Un monstruo recorre Europa: el monstruo del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han unido en Santa cacería contra él: el defensor del Pueblo y el Presidente del Banco Central Europeo. Heidegger y Biden, los postesentayochistas franceses y los habermasianos alemanes.

Una cosa está muy clara; hay que tener muchos conocimientos para escribir este ensayo. Sólo un filósofo titulado, que a su vez conozca el cine como para analizarlo hasta por planos y que a su vez tenga una perspectiva marxista preclara, podría llevar a buen término este libro.
Falconetti Peña ha pergeñado esta obra, con una maestría, investigación previa (se nota), florida escritura y un estilo ágil y ameno, que te deja pensado durante y tras su lectura: “¿Cómo es posible que haya visto tantas veces esta película y no me haya percatado de estas referencias?“.
Pero, como diría el ilustre Doctor Frankenstein, vayamos por partes (que luego ya las uniremos todas).
LA PELÍCULA
Frankenstein (1931), que en España se distribuyó bajo el título El Doctor Frankenstein, fue una de las producciones de Universal Pictures que durante la década de los 30 y 40 principalmente popularizaron una franquicia basada en los monstruos clásicos de la literatura.
Tiene más aspectos en común con la obra de teatro de Peggy Webling que con el libro original que dio lugar a todo lo demás: Frankenstein o el moderno Prometeo, escrito por Mary Shelley en 1818. Mientras en la obra original el monstruo no sólo hablaba sino ocupaba con sus disertaciones gran parte de la obra y era movido por complejos sentimientos de abandono por parte de su creador, en la película la criatura se simplifica; probablemente al ser concebida como una película de terror, más que un drama existencial. En todas las diferentes versiones, eso sí, la trama principal surgía de las aspiraciones de un científico a crear vida a partir de la unión de partes, órganos y tejidos de cadáveres anónimos.
Dirigida por James Whale, que ya había rodado dos filmes, aunque bastante alejados del terror dejó una de las obras más celebradas del cine de todos los tiempos. Con grandes influencias del expresionismo alemán pero que consiguió innovaciones siempre recordadas.
Un mudo y por entonces desconocido actor Boris Karloff nos regaló un monstruo con cuyos rasgos siempre se identificaría en adelante al personaje literario. Mucho más instintivo y movido por una agresividad cuyo origen se explicaba por el uso de un cerebro morfológicamente imperfecto (al más puro estilo de la eugenesia que tanto influyó a los científicos nazis).
FILOSOFÍA Y LUCHA DE CLASES
El autor establece un paralelismo entre la teoría del filósofo alemán Heidegger y la película. Pensemos que en el 31 el nazismo estaba en auge y determinados intelectuales se decantaban convenientemente por apoyar al Reich. Es el caso de Heidegger que fue militante del partido nazi y rector de la Universidad de Friburgo tras la llegada de Hitler al poder.
En contraposición a ese pensamiento, Falconetti encuentra en el monstruo a los desheredados, al único elemento que se enfrenta al doctor burgués, que por puto ego juega a ser Dios, para el que la mujer es un mero elemento secundario; a la masa furibunda que lo persigue con antorchas por ser diferente, pero bebe agradecida las cervezas que les ofrecen sus señores feudales condescendientemente.
Nunca antes se había analizado un clásico escena por escena, desde el conocimiento técnico de un cineasta, desde un conocimiento profundo de la filosofía y desde una sensibilidad y dialéctica marxista. Nunca un monstruo fue tan humano. Y posiblemente no se encuentre tan fácilmente un ensayo tan arriesgado a la par que brillante, como este de Falconetti Peña.