Al calor de las crisis sucesivas de las últimas décadas, desde la crisis financiera del 2008 hasta la crisis sanitaria del COVID-19, la extrema derecha europea ha ido ganando terreno, cristalizando nuevamente las antiguas palabras de Antonio Gramsci, cuando hacía referencia al momento en el que el viejo mundo se muere, y el nuevo tarda en aparecer, “en ese claroscuro surgen los monstruos”. Y es en ese claroscuro en el que nos encontramos, donde han resucitado las diferentes formaciones de extrema derecha y de corte fascista, maquillando inicialmente su discurso clásico para abandonar la marginalidad en la que estaban sumidas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Las bandas de cabezas rapadas dejaron paso a los trajes y las corbatas, y el supremacismo biológico fue mutando al chovinismo de “primero los de casa”.

Con el nacionalismo identitario, la xenofobia y un patriotismo folclórico como mínimo común denominador, distintos partidos de este espectro explotaron el miedo para entrar en los parlamentos nacionales, adoptando distintas formas para adaptarse mejor a las realidades de cada país. Su ideario se ha propagado gracias a la permisividad de los medios de comunicación y al papel de los partidos tradicionales, con la complicidad de unos y la pasividad de otros, e instrumentalizando tanto las redes sociales como los medios, atrapados en el incendio perpetuo de las fake news. Ahora, sus expectativas mejoran ante los escenarios inflacionistas provocados por la guerra de Ucrania y las turbulencias geopolíticas.

En 16 de los 27 países de la Unión Europea, las principales formaciones del espectro de la extrema derecha aumentaron los votos recibidos en las anteriores elecciones, alcanzando cuotas de poder que hace una década parecían imposibles. En 15 países ya superan los dos dígitos en votos. Se trata de una constelación de grupos con distintos matices, igual que en otras familias políticas, pero agrupados por valores comunes nacionalistas, identitarios y conservadores.

Desde 1980 ha habido unos 70 gobiernos europeos con partidos de extrema derecha. Por ejemplo, en los años 90 del siglo XX, ya el italiano Silvio Berlusconi nombró ministros del partido fascista Alianza Nacional (1994). Además, fuerzas de extrema derecha han gobernado en Eslovenia en varias ocasiones y lo hacen actualmente en Hungría y en Polonia.

Italia es el séptimo país de la Unión Europea con presencia de la extrema derecha en el gobierno. Los votos de Meloni unidos a los de la Liga dan un 34% a la extrema derecha

Los partidos de la extrema derecha están en un crecimiento progresivo desde hace 30 años. En los años ochenta, estas organizaciones no lograban alcanzar más del 4% de los votos. Pero fueron subiendo hasta llegar al 8% entre 2007 y 2010, y siguieron al alza con las consecuencias de la crisis financiera. Ahora, a lo largo de los años 2020-2023, la extrema derecha ha vuelto a dar otro salto, enarbolando el negacionismo climático y las teorías de la conspiración.

Podemos detectar en términos generales un cambio de la opinión pública que los ha ido normalizando. Su normalización en la sociedad, facilitada por otros partidos que han comprado sus argumentos, ha conducido a una participación en gobiernos cada vez más frecuente.

No obstante, en paralelo al auge de estas fuerzas, se produce la erosión de los mismos partidos que los han ido blanqueando, los grandes partidos tradicionales de las familias “socialdemócratas” y “populares”, los responsables de la gestión de un modelo que ahora está en cuestión.

Podemos observar cómo la extrema derecha tiene una importante presencia en los cuatro mayores países de la Unión Europea. En Alemania, después de varias décadas en las que la extrema derecha sucesora del nazismo (NPD) era marginal, la formación Alternativa por Alemania (AfD) irrumpió en el parlamento federal en 2017 por primera vez desde la reunificación. En Francia, Marine Le Pen (del partido Agrupación Nacional, anteriormente Frente Nacional) estuvo cerca de alcanzar la presidencia de la República y su partido es la tercera fuerza del país. En Italia, la normalización de Silvio Berlusconi a los discursos populistas abrió las puertas del poder a Matteo Salvini (Liga) primero, y posteriormente a Meloni (Hermanos de Italia). En España, el posfranquista Vox ha logrado en tres años convertirse en la tercera fuerza parlamentaria, recogiendo el campo sembrado anteriormente por el Partido Popular y Ciudadanos, al calor del proceso independentista catalán.

Tras los resultados de Marine Le Pen en las elecciones presidenciales francesas de 2022 (41% en la segunda vuelta), obtuvieron un 18% de los votos en las posteriores legislativas. Si se le suman los resultados en Suecia e Italia, el conjunto de partidos de extrema derecha suman actualmente un 17% de los votos en la Unión Europea.

La derecha tradicional, y a veces los socialdemócratas, han asumido políticas reaccionarias para que nos les desplazara la ultraderecha

En Italia, el 26% que obtuvieron los Hermanos de Italia permitió que un partido de extrema derecha encabezara por primera vez el Gobierno de un país de la Europa occidental desde 1945. Si sumamos a sus socios de la Liga (antigua Liga Norte), el total de votos para la extrema derecha fue del 35%. Con un mayor simbolismo, siendo el país del nacimiento del fascismo, la victoria de la dirigente fascista Giorgia Meloni es un refuerzo a la oleada reaccionaria que pretende arrastrar a los países europeos hacia la negra noche del fascismo que protagonizaron Mussolini, Hitler y Franco en la Europa de entreguerras. Así pues, actualmente Italia es el séptimo país de la Unión Europea con presencia de la extrema derecha en su gobierno nacional.

Más allá de estos cuatro países, en Suecia, los Demócratas Suecos (de orígenes fascistas y supremacistas blancos) lograron adelantar al Partido Moderados (el equivalente al Partido Popular español), con más de un 20% de los votos en las elecciones de septiembre de 2022. Si vamos a Hungría, Viktor Orbán ganó en abril de 2022 por cuarta vez consecutiva las elecciones legislativas, valoradas por la OSCE como libres pero no justas, por distorsiones propiciadas por el gobierno.

Y es que la punta de lanza de la extrema derecha se alza en Hungría y Polonia, los dos únicos países en los que estas formaciones gobiernan desde hace años con importantes mayorías. Víktor Orbán, desde Budapest, y Mateusz Morawiecki, desde Varsovia, gobiernan dos “democracias liberales”, que arrastran serios déficits democráticos y sociales desde la caída del campo socialista. Ambos gobiernos han recortado en derechos y libertades civiles, criminalizando al colectivo LGTBI y a las personas migrantes con una retórica islamófoba, y han puesto a su servicio al sistema judicial.

La opinión pública los ha ido normalizando gracias a la complicidad o pasividad de medios y partidos políticos que han comprado sus argumentos

Otros países donde la extrema derecha gobierna como socios minoritarios de coalición son Estonia, Letonia y Eslovaquia, siendo este país el único miembro de la Unión Europea que cuenta con presencia neonazi en su parlamento. Todos comparten una posición nacionalista, identitaria, tradicionalista y xenófoba.

En Finlandia y Eslovenia, la extrema derecha ya ha superado a los democristianos y lideran la oposición. En Bélgica, el partido nacionalista flamenco Vlaams Belang es la segunda fuerza. En Dinamarca y en Austria han retrocedido y son la tercera, pero sólo después que tanto los socialdemócratas daneses como los cristianodemócratas austríacos, ambos en el gobierno, mimetizasen su discurso. En la República Checa y en los Países Bajos, se mantienen sobre el 10%. En Croacia, Portugal y Rumanía, nuevas formaciones irrumpieron en las últimas elecciones y ya son la alternativa a las tradicionales, como es el caso de la Chega portuguesa.

Por último, Chipre, Bulgaria y Luxemburgo son los países donde la extrema derecha ocupa una menor posición en sus parlamentos. Aún así, la presencia en los gobiernos no ha sido la única vía para que las políticas reaccionarias regresaran al presente, pues su influencia ha servido para que la derecha conservadora tradicional (y en ocasiones la socialdemocracia) las asumiera dentro de sus programas como algo políticamente aceptable, y con la corta visión de intentar frenar las posiciones electorales de la extrema derecha.

(*) Responsable del grupo de Europa del Área de Internacional del PCE