Yo no sé lo que son días normales, para mí todos los días son normales y jodidos. Me levanto siempre con un desasosiego en el corazón, con una angustia que no vea usted. Lo primero que hago al levantarme es darme cuenta de cómo está la casa, sabe usted, me doy cuenta de la mierda que hay por todas partes, de la suciedad y del abandono. Y de la cama que siempre está como húmeda de sudor, con las sábanas sucias, porque nosotros sudamos mucho. No sé si usted lo sabe, pero nosotros los yonquis echamos un sudor como apestoso, sabe usted, un sudor medio raro y ahí ya empieza la jodienda. Ya empieza a ir todo mal, todo jodido, como le dije al principio. Me pongo triste a tope, me entra un muermo que no está en los papeles.

A mí, lo que me gustaría es tener el pisito un poquito más arreglado, no sé, como mejor, más limpio, con algunos muebles que no tienen que ser de esos caros, ni grandes. Yo sería feliz, pero que muy feliz, con unos cuantos muebles y con el piso limpio, pero ya lo ve usted, la mierda llega hasta las paredes… Bueno, le sigo contando, como ya le dije, para mí no hay días normales, como esos que tiene todo el mundo, para mí los días son una sucesión de horas, de minutos que parece que pasan muy lentos, pero que luego se van muy deprisa, a mucha velocidad. Se van tan deprisa que de pronto es Navidad, de pronto verano y yo hago siempre lo mismo…

Verá, al levantarme lo primero que hago es darme el pico de por las mañanas, que es el mejor de todos. Todas las noches, cuando me acuesto, dejo preparado un pico en la mesita de noche, porque si no lo tengo, no paro hasta conseguirlo. Vamos, que es como un seguro para empezar el día. Y digo lo de empezar el día por decir algo, porque yo me levanto pasadas las dos de la tarde, o sea, a la hora de comer. Con el primer pico del día me ducho y me arreglo, aunque eso de arreglarme sea un decir. Lo que hago es maquillarme a modo y vestirme lo mejor que puedo, lo más elegante posible, para dar el pego. Son las exigencias del curro… Y con esto y con lo otro me dan las cuatro o las cuatro y media y entonces bajo y me voy para el Burbujas, que está al lado de casa. Ésa es la hora mejor porque todavía no hay clientes y las chicas se están pintando y arreglando para las siete. Bueno, entro y me pongo a charlar con ellas.

Ahora hay cinco chicas en el Burbujas, antes llegó a haber hasta doce, fíjese usted… Verá, suelo charlar bastante con una que se llama Gladis y con otra a la que llaman Tarzana. Las dos son dominicanas y a las dominicanas les gusta cantidad vestirse bien y maquearse de cosas caras. Hay veces que no tengo pedidos, pero casi siempre sale algo: colonia, medias, bragas…, carretes de fotos… Aunque los días mejores son los que me encargan pedidos fuertes… Yo, lo que mejor trabajo, vamos, mi especialidad, por así decirlo, son los zapatos. Cuando tengo pedidos de zapatos me pongo la mar de contenta. Con zapatos puedo sacarme hasta diez y quince papales en un solo día y eso es bastante. Pero, claro, no todos los días salen pedidos de zapatos, de modo que si veo que en el Burbujas no hay curro suficiente, pues me voy para el O´Dolly, que está por ahí, por la calle del Pez, y hago lo mismo. Hablo con las chicas y ellas me hacen pedidos… Como ya le he dicho, con unas cosas y otras me han dado ya las siete y, entonces, me pongo al curro.

Yo tengo la lista de los grandes almacenes y me voy turnando. Como hay tantos, hay veces que no repito en el mismo hasta los dos o tres meses. Ésa es la única forma de que no se mosqueen conmigo y no me pesquen.

Suelo entrar tres cuartos de hora antes de que cierren, que es la mejor hora, cuando las dependientas y los vigilantes están cansados y prestan menos atención. Yo entro como una señora, bien vestida, maquillada y con mi bolsa de esos grandes almacenes en la mano. Entonces me dirijo derecha a los pedidos que tengo. Si tengo pedido de zapatos, pues me voy a la zapatería y si es colonia, cremas de belleza o perfumes, un suponer, pues voy a la sección correspondiente… El problema no está en pillar las cosas y meterlas en las bolsas. El rollo difícil es quitarles el imán ese jodido que hace que piten las alarmas de las puertas. Eso sí que es jodido. Yo llevo un par de electrodos que aplico a los zapatos o a la colonia, o a lo que sea, y corto el imán. Le doy lo que en nuestra profesión se llama toquecito.

Bueno, si lo que voy a buscar son prendas como faldas, jerséis, abrigos o cualquier otra cosa, lo que hago es quitarles el imán con unos pequeños alicates que llevo en el bolso… ¡Je, Je, je!, eso, para mí, es lo más difícil. Luego, lo de salir con la cara y perderse es fácil. Es lo más fácil que hay en el mundo. En cuanto consigo lo que busco, me entran unas ganas de pico que no vea usted, me muero por el pico, pero lo que hago es irme para los clubes y voy repartiendo el género y cobrando el dinero. Yo me llevo la mitad justa de lo que marca. Un suponer: tenemos unos zapatos de 20.000 pesetas, pues me pagan 10.000 y tan amigos. Con el dinero calentito en las manos, me voy para la plaza y me busco la vida. Me agencio cuatro o cinco chutes y me guardo uno para la mañana, para cuando me levante y esté en las últimas, como ya le dije al principio…

Con unas cosas y las otras son ya las nueve o las nueve y media, porque algunas veces me quedo de charleta con las chicas de los clubes si no hay clientes, y me voy a tomar un sándwich mixto ─que es lo que más me gusta─ y me voy de copas a alguna parte. Entre chute y chute, copa y copa, me dan las cinco o seis de la mañana y entonces me voy para casa otra vez.

En casa me tomo dos o tres pastillas, me meto en la piltra y a sobar, caigo como una piedra. Y al otro día, lo mismo. Así son mis días, o sea, todos los días de mi vida.