En este momento, leemos y escuchamos discursos que giran en torno a la relación entre mentira y política. Como si la mentira no hubiera acompañado siempre a la política. Entonces, ¿por qué tanta insistencia? Merece la pena pararnos y observar cómo existen elementos novedosos en la política actual que resultan impactantes.
La estrategia política de la derecha, del trumpismo propio o ajeno, utiliza la mentira como herramienta fundamental. Pero de forma nueva, y sus elementos han de ser descritos.
En buena parte del siglo XX, se ha estudiado mayoritariamente la mentira en el caso de los regímenes totalitarios. Como si fuera propio de este tipo de sociedades y la democracia estuviera más preparada para poder disolverla. Por el impacto de la II Guerra Mundial y la barbarie nazi fue estudiada por Hannah Arendt la forma en que todo un pueblo alemán fue subsumido en el relato nazi.
No es la democracia un sistema menos propenso a la mentira política. La diferencia, por ahora, es que no nos meten en la cárcel por denunciarlo.
Considero fundamental al menos tres referencias históricas para poder afrontar esta explicación con alguna posibilidad de éxito.
LA ATENAS DEMOCRÁTICA.
“Sócrates.— Esta ventaja del orador y de la retórica ¿no es la misma con
relación a las otras artes? Quiero decir si no es necesario que se instruya
de la naturaleza de las cosas y que baste que invente cualquier medio de
persuasión de manera que parezca a los ojos de los ignorantes más sabio
que los que poseen esas artes.” Platón, Gorgias (en Diálogos) (1).
La democracia griega sufrió desde su inicio la tensión que retóricos y sofistas conseguían mantener en las asambleas. Es más, las familias más pudientes buscaban sofistas que enseñaran a sus hijos el arte de convencer en las diferentes reuniones, ya fuera en el Ágora, en los juzgados o en los banquetes. Quien dominaba la retórica formaba una élite dedicada a dirigir por su capacidad de convencimiento.
Filósofos como Sócrates se enfrentaron con estos sofistas, siendo el Diálogo platónico llamado Gorgias el más bello ejemplo de este enfrentamiento.
En este Diálogo, Gorgias, afamado sofista, se somete al debate y al interrogatorio de Sócrates. Ambos acuerdan que la función del retórico, del sofista, consiste en persuadir a los oyentes. Una persuasión que no necesita del conocimiento técnico sobre el asunto que se trata.
Es más, puede suceder que un médico no sea capaz de convencer al enfermo sobre su diagnóstico y tratamiento, pero el sofista sea capaz de persuadirlo. Aunque el sofista puede convencerlo de lo contrario, sólo necesita un discurso bien elaborado.
Persuadir no es demostrar. El acto de persuasión es el que marca la independencia de la actividad política respecto a la ética y la búsqueda de la verdad. Es más, la persuasión requiere de un público ignorante en la materia. Con personas entendidas, sólo cabe demostrar qué tesis es la más correcta. Siempre, desde su origen, la política ha sufrido esta división. Sócrates y Platón no podían aceptar este estado de cosas, y se enfrentaron con la política de su momento.
Sin embargo, Sócrates y Platón podían combatir a los sofistas porque se enfrentaban con ellos en un espacio (el espacio público ateniense, donde sí se tomaban decisiones sobre la ciudad) y un tiempo (el suficiente tiempo para el debate, para el interrogatorio, tan apreciado por los atenienses como el resultado de la discusión), en los que era posible la comunicación y pelear por buscar la verdad.
En una sociedad capitalista como la actual, esto es imposible. El espacio y el tiempo están absorbidos por el mercado (2). No pasa como en épocas anteriores, en que la alienación era propia del tiempo de trabajo. Hoy, la pantalla y cualquier otro tipo de consumo, nos lleva a un ocio colonizado por el mercado. A la vez, el mercado impone un tiempo acelerado que responde a necesidades comerciales y que se ha convertido en el ritmo de nuestras vidas. Y un espacio, el virtual o el del mercado, que tiene dueños y es un espacio que manejan otros.
EL ENTUSIASMO REVOLUCIONARIO.
La Revolución Francesa es el momento histórico en que el pueblo entra en masa a protagonizar la política. Ya no son reinos que se enfrentan, ni fracciones nobiliarias. Es el pueblo el que se enfrenta con quien lo esclaviza. No sólo en Francia, sino en toda Europa y América.
Kant llama al sentimiento del pueblo transformando la sociedad, entusiasmo. No sólo es el entusiasmo por el progreso efectivo que se consigue en la Revolución, sino que el mismo entusiasmo es en sí mismo un signo de progreso popular. En el caso de la Revolución Francesa, el entusiasmo es, además, quien revela una “comunidad ética” que proyecta a la humanidad al futuro, a la Paz Perpétua (como lo ve el mismo Kant).
El momento revolucionario provoca el entusiasmo en quien rompe con todo tipo de alienación y coge la realidad con sus manos. El momento revolucionario es en el que el ser humano se hace carne, abandonando el lugar que le habían asignado en esta sociedad.
La derecha, la reacción, siempre ha odiado este entusiasmo, netamente democrático, por el que el pueblo agarra la historia y la cambia. Es por ello por lo que la reacción ha pretendido eliminar el entusiasmo.
El descrédito de la democracia, de líderes obreros, el alejamiento popular respecto a la política han sido los primeros elementos con los que la reacción ha querido deteriorar la democracia, para eliminar su carácter revolucionario.
El descrédito de la política, y el desprecio de clase. Impresiona investigar sobre la Comuna de París y encontrar al reaccionario Goncourt paseando por aquellos días y aquellas calles (3). Las mujeres revolucionarias le dan asco. Los guardias nacionales son unos pordioseros odiosos. Y así cada colectivo de aquellos días. Es un paseo por un París revolucionario expandiendo el desprecio de un burgués contra el pueblo.
Descrédito y desprecio, esos son los elementos de la derecha entonces y ahora.
LA POSTMODERNIDAD.
A principio de los 90,s, el filósofo marxista Frederic Jameson (4) nos introducía en el significado de este término y su aplicación práctica. Siempre estaremos agradecidos unos cuantos a José María Ripalda por introducirnos en esta cuestión fundamental y hacernos convivir con Jameson.
Desde ese momento, hemos podido observar cómo se ha ido aplicando el término postmoderno a cosas diferentes, a veces sin nada que ver con su significado.
En política, postmodernidad se ha querido aplicar a lo que algunos sectores consideraban debilidades de una izquierda “light”. O la identificación con planteamientos socialdemócratas, o a alguna otra “desviación dogmática”.
Volvamos a su significado y cómo lo explicaba Jameson. Nos ofrecía la siguiente imagen: la postmodernidad, como el mercado, puede explicarse como una enorme estantería donde reposan los objetos, desvinculados de su origen e incluso del uso para el que fueron concebidos, y que se nos ofrece, cada uno de ellos, como una opción de compra.
La postmodernidad, ideología que acompaña al neoliberalismo, constata que las cosas han roto su vínculo con lo que son y para lo que fueron creadas. Más allá de su valor de uso, e incluso, más allá de su valor de cambio, alcanzan en el consumo un valor -inmediato, voraz, inacabable- que determina la relación del sujeto con la realidad. Además del fetichismo de la mercancía, debemos hablar de la completa alienación del sujeto, sólo concebible como consumidor, superado, tragado y digerido por el mercado.
La ruptura del vínculo con la realidad, también se da en la palabra. Deja de existir la referencia a su significado. La palabra sólo tiene sentido en relación con otros textos, con otros discursos. Un mundo propio que no aspira a reflejar la realidad, sino a producirse y reproducirse en esa relación.
Es el caso de la actual técnica política que solemos llamar “construir el relato”. No importa que este relato sea correcto. No se pretende que sea un discurso que hable de la verdad, ni siquiera pretende ser verosímil. El relato sólo existe en su relación con otros discursos y se valora por su éxito en el mercado. No hay nada más postmoderno que esta “construcción del relato”.
En una escena de Pulp Fiction, Bruce Willis en su papel de boxeador, escapa del lugar de la pelea cogiendo un taxi. En él, le pregunta a la taxista qué significa su nombre, que ha visto que es Esmaralda. Se lo explica y le pregunta qué significa el suyo. Le responde “soy americano y nuestros nombres no significa una mierda”. Pues así, todo como el nombre del boxeador de Pulp Fiction.
ALGUNAS CONCLUSIONES
El mercado conforma una sociedad que renuncia a tener una dimensión humana, es lo humano lo que debe acoplarse a la dimensión del mercado.
La política de este momento, neoliberal y postmoderna comparte en cualquier lugar algunas características a las que nos hemos referido:
- Sólo persigue la persuasión. Y lo hace en un espacio y tiempo que no permiten la discusión de lo que se dice. El espacio y el tiempo está colonizado por el mercado.
- Frente al entusiasmo revolucionario el sistema y la derecha que lo defiende contraponen el deterioro de la política y el alejamiento del pueblo de la política, no vaya a ser que el pueblo haga política y cambie las cosas.
- Los objetos y las ideas han roto su vínculo con su origen y significado. La postmodernidad nos abre al abismo de los mundos inventados, de la creación de realidades paralelas.
En un documental sobre Salman Rushdie, el escritor cuenta que se dio cuenta de que Trump iba a ganar las elecciones el día que cogió un taxi (cada vez me intriga más el mundo del taxi yanqui), y el conductor, que era sij, le dijo que ojalá ganara este tipo. Rushdie, extrañado, le dijo que Trump es racista, y que el taxista y él son indios, extranjeros. Que no podía votar por él por sus consecuencias. El sij le respondió que ya lo sabía, pero en todo caso, Trump es el único que habla claro.
¿Cómo habla claro Trump? Simplemente porque los demás sólo construyen relatos, que además son muy poco verosímiles. Porque su lenguaje termina siendo el mismo, indistinto, ya que al perseguir las reglas para un relato con posibilidades de éxito, terminan pareciéndose todos, creando una imagen de casta que se ajusta a su actitud. Trump sólo rompe la partida. Igual que Ayuso, o más bien Miguel Ángel Rodríguez.
Esas mañanas lisérgicas de leer los mensajes de Twitter desde la Casa Blanca, no era más que eso. Un grito más fuerte y desafinado que el resto. No importaba si era verdad lo que decía. Había quien contaba el número de mentiras que emitía. Un escándalo en otras épocas; un éxito hoy día.
Son muchas más las conclusiones políticas que podemos sacar del análisis. Pero soy consciente de la limitación de un artículo. Sigue habiendo más preguntas que respuestas, por lo que debemos seguir profundizando en estas cuestiones que están en la base de la “batalla cultural” de la derecha.
Notas:
(1).- Gorgias, Platón. Rialp, 2014.
(2).- Hay tanto ruido que no te escucho | Mundo Obrero
(3).- Diario del sitio y la Comuna de París 1870-1871. Edmond de Goncourt. Ed. Pepitas de calabaza. 2020.
(4).- El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Fredric Jameson. Ed. Paidós, 1991.
(*) Militante del PCE