“No creo que la esperanza sea una categoría científica. Y no creo que la gente luche o mantenga el rumbo por esperanza. (…) Escribo porque espero que las personas que lo lean no necesiten un montón de esperanza o buenos finales, sino que lean para saber contra qué pelear, y pelear incluso cuando la pelea parezca inútil.” Mike Davis

En pleno 2020 y, por tanto, plena pandemia, la editorial Capitán Swing publicó un libro imprescindible para entender qué estaba ocurriendo: Llega el monstruo, del sociólogo Mike Davis. En esta obra revisitaba su El monstruo llama a la puerta (2005), donde a cuenta de la gripe aviar ya escribía: “Las conmociones medioambientales inducidas por el ser humano —el turismo de ultramar, la destrucción de humedales, la Revolución Ganadera auspiciada por las transnacionales, la urbanización del tercer mundo con el consiguiente crecimiento de las inmensas barriadas pobres— son las responsables de que la extraordinaria mutabilidad darwiniana de la gripe se haya convertido en una de las fuerzas biológicas más peligrosas para nuestro asediado planeta. Del mismo modo, nuestra aterradora vulnerabilidad frente a esta y otras enfermedades emergentes es un producto de la pobreza urbana concentrada, de la negligencia de la industria farmacéutica —que desatiende el desarrollo de vacunas porque considera que las enfermedades infecciosas no son «rentables»— y del deterioro, cuando no colapso, de la infraestructura de la salud pública en algunos países, tanto ricos como pobres”. Increíble repaso por todos los males del capitalismo en un solo párrafo y de lo que nos jugamos, también en términos de salud, si seguimos permitiendo que este modelo basado en la muerte y la destrucción siga en pie.

En su nuevo libro, al calor de la pandemia de la covid, añadía al título COVID-19, gripe aviar y las plagas del capitalismo.

En la Ciencia para el Pueblo de este mes traemos al autor recientemente fallecido por sus enormes contribuciones a la sociología y por su increíble compromiso social. David no fue solo un brillante sociólogo: nacido en California, fue historiador, geógrafo, teórico urbano, activista político marxista y, sobre todo, un obrero de impecable conciencia de clase. De hecho, Davis abandonó los estudios con la enfermedad de su padre y trabajó de carnicero y camionero. Fue precisamente el sindicato de carniceros quien le consiguió una beca para estudiar Economía e Historia en la Universidad de California. Pero probablemente resulta mucho más esclarecedor para conocer a nuestro personaje el motivo de su vuelta a los estudios: como él mismo señalaba en algunas de las entrevistas a lo largo de su vida, lo hizo por la necesidad de construir pensamiento político crítico y alejar a militantes, activistas y sindicalistas de respuestas a corto plazo, muchas veces violentas, que tantas veces surgían durante los conflictos sociales que presenció. Las clases populares no debían, entendía Davis, buscar el corto plazo, sino pensar a largo plazo en cambios estructurales.

Su, como decíamos, impecable conciencia de clase fue el hilo conductor de toda su obra: desde sus investigaciones sobre el problema de los impuestos territoriales en Los Ángeles y la lucha de clases (su famosísima obra Ciudad de Cuarzo) hasta el impacto del capitalismo en el desarrollo de enfermedades infecciosas, pasando por el estudio de la extensión de favelas (Planeta de ciudades miseria), los movimientos sociales antirracistas  (Prende fuego a la noche ) y o la militarización de la vida social (Control urbano: la ecología del miedo). Y la lucha de clases siempre presente explicando todas estas cuestiones.

En 1998 obtuvo la reconocida beca MacArthur y quizá tenga doble mérito por tratarse de un investigador cuanto menos provocador. Sus estudios sobre el impacto de las políticas urbanísticas (aunque en rigor sería mejor hablar de corrupciones urbanísticas) le hicieron recibir el apelativo de “radical que odia las ciudades”. Tremenda ceguera la de algunos urbanistas que señalan al mensajero.

Sin duda Davis fue un brillante académico en la Universidad de California en Riverside, pero no dejó de lado el compromiso con la divulgación y, por tanto, con la formación de la clase trabajadora que le había llevado a la Universidad: participó, entre otras, en la New Left ReviewSin Permiso o la Socialist Review, revista del Socialist Workers Party.

Genio y figura hasta la sepultura, en unas de sus últimas entrevistas, concedida a Los Angeles Times, antes de morir dijo que lamentaba que su muerte no sería en las trincheras, luchando.

Hay que reconocer que también los genios se equivocan. Las trincheras son diversas y él ocupó una de las más necesarias, la que permite hacer realidad la (a veces tremendamente sobada) frase de Gramsi: “Instrúyanse, porque necesitamos toda nuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitamos todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitamos de toda nuestra fuerza”.

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