La actitud peleona y barriobajera en el Parlamento y los medios, forma parte de un plan de marketing perfectamente elaborado. Si además se incita al miedo, se convierte en una bomba en manos del Fascimo.
Por mucho que nos llevemos las manos a la cabeza, por mucho que se apele a la decencia, al respeto y a la buena educación, es normal que tanto la caverna política, como la mediática, usen el libelo y la descalificación para hacerse oír. Suele pasar con quien no tiene argumentos para la discusión. Lo vemos en el Parlamento, pero también en las tertulias televisivas. Cuando alguno de los participantes lanza un mensaje progresista arropado por una lógica contundente, los oponentes empiezan a cacarear para que el espectador no pueda escucharle o, al menos, atienda más al ruido que a los argumentos. No es que les falten ideas y tengan que recurrir a estratagemas. No. La actitud peleona y barriobajera, forma parte de un plan de marketing perfectamente elaborado que históricamente ha funcionado, más aún cuando se le acompaña de una apabullante batería de noticias que incitan al miedo.
Es normal que hablen de la ocupación de viviendas, aunque éste sea un problema prácticamente inexistente según los datos oficiales. Poniendo el tema sobre la barra del bar, se evita cuestionar la inmoralidad que supone el acaparamiento de propiedades por parte de fondos buitres y ávidos rentistas. Pero además el que ha conseguido tener un par de pisos a base de hipotecas y horas arrebatadas al disfrute, se alinea con los anteriores aterrorizado al pensar que va a perder lo poco que ha logrado. El pequeño propietario se cree el mismísimo Rey Midas, y como tal, en vez de detenerse a estudiar la ley que le protege, exige la criminalización de quien nada tiene. Las mentiras largamente repetidas, acaban por ser creíbles.
Es normal que, a pesar de haber votado en contra de todas las leyes que defienden los derechos de las mujeres y la libertad sexual, ahora pretendan convertirse en paladines de todo aquello que han negado, igual que hicieron con el divorcio o el aborto. Es más rentable mentir asegurando que se libera a los delincuentes sexuales que reconocer que la protección de las víctimas de la violencia machista o el intento de acabar con la cultura del patriarcado, les importa menos que una mierda. Saben que quienes los escuchan, quien más, quién menos, tiene hijas, hermanas, amigas. El miedo. De nuevo, el miedo.
También es normal que acusen a este gobierno de ilegítimo insistiendo en que solo pretenden mantenerse en el poder al precio que sea. Después de emponzoñar las instituciones, después de deslegitimar la política a base de robos y corruptelas, después de conseguir el desinterés de la población, el discurso les funciona. Si todos los políticos son iguales, mejor quedarse con quienes siempre han mandado. ¡Al menos ya sabemos de qué pie cojean!
Lo que ya no me parece tan normal es que se mantengan las reglas del juego con quienes no las acatan. Echo de menos que, cuando se refieren al “Golpe de Estado en Catalunya” no se les calle con la única respuesta verdadera. Aquí, en nuestra época, solo ha habido un golpe de Estado y ese fue el perpetrado por Franco, el Gran Sapo Iscariote, con la ayuda de la Iglesia, las potencias fascistas y el silencio del Capital y las democracias burguesas. O que cuando se refieren a “los herederos de E.T.A.”, no se transmita claramente a la ciudadanía que Bildu no es una organización paramilitar, sino un partido político cuyos representantes han sido elegidos democráticamente por la población y como tal merecen el respeto, más aún cuando quienes les acusan de lo contrario sí que atesoran la herencia de quien nos sometió cuarenta años a sangre y fuego. Lo mismo cuando insinúan que una ministra lo es por sus relaciones familiares y nadie recurre a la figura del Rey, que ese si que está por lo que está, por ser fruto de un regio coito.
No quiero decir que se instaure la bronca continua, tampoco el “y tu más”. Pero el “borrón y cuenta nueva”, el silencio pactado en la llamada Transición ha provocado un peligroso desconocimiento de nuestra reciente historia y tiene que terminar de una vez por todas.
Y ya de paso, podríamos acabar también con las luchas entre quienes creemos en un mundo más justo e igualitario. Lo que tenemos enfrente se llama Fascismo y solo se le vence con las armas de la verdad y la unidad. A pecho descubierto, sin miedo.