El 23 de mayo de este 2023 se cumplía el centenario del nacimiento de Bittori Bárcena, que nos dejó hace cuatro años. Y constituye una buena ocasión para trazar una breve semblanza de su vida.

Bittori era una obrera donostiarra de la fábrica de discos Columbia, situada en el barrio del Antiguo, de San Sebastián, en aquella posguerra un barrio proletario, lleno de fábricas. Era una obrera sencilla, humilde, sin gran formación a causa del corte que supuso en su etapa escolar la Guerra Civil, que le pilló con trece años. Pero era una obrera rebelde, inconformista, con una elevada conciencia e instinto de clase, y que no callaba ante ninguna injusticia que se produjera en el taller. A pesar de ese capitalismo duro, oscuro, y cómplice con el franquismo de la posguerra, en el que era tan difícil y arriesgado levantar la voz.

Era hija de un represaliado político, por republicano y sindicalista de la UGT, que estuvo preso después de la guerra en campos de concentración, en campos de trabajo, durante un par de años; y que se convirtió tras su puesta en libertad en un represaliado social; perdiendo su anterior empleo y siéndole desde entonces muy difícil encontrar un trabajo estable, malviviendo toda la familia con sus trabajos precarios. Así pues, en la familia, Bittori también se nutrió de ideas izquierdistas y antifranquistas.

Bittori, en su juventud, mientras trabajaba en la fábrica de discos Columbia, comenzó a frecuentar con otros chicos y chicas de su edad un grupo montañero, que realizaba excursiones los domingos, el único día libre de la semana, a los montes de la comarca. En esa cuadrilla conoció a Roberto, hermano de Marcelo Usabiaga, quien, sabedor de sus ideas contrarias al régimen franquista, le contó que tenía un hermano preso por comunista en la prisión de Burgos, condenado a una larga pena. Bittori sintió de inmediato el deseo de solidaridad hacia ese preso, y se interesó por él. Le escribió a la cárcel, y el preso le respondió. A esa primera carta le siguieron otras, y, poco a poco, fue creciendo ese correo de la solidaridad, encendiéndose sobre él una relación superior, una relación de amor. Y Bittori comenzó a visitar a Marcelo en la prisión, en viajes que eran muy costosos para ella. Significaban desplazarse a Burgos en tren, hospedarse en la ciudad, para ver a su preso apenas un rato en unas condiciones terribles como eran las de las visitas a los presos en los años 40-50. Un locutorio separado por dos verjas metálicas separadas por un metro y medio, un pasillo por el que deambulaban los policías y funcionarios. A un lado de una verja estaban los presos, al otro lado de la otra verja las visitas, que gritaban sus palabras para que pudieran ser escuchadas. Con mucho cuidado de no decir nada ilegal pues de inmediato era silenciado y reprimido por alguno de los policías que patrullaban el pasillo divisor. El ruido era ensordecedor, lo más alejado de la intimadad que uno pueda imaginar. Bittori se enamoró de Marcelo y, a pesar de que éste intentó atenuar los sentimientos de ella, para que no sufriera, dado el largo tiempo que aún le restaba de condena, no lo consiguió. Bittori siguió visitándole, escribiéndole, esperándole.

Bittori no sólo le esperó, sino que se convirtió en una de esas mujeres decisivas en la vida de los resistentes recluidos, decisivas para la divulgación de las ideas antifranquistas, para el sostén material de los presos. Ella, ellas, se ocupaban de recibir los objetos artesanales que los presos políticos fabricaban en la cárcel, y realizaban pequeñas reuniones con amigas, con vecinas, para vender esos objetos y obtener dinero para los presos. Ese dinero era muy importante para que los reclusos pudieran comprar comida en el almacén de la prisión, capital para la supervivencia, porque la alimentación de la cárcel era pésima y escasa, y si no era suplementada con más comida, conducía inexorablemente a la enfermedad. Además, esas reuniones servían para dar a conocer a la gente cercana la existencia de los presos políticos, algo que el régimen pretendía esconder. Esas reuniones eran muy arriesgadas, porque, por cuestaciones para recabar dinero para los presos políticos, había gente condenada a largas condenas en las prisiones franquistas.

A veces esos objetos de artesanía, barcos, aviones, portarretratos, cajas de música, etc, llevaban un secreto invisible, bien escondido. Se trataba de algún mensaje escrito en miniatura sobre un papelito enrollado, para la dirección del Partido Comunista, o para Radio Pirenaica. Entonces, Bittori, o la compañera de algún preso, avisada de que tal objeto llevaba el mensaje oculto, debía extraerlo y hacerlo llegar a su destino por los canales que ya conocía. Así también realizaban una gran labor a la causa de la resistencia antifranquista, pues esos mensajes permitían conocer la real situación de los presos de Burgos, y contarla al pueblo español a través de las ondas de la mítica Pirenaica.

La memoria también está cargada de porvenir

Es preciso recordar el pasado, para conocer y no olvidar los ejemplos de mujeres como Bittori; de militantes muchas veces heroicos, gentes que estuvieron a la altura de las circunstancias, que hicieron lo que había que hacer en condiciones muy difíciles, extremas, jugándose la vida, sin pedir nada a cambio. Es un pasado que ha conformado las señas de identidad comunistas, una identidad indoblegable anticapitalista, un pasado que constituye nuestro ADN, donde arraigan nuestras raíces. Pero también es importante señalar que mirar atrás, a nuestra memoria, recordarla, no constituye sólo un ejercicio de orgullo sobre nuestro pasado. Ni siquiera porque lo hagamos para tomar ejemplo e impulso para la lucha en nuestros héroes y heroínas. No se trata de un ejercicio contemplativo de un pasado muerto, no; porque la memoria no es solamente un contenedor de lo sucedido, del pasado ya consumido, de lo ya vivido y acabado; sino que la memoria es también el depósito donde se guardan los sueños no realizados, los sueños que nuestros predecesores persiguieron y no consiguieron alcanzar. Y esos sueños por conseguir siguen llamando a nuestra puerta para ser realizados como una deuda pendiente. Siguen vivos como un deber. Así que la memoria también está cargada del porvenir para esos sueños. Los sueños de esa sociedad socialista por la que luchó Bittori hasta el final de sus días en las filas del Partido Comunista, los sueños que están esperando en nuestra memoria, aguardando pacientes, pero con la marca de ser, de existir para realizarse.