(Bogotá, 1988) se vio forzado a huir del terrorismo de Estado colombiano en 2001. Se refugió en España, más concretamente, en la ciudad de Salamanca, donde cursó estudios de Filología Hispánica.
Ha trabajado como redactor de reseñas literarias y traducciones de poesía brasileña en las ya extintas revistas La galla ciencia y Vísperas. En la revista de cinematografía El antepenúltimo mohicano, escribe crítica y ensayo, además de cubrir in situ festivales internacionales de cine como la Berlinale, el Festival de Cine de Sitges, el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria o el Festival Internacional de Cine de Gijón. Sus críticas cinematográficas han sido publicadas también por el Instituto Goethe de Madrid, en su revista digital, como parte de la sección cultural de cine alemán.
Luis escribe narrativa breve (y no tan breve), y ha publicado su obra en revistas como Dos disparos, Indias/Indies o La galla ciencia. Ha sido merecedor de la beca de residencia artística en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en Córdoba, donde escribió su primera novela, La flecha lanzada, sobre la que hoy le preguntamos. Actualmente, vive entre Barcelona y Berlín.
MARÍA AYETE: La flecha lanzada es tu primera novela. ¿Puedes contarnos, en términos generales, qué va a encontrarse el lector en ella y desvelarnos el porqué de su título?
LUIS VALERA: El título hace referencia a un proverbio —probablemente chino— que repetían, con afán aleccionador, los sacerdotes jesuitas en el colegio al que iba en Bogotá durante mi infancia: “hay tres cosas que nunca vuelven: / la palabra dicha / la flecha lanzada / la oportunidad perdida”. Más allá del efecto que causó en mí la escucha de estas palabras (transformadas casi en un mantra al disolverse su significado debido a la reiteración), las utilicé para expresar el tema central del libro: la imposibilidad de revertir el daño cometido y las estrategias delirantes de autoengaño a las que uno es capaz arrojarse con tal de conseguir lavar la culpa. El oscuro protagonista de esta obra, que es un exmilitar ensordecido accidentalmente tras su participación en la masacre conocida como El Incidente, ahora totalmente desquiciado, buscará con desesperación la manera de viajar a Estados Unidos para construirle un mausoleo a la actriz cuya película vio repetidamente en la televisión del hospital durante su convalecencia.
M.A.: Sí, a lo largo del texto, los personajes se refieren continuamente a “El Incidente”. ¿De qué están hablando?
L.V.: Los hechos más cercanos que esta ficción toma prestados muy libremente —la novela no es ni pretende ser una novela histórica— son la masacre militar tras la toma del Palacio de Justicia de Bogotá a finales de 1985. Aquel 6 de noviembre, la guerrilla del M-19 secuestró a todo ocupante del edificio del Tribunal Supremo. Los altos mandos del Ejército Nacional, bajo la aquiescencia pasiva del presidente de la nación, ordenaron una intervención armada de una violencia desmedida, que acabó con las vidas de un gran número de rehenes, entre los cuales había jueces, funcionarios, trabajadores y visitantes. El oneroso recuento de los actos de los militares incluye ejecuciones extrajudiciales y desaparición forzada de testigos civiles de lo ocurrido.
M.A.: Don Gaspar, el exmilitar, se ha quedado sordo. ¿Qué hay detrás de esa sordera, simbólica y narrativamente hablando? En otras palabras, ¿por qué sordo y no ciego, cojo o manco?
L.V.: En el acervo popular, alguien que no acepta una crítica o no quiere asumir responsabilidad “se hace el sordo” o “hace oídos sordos”. Gaspar, que es uno de los protagonistas, conoce perfectamente los hechos abyectos en los que ha participado, en ocasiones para servir los designios de poderes fácticos. Conserva la vista porque guarda en la memoria el rostro de sus víctimas; conserva también las extremidades, las manos, pues son esas manos las que han obedecido sin cuestionamiento ético alguno. La pérdida del oído actúa como una crisálida en la que este personaje se va recluyendo, intentando escapar de las consecuencias morales de sus actos. Es en este mundo propio, sin voces, sin reproches ni gritos, en el que podrá reformular lo que ve y ha visto, construir un espacio alternativo en el que buscar algo parecido a la redención.
M.A.: El exilio y el trauma colectivo son dos de las grandes cuestiones que atraviesan tu texto. Tú mismo tuviste que huir de Colombia siendo apenas un niño, luego ¿Cuánto hay de autobiográfico en La flecha lanzada y cómo has trabajado con ello? Por otro lado, algo que me intriga mucho: ¿por qué el absurdo para enfrentarte al trauma? ¿Hasta qué punto es efectivo estética y literariamente hablando?
L.V.: Me resulta muy difícil dilucidar cuánto de mi experiencia personal hay en la ficción que escribo. El dolor es algo universal que, sin embargo, cada individuo cree sentir de manera particular, diseñado a su medida. Todos los exilios implican la renuncia al sentido mismo de pertenencia, y esto es una apuesta irreversible. He intentado hacer patente tal desarraigo en uno de los personajes, quien, en su huida del Horror, ha tenido que abandonar su casa, su duelo, sus futuros posibles ahora destruidos, e intentar reproducir la vida normal en un lugar ajeno, esmerándose por ignorar a ese Horror, que todavía la acompaña.
El absurdo como recurso ante el trauma me resulta interesante porque parece compartir esa arbitrariedad que experimenta la víctima que padece un tormento injusto, al encontrarse en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Por otra parte, la irrupción de lo irracional en el contenido narrativo lineal, de algún modo, me invitó a alterar también la propia forma del texto.
M.A.: Sí, en efecto, la hibridación es una característica bien visible en la novela. Entonces, teniendo en cuenta que forma y contenido son indivisibles, ¿te pedía el contenido esa multiplicidad formal? Es decir, ¿Cómo llegaste a ella?
L.V.: Más allá de la inocencia disfrazada de ambición de la que adolece toda primera obra, lo que me empujó a querer difuminar los límites formales de La flecha lanzada fue, por una parte, el propio contenido, esta arbitrariedad irrespetuosa con que la violencia irrumpe en la vida de la gente inocente, y también la nueva estructura discursiva que la mano del verdugo construye a su alrededor para enfrentarse a la ética, que no tiene por qué respetar la lógica; por otra parte, me interesaba mucho la experimentación como ejercicio en sí mismo.
M.A.: La escritura es un trabajo individual, pero de una manera o de otra siempre se hace en compañía. ¿Cuáles dirías que han sido tus referentes literarios en esta obra?
L.V.: Siempre corre uno el riesgo, al confesar sus referentes, de quedar como un fantoche, un pedante o un imitador. Como decía más arriba, me interesaba enormemente la experimentación, el lado lúdico del ejercicio literario, ese esfuerzo por tensar las posibilidades del lenguaje. No en vano, el nombre y apellido del protagonista, Gaspar Vallejo, pretenden homenajear quizás con honesta torpeza a Georges Perec —el Gaspar Winckler de su La vida instrucciones de uso— y al poeta peruano César Vallejo. Entre mis lecturas de cabecera durante la escritura de esta novela se encuentran también obras de Harold Pinter como La fiesta de cumpleaños o El montaplatos, de las que admiro esa manera tan lograda de generar efectos casi cómicos a base de inquietud y extrañamiento, y supongo que, además, en la voluntad inquebrantable del protagonista por llevar a cabo una suerte de restitución del orden basado en una ética propia se halla también La conjura de los necios, de John Kennedy Toole.
M.A.: Si no me equivoco, la novela se publicará en la editorial La Voltereta, recientemente creada, y parte del proceso de publicación se está realizando por micromecenazgo. ¿Cuál está siendo tu experiencia tanto con la editorial como con el mecenazgo hasta el momento?
L.V.: La experiencia de un modelo alternativo de publicación con La Voltereta está siendo muy estimulante. En el núcleo mismo de la editorial se encuentra un deseo por combatir la precariedad en el sector y también de ofrecer una relación más cercana entre quien escribe la obra y quien la lee. Esto al fin y al cabo es un modelo de colaboración colectiva en la que cada pequeño esfuerzo individual es parte imprescindible. Por lo tanto, agradezco profundamente a todas y cada una de las personas que están confiando en este proyecto, que han apostado por impulsar la cultura.
M.A.: Tu dedicación a la crítica cinematográfica es más que rastreable. ¿Dirías que hay algo de lo fílmico en tu propuesta narrativa?
L.V.: Desde que comencé a escribir esta novela, estaba pensando involuntariamente en términos más bien cercanos a lo cinematográfico: la tercera persona era en mi cabeza un primer plano, cámara en mano, y un plano medio, fijo, a la altura del pecho; estaba pensando en planos secuencia que siguen a Gaspar a la salida del hospital entre el desorden de la ciudad en hora pico; en el diseño de sonido que tendría ese primer encuentro con la sordera, en cómo se escucha lo que no suena; en episodios febriles retransmitidos por un televisor de tubo. Quizás, producto también de la presión de abordar una primera obra durante una beca de residencia artística —la Fundación Antonio Gala—, intenté concebir mentalmente la estructura de la manera que consideré más intuitiva: mediante la imagen, lo audiovisual. Además, me encanta el cine.
M.A.: ¿Estás trabajando en otro manuscrito en la actualidad? Háblanos un poco de tus proyectos futuros, si los tienes.
L.V.: Tengo dos proyectos paralelos en los que trabajo con desigual atención: por una parte, estoy escribiendo mi segunda novela en el taller de escritura creativa que imparte el argentino Alan Pauls; un espacio tremendamente estimulante, no solo por la interacción con las compañeras y compañeros que llevan cada semana sus obras en progreso, sino también por el buen ojo que tiene Alan para tratar nuestros retos y dificultades con rigor casi médico, ofreciéndonos su talento y su conocimiento con gran generosidad. Por otra parte, voy organizando poco a poco una obra de no ficción que aborda mi exilio y el de mi madre, específicamente los momentos inmediatamente anteriores e inmediatamente posteriores a nuestra huida de Bogotá.
Enlace al micromecenazgo de la novela: