Los primeros de enero son días aperezados, suelen empezar despacio, con pocos ruidos pues en la noche los hubo suficiente. Son los que la periodista chilena Carolina Vázquez llama “días suspendidos”, un imaginario colectivo del inicio de una supuesta nueva época por la que se brinda copiosamente y se reparten y reciben toda clase de buenos deseos y enhorabuenas. Pero hay algunos primeros de enero que han roto la monotonía.

El primero de enero de 1804 Haití proclama su independencia, la primera en Nuestra América, derrota el colonialismo francés y elimina la esclavitud. Un primero de enero, el de 1959, el pueblo cubano dirigido por Fidel Castro derrota a una dictadura mafiosa que había convertido el país en un inmenso casino y centro de descanso de las mafias de Miami. Los sabuesos del dictador no se podían imaginar que la sublevación se concretaría un día en que los amaneceres caribeños son de alargada celebración. Otro primero de enero, el de 1974, un comando guerrillero del Movimiento 19 de Abril -M19- culmina una acción inimaginable, intrépida y de alta ingeniería. Por un túnel sigilosamente construido durante varios meses entraron a un custodiado cantón militar en el norte de Bogotá y cuando la ciudad celebraba entre cantos, luces pirotécnicas y abrazos el fin del año, los audaces guerrilleros sustrajeron cinco mil setecientos fusiles para armar a una guerrilla que había hecho su presentación en sociedad en enero de ese mismo año, con otra acción de espectacularidad, robándose la espada del libertador Simón Bolívar. Y el primero de enero de 1994, cuando no solo se estaba en esos días del tiempo suspendido, sino que según un libro de moda se había llegado al fin de la historia, finalizaban las confrontaciones ideológicas y el liberalismo se imponía para todos los tiempos, surgió un hecho que despertó ilusiones y esperanzas en una América Latina sumergida en la desesperanza. En Chiapas el Movimiento Zapatista se había levantado con sus armas, sus proclamas poéticas y sus capuchas. La historia no había terminado, señoras y señores. Y este primero de enero tomó posesión como presidente de Brasil el obrero metalúrgico Luis Ignacio Lula da Silva. Recibió la cinta presidencial de manos de una humilde mujer que se rebusca la vida recogiendo y vendiendo cartones. El poderoso Bolsonaro había tomado las de Villadiego sabiendo que culminada su presidencia perdía la inmunidad y hay muchas cosas por las que debe responder ante la justicia.

Lula no la tendrá nada fácil pero tiene la experiencia, la capacidad negociadora y un programa inmensamente humanista que le servirán para la tarea de reconstruir el país que Bolsonaro destruyó. Tiene aliados estratégicos en la región con quienes hacer piña para que América Latina tenga, como pidiera hace medio siglo Salvador Allende, “voz de continente”.

Al final parece que los días de fiesta de fin de año no siempre son tiempos suspendidos.

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