo cubano Alberto Díaz, “Korda”. La historia de esa fotografía resume muy bien el hecho de la experiencia artística en las sociedades contemporáneas modernas, y del potencial comunicativo de la imagen. Fue determinante para su renacimiento, y por eso, en este recuerdo, vale la pena contar su historia.

La mirada del ´”Guerrillero Heroico”

Cuando Korda contaba en las entrevistas cómo había sido el momento en el que disparó esa foto, le arrebataba siempre la misma emoción. La fotografía la tomó el 5 de marzo de 1960, en el cortejo fúnebre celebrado en la capital cubana para honrar a las víctimas del atentado que la CIA preparó en el puerto de La Habana contra el buque belga “La Coubre”, que transportaba armas para Cuba. En ese atentado murieron cerca de 100 personas en dos explosiones, la segunda ocurrida treinta minutos después de la primera y mientras cientos de voluntarios estaban socorriendo a las víctimas de la primera bomba. Korda, un reportero que cubría los principales actos de la Revolución, asistía a la ceremonia fúnebre que había organizado el gobierno revolucionario, y observaba a través del visor de la cámara a los dirigentes de la tribuna que presidían el acto, donde también se encontraban Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. El clima era silencioso, tenso, el de un duelo muy sentido. El Che, que estaba en la tribuna, desapareció un momento del primer plano de la escena y se fue detrás de Fidel, mientras dialogaba con él. Los ojos de Korda observaban el vacío que el Che había dejado cuando reapareció, para volver a ocupar su puesto en la tribuna y en el encuadre de la cámara. Korda vio al Che y se asustó. Vio unos ojos con una fuerza y un brillo que le sacudieron, que le lanzaron hacia atrás, hasta casi hacerle caer.

Así lo contaba Korda, preso siempre, aunque hubieran pasado muchos años, de la misma conmoción que sintió en aquel momento. Sufrió una experiencia artística, en la que se juntaron su ideal estético con su compromiso revolucionario, que cristalizaban en la imagen del Che. Por suerte, Korda pudo reponerse de la conmoción y tomar dos fotografías, una de encuadre horizontal y otra de formato vertical, que descartó tras analizarla en el estudio, porque tras el hombro del Che aparecería la silueta de otra persona, y restaba pureza a la imagen. Al revelar la fotografía elegida, Korda la tituló “Guerrillero Heroico”. Supo enseguida que era una foto especial porque había captado en ella toda la humanidad del Che, los elevados ideales que le iluminaban las pupilas, su determinación de luchar por ellos hasta el fin, su fiereza, su valentía, su belleza de hombre y de luchador, todo eso estaba en sus ojos.

La foto más reproducida de la historia

La fotografía sólo se hizo famosa un año después de su muerte, en 1968. Feltrinelli, un editor de izquierdas italiano, buscaba una imagen inédita del Che Guevara para la portada del libro póstumo “Diario de Bolivia”, el extraordinario testimonio de su día a día en la guerrilla. El editor conocía a Korda, se encontró con él en su estudio de La Habana. La fotografía le cautivó de inmediato. Publicado el libro, la imagen corrió como la pólvora, y muy pronto se divulgó en pósters y carteles, que sirvieron para alentar la lucha de los jóvenes, de los estudiantes, de los movimientos sociales.

Se trata de la foto más reproducida de la historia (se ha computado ese dato), y a pesar de reproducirse millones de veces, en murales, carteles, objetos, camisetas, Korda no se enriqueció con ello. Nunca quiso ejercer su derecho de autor porque, compartiendo la ideología del Che, pensaba que su divulgación lo mantenía vivo en las ideas y multiplicaba su obra. Sólo una vez ejerció su derecho de veto e impidió su uso, cuando esa fotografía del Che quiso ser usada como imagen publicitaria por una marca de vodka.

La enorme divulgación de la foto de Korda ha ensanchado la figura del Che, ha alimentado los sueños revolucionarios en los jóvenes de todo el mundo, y ha servido durante generaciones como un imán para acercarlos al compromiso, a la lucha por la justicia social, al combate para transformar la vida. Si mostramos esa fotografía a cualquier persona en cualquier lugar del mundo, encontraremos que lo conocen y lo admiran. Esa imagen tiene tanto poder porque llega hasta la verdad del Che y es capaz de mostrarla. Consigue que veamos su lucha como guerrillero, en Sierra Maestra, en el Congo, en Bolivia, que veamos al hombre que se jugó la vida por sus ideales, al idealista desinteresado que lo dio todo. Un Che que nos seduce para unirnos a su causa; un Che ardiente, vivo, en acción, a través de su mirada encendida; un Che inmortal.

Un aspecto central de la batalla de las ideas en el terreno de la cultura, y me atrevo a decir que también en el terreno político, es el de saber transmitir nuestra verdad, ser capaces de trasmitir toda nuestra humanidad, y nuestra pasión por esa verdad y esa humanidad;  como lo hace el rostro del Che en la foto de Korda. Por eso el relato sobre su fotografía en este homenaje, para alentar nuestro trabajo con el ejemplo de su idealismo, y también para animar la reflexión sobre la manera en la que contamos las cosas, que resulta decisiva. No basta con tener la razón, hay que saber comunicarla.

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