Conocí a Felipe Alcaraz en el Colegio Universitario de Jaén, cuando él era profesor de Lingüística y yo empezaba la carrera de Filología Hispánica. Han pasado muchos años desde entonces, muchos años de militancia política, de reuniones, debates, movilizaciones…, de responsabilidad orgánica -secretario general del PCA y presidente ejecutivo del PCE- y de presencia en las instituciones -diputado en el Congreso y en el Parlamento Andaluz-. Muchos libros acompañan también su andadura: gran lector y conocedor de la Lengua y la Literatura Españolas y brillante escritor, un maestro en el uso del lenguaje, preciso y claro, que disecciona la realidad y la pone ante nuestros ojos. Autor, hasta ahora, de dieciséis novelas, cinco libros de poesía, artículos en revistas y periódicos… Sus dos últimos obras son una serie de artículos aparecidos en Mundo Obrero bajo el epígrafe “Esperando a los bárbaros” que es también el título del libro (Atrapasueños, 2023) y la novela Siberia (Almuzara, 2023).

ANA MORENO: Esperando a los bárbaros… En el último artículo de Mundo Obrero hablas de una alternativa transformadora que se forjará desde la unidad y que, desde luego, es mucho más que una plataforma electoral.

FELIPE ALCARAZ: Los bárbaros son los que están fuera de la norma, del imperio de la norma. Y ésa es la gran esperanza: si entramos en el imperio de la norma es para desequilibrar los equilibrios, como dice un poeta de Ayamonte, Eladio Orta. Y a lo mejor aportamos una solución cultural. Cuando la política no es simultánea a una apuesta cultural e ideológica, se convierte en mercado, muchas veces adoptando la forma de una subasta. Y esa lógica es la que queremos romper los bárbaros: la política convertida en un mercado electoral. Y así, con atrevida libertad, utilizo la metáfora antiimperialista del poema de Cavafis en esta recopilación de artículos publicados en Mundo Obrero, que me ha dado refugio en los últimos once años.

A.M.: Esa alternativa sigue siendo al modelo de Estado, de gobierno y de sociedad…

F.A.: La apuesta consiste en articular socialmente un proyecto de cambio en profundidad, y eso se llama organización. Los partidos del sistema, que “son” el sistema, trabajan en el terreno del mercado político, de la subasta. Lo nuestro, como alternativa de cambio, no admite ese terreno, al menos en los aspectos fundamentales. Es decir, no podemos hacer política desde dentro de la ideología dominante, sindicalizando las propuestas, que al final pueden reducirse a una estrategia keynesiana para aumentar el consumo y poco más. Mientras tanto los partidos-sistema, aparte de a la subasta, se dedican a consolidar la ideología dominante, a través de una estrategia cultural cada vez más visible. Una estrategia dominante que tiene una base muy sólida, y más cercana de lo que parece, ya que el franquismo no fue abolido por la sagrada transición, de ahí que exista un partido neofranquista con más de cincuenta diputados que no deja de disputar la hegemonía en dos ámbitos clave: el feminismo y la familia, y, de otro lado, la memoria y la perspectiva republicana. Hoy, desde ese punto de vista, el máximo defensor del Rey y de la Constitución, incluso del régimen (en su versión más regresiva) del 78, es VOX.

«Si no hay organización, es decir, articulación social del proyecto, no es posible crear hegemonía antidominante, contrapoder»

A.M.: Las ideas no viven sin organización…

F.A.: Claro. Y se suele citar mucho a Anguita con su triplete programa-programa-programa. Lo que pasa es que no se sigue citando un segundo triplete, que era la base de la acción cotidiana: organización-organización-organización. Para un partido revolucionario lo que no se puede organizar no es política, y lo que no es una estrategia de unidad es un error. A los partidos del sistema les basta con una política de imagen y de propaganda. Es su medio, el terreno propio de su lucha política. Para nosotros no basta con eso. Si no hay organización, es decir, articulación social del proyecto, no es posible crear hegemonía antidominante, contrapoder. Reducirlo todo al marketing de candidatos, es adoptar el campo de batalla del enemigo. Y esto, en esencia, es lo que se recoge en el libro Esperando a los bárbaros, concebido por Recio, coordinador de Atrapasueños, y editado primorosamente por Manolo González.

A.M.: ¿Qué diferencia hay entre estar derrotados y estar vencidos?

F.A.: Necesitamos propuestas concretas, de acuerdo, pero también un relato de nuestra lucha, donde cuenta mucho el pasado y también el futuro, en forma de imaginario alternativo. Y desde luego somos la historia de una derrota no asumida. Y ahí radica la diferencia. Derrotados sí, pero no vencidos, porque no queremos parecernos a los vencedores ni asumir sus principios y su forma de vivir, basada en la explotación y la dominación. Y en esto tiene mucho que ver la recuperación de la complejidad del marxismo, huyendo de un marxismo de cuarta división y de la lectura, basada en un presente lleno de ruido y beligerancia inútil, del posmarxismo, es decir, de los posmodernos, esos que hacen desaparecer las causas y consecuencias estructurales (en compleja sobredeterminación) y cuya propuesta central puede resumirse en la frase de Foucault: “Creo que la realidad no existe, que solo existe el lenguaje”.

«Siberia es una situación mental, ideológica. Es la metáfora de una lucha cultural perdida o que no hemos dado. Es una distopía tras el triunfo de la ideología dominante»

A.M.: ¿Qué es Siberia?

F.A.: Quizás la última novela que publique, ya con el pie en el estribo; acabo de cumplir ochenta años. No es un sitio: ni la Siberia rusa ni esa comarca increíble del noreste de Badajoz. Es una situación mental, ideológica. Siberia es la metáfora de una lucha cultural perdida o que no hemos dado. Es la autopsia (durísima, me dicen) de esa derrota. Es una distopía, si se quiere, del panorama tras el triunfo de la ideología dominante, que es siempre la ideología de las clases dominantes. O tal vez una antiutopía. Pero desde el principio mantengo el relato de una respuesta basada en la lucha de clases, en la lucha por un imaginario diferente, en la lucha por constituir un inconsciente ideológico (una espontaneidad) antidominante, que no acepte resignadamente la realidad desde ese argumento que nos dice que es la vida, que lo que ocurre es la vida, y que siempre ha sido así. Pero también parte de una constatación autocrítica, a la que se refirió W. Benjamin: cualquier emergencia del fascismo toma causa de los errores de la izquierda.

«La novela permite una reflexión más lenta, con mejor distancia que otros textos»

Siberia
Felipe Alcaraz
Editorial Almuzara

A.M.: En la cubierta del libro hay una reflexión en forma de preguntas y también la pregunta clásica: ¿qué hacer?

F.A.: En todo caso, la literatura también sirve para señalar la cercanía del abismo, y por eso hago novela, porque ese texto permite una reflexión más lenta, con mejor distancia, que otros textos. Salen distintos personajes en sus siberias particulares, fruto de la explotación y el dominio, pero también sale un comunista viejo. Y un comunista viejo, sobre todo en los momentos actuales, al final siempre se convierte en una especie de don Quijote, extraño a la realidad que se ha creado, en la que realmente no cabe, y realiza una última salida (fuera de sí mismo y de la patria común), con pertrechos de guerra, a pelearse con los molinos de viento. Porque son molinos, pero constantemente movidos por la ideología dominante, que no se ve sino en sus consecuencias, esas que derriban al de la triste figura. Pero el de la triste figura se levanta, se sacude el polvo, y prosigue su batalla, hasta el final, hasta su relato final, en el que se reproduce la misma respuesta pugnaz que en el primero. Como en el caso del poeta Luis Cernuda. Siberia también está dedicada a la memoria de Luis Cernuda, que, con su último libro, me robó el título adecuado: Desolación de la quimera.

A.M.: Aparece en Siberia como una especia de exaltación del feminismo.

F.A.: Sí, el feminismo es un universo clave. Es una estrategia integral contra la norma dominante, que lucha precisamente en el sitio donde más daño se le puede hacer al adversario. Y aparece ese combate fantástico, integral, contra el patriarcado, lo que tú también recoges en tu libro El laberinto del patriarcado. El feminismo marca la esperanza, es la demostración de que se puede combatir a los gigantes del viento dominante. Es un debate que está presente desde hace muchos años, y explícitamente, como una música de fondo inextinguible, desde mediados del siglo XX. Pero un debate de enorme dificultad, aunque los principios estén claros. Es más fácil defender unos principios, que aprender a vivir cotidianamente en ellos, de acuerdo con ellos, ya que llevan las contradicciones a la vida cotidiana, al ámbito de lo familiar y lo privado, a los recovecos donde se oculta la sombra alargada del patriarcado. Por eso hay una beligerancia extrema en este asunto, con la existencia incluso de guardianes radicales del patriarcado que asesinan en las fronteras de clase y de género.

A.M.: Siberia alude en varios momentos a tu novela anterior, Los pobres.

F.A.: También publicada en Almuzara. Manuel Pimentel, el editor, merece un proceso de beatificación por publicar estos textos tan fuera de la norma; es un gran demócrata. Pero sí, hay una referencia constante, porque Los pobres tematizan algo clave, que no tiene en cuenta la política de mercado. Me refiero a esos cerca de doce millones de pobres que son invisibles, que no cuentan, a los que se les ha enseñado a no hablar, a no ser parte real de la sociedad y, más allá, de la historia. Pero existen, y existe su lucha, eso sí, una lucha especial: es la épica de la no épica, es una resistencia minuciosa, que lucha a diario por resistir, por durar, frente al intento del Estado de que duren lo menos posible. Pero ellos insisten, y siguen ostentando sus banderas, en azoteas y balcones: la ropa tendida: los paños de cocina, las sábanas, las camisas, las toallas, las bragas… No se puede concebir una estrategia de poder popular sin contar con esta fuerza inmanente, esta resonancia que se reclama a sí misma en su duración. Y la política de frente amplio no tiene existencia real sin que los políticos de la izquierda no sólo representen a la gente, sino que sean gente, empezando por los pobres, tan numerosos e invisibles. Solo así traducirán su malestar en la participación electoral y, en definitiva, en su apoyo a la izquierda transformadora, evitando así la emergencia del neofascismo.

A.M.: En Siberia citas a Cervantes, Ángel González, Javier Egea, Cernuda…

F.A.: Cito sus momentos de extravío, de extrañeza ante la norma, esa situación que le hace exclamar a Cervantes al final de su producción: “Hoy de mi patria y de mí mismo salgo”. Esa que lleva hasta la pobreza permanente, hasta el exilio dentro del exilio, sin redención posible, a un Luis Cernuda que nunca tuvo una casa, un apartamento propio, que arrastró siempre graves problemas económicos, y que tuvo la inmensa elegancia, a la hora de decidir irse, de elegir un México cuya altura, lo dijo María Teresa León, iba a presionar de manera irremediable sobre su frágil corazón. Esa extrañeza de Egea, por ejemplo, que ve cómo antes de nacer y consolidarse la poesía de clase, contra la explotación y el dominio, en la Granada de 1980, la intervención de factores históricos deja paso a norma “experiencial” y posmoderna.

«El amor no romántico es el terreno antidominante que han sabido producir las feministas (…) Que nadie ponga al amor en la letra pequeña de las ideologías»

A.M.: Todas tus novelas, también Siberia, son novelas de amor.

F.A.: Es posible. El amor no romántico es el terreno antidominante que han sabido producir las feministas. El amor no sirve para nada, salvo para hacer la revolución. Es ese nuevo amor que lo desordena todo y que tiene el cuajo suficiente para enfrentarse al mercado y al afán dominante del patriarcado. Un amor que ya no sirve para cohesionar de cara a la reproducción de la sociedad burguesa, sino todo lo contrario, que desequilibra las cosas, y anuncia la posibilidad de una nueva sublevación tanto en lo público como en lo privado, politizando las cosas de manera transformadora, rompiendo finalmente las fronteras, que parecían inexpugnables, entre lo público y lo privado. Que nadie ponga al amor en la letra pequeña de las ideologías.

A.M.: ¿Y tu escritura para el futuro? ¿Trabajas en algo?

F.A.: Quizás haga poesía, como quien escribe un diario. O dedique un tiempo a un texto teórico sobre la lucha ideológica.

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