Las cercanas elecciones municipales supusieron un mal resultado para la izquierda, y para los comunistas, que concurrían dentro de plataformas plurales. Algunos analizarán con más rigor las razones de nuestra debilidad. Yo busco ideas en otros lugares y bajo dos puntos de vista: el del éxito en enclaves inesperados, como Graz, en Austria; y el de la importancia de los bastiones rojos, que han ido perdiendo su identidad en la medida en que el perfil de vida autónoma de la clase obrera, y todos sus referentes propios, se han ido diluyendo en una sociedad de consumo con el objetivo aspiracional de alcanzar un puesto en la clase media acomodada. Contienen, a mi modo de ver, dos partes complementarias para crecer: ser pioneros en las soluciones para los grandes problemas de hoy en las ciudades; y fortalecer, no perder, la identidad de clase de los sitios. Es preciso añadir que los cuarenta años de dictadura franquista, cuando se produjo parte del desarrollo industrial, impidieron aquí el desarrollo de polos comunistas como los que comentaremos: Seraing en Bélgica; y Boucau, en Francia. Son sólo unos ejemplos.

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He tenido la suerte de charlar con Elke Kahr, flamante alcaldesa comunista de la ciudad de Graz que, con sus casi 300.000 habitantes, es la segunda más poblada de Austria después de Viena. Graz es uno de esos lugares donde la victoria comunista, sin alianzas y bajo las siglas del Partido Comunista Austriaco, el pequeño KPÖ, parecería un sueño. Elke recoge una tradición de su partido que los comunistas españoles apreciamos. A finales de los setenta -cuando en España se abría camino la democracia-, el PCE y los partidos comunistas de Francia e Italia habían culminado un profundo proceso de reflexión y debate que arrancaba de la primavera de Praga de 1968, y en el que, criticando las realidades del socialismo real, buscaba vías propias, democráticas, para el socialismo en sus países, acordes a sus propias tradiciones, y a determinados valores universales. Un socialismo construido por la mayoría, un socialismo en libertad. Y en ese viaje junto al PCE, al PCF, al PCI, grandes partidos con arraigo entre las masas, estuvo en un plano más modesto el KPÖ, compartiendo puntos de vista y objetivos.

En los años 80 el KPÖ tuvo que luchar a fondo contra el anticomunismo imperante en Austria. Estaba extremadamente marginado y existían muchos prejuicios contra él. El mayor problema, sin embargo –cuenta Elke-, era que el partido no estaba arraigado entre la población. No había nada objetable en su programa: defendía los mismos objetivos que hoy. Pero aún no habían entendido que no podían simplemente consolar a la gente con la esperanza de un mundo mejor. Pensaban que tenían que explicar el mundo entero a todos –sonríe Elke al recordarlo-. Poco a poco se dieron cuenta de que para ser útiles tenían que estar en contacto con la gente, conocer bien cómo vive y trabaja. Que tenían que adquirir las habilidades para ayudar a las personas en sus pequeños problemas cotidianos. Durante muchos años aprendieron cómo hacer eso, con paciencia y humildad. El primer paso lo dieron en el tema de la vivienda, con la línea directa de emergencia para inquilinos. Y se juraron que no podían cambiar, deshacerse de esa forma de hacer política una vez que habían asumido los cargos y empezaban a cobrar un salario como políticos. Es por eso que los políticos de KPÖ donan la mayoría de sus salarios para las personas necesitadas. Forma parte de su ideario político, de su identidad.

Éste es uno de los ejemplos de buen hacer, las enseñanzas son muy simples: conocer a la gente, sus problemas cotidianos, vivir con ellos y como ellos, la buena gestión, y elegir a los mejores para los puestos.

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En el otro lado, los lugares con fuerte y arraigada identidad de clase. Uno de ellos es Seraing, en la periferia de Lieja, un bastión histórico del comunismo belga. En 1925 los sindicatos de Seraing compraron un teatro en la población, con el objetivo de construir la hegemonía en el terreno de la cultura, para fomentar el crecimiento de la vida espiritual autónoma de la clase obrera. El promotor fue Julien Lahaut, que consiguió el dinero de la Internacional Sindical Roja, los sindicatos creados por la Internacional Comunista. El célebre director soviético Serguei Eisenstein lo visitó en 1930 para impartir una conferencia, y presentar su película “La línea general”. Julien Lahaut, fue concejal en Seraing, y presidente mártir del Partido Comunista Belga, asesinado por la ultraderecha el 19 de agosto de 1950.

Cerca de nuestra frontera, junto a Bayonne, hay otro baluarte rojo, Boucau. Un lugar de fuerte presencia obrera por estar situada en ese municipio una gran acería, las “Forjas del Adour”. Desde las primeras elecciones municipales celebradas, allá por los años 20, ganaron los comunistas. Sus reiterados triunfos, junto al vigor de su organización local, hicieron de Boucau una especie de soviet francés, que fue muy útil a la causa de todos los revolucionarios y fugitivos.

Tras la aplastada revolución de octubre de 1934 en Asturias, los militantes más comprometidos intentaban escapar a Francia, para evitar la represión. Para ello contaban con la colaboración del Partido Comunista. El último eslabón de esa cadena de solidaridad comunista enlazaba Donostia e Irún. Los asturianos fugitivos llegaban a Donostia, desde donde eran dirigidos por algún camarada a Irún en tren. En Irún los esperaba otro, que relevaba al primer guía y los llevaba a un escondite donde aguardar hasta el momento del paso. Al otro lado de la frontera los esperaban camaradas franceses, que los llevaban a Boucau, donde estaba el centro de esa red de la solidaridad. Allí los hospedaban, y luego los dispersaban por otros lugares de Francia.

Boucau también fue un lugar de acogida para los estudiantes comprometidos que huían del dictador portugués Salazar, en los años treinta. Para ellos operaba la red de la FUE, la Federación Universitaria y Escolar, el sindicato estudiantil de izquierdas, que tenía lazos con sus camaradas portugueses y los ayudaba a escapar a Francia. El destino de los portugueses era el mismo: Boucau, donde serían recibidos, alojados, y finalmente distribuidos a otros lugares.

El popular líder comunista guipuzcoano, Jesús Larrañaga, se hizo comunista en Boucau. Cuando Jesús era un aprendiz en la CAF de Beasain, se implicó en una gran huelga que tuvo lugar en la empresa, y perdió el empleo. Jesús provenía de las juventudes nacionalistas, y, aunque estaba despertando a la lucha obrera, su conciencia política y social aún estaban sin definir. Sin trabajo, Larrañaga se fue a Boucau, porque sabía que allí había una gran siderurgia donde pensó que podía obtener trabajo, como así ocurrió. Llegó a Boucau como un aprendiz obrero, nacionalista, y salió de allí comunista. La camaradería que vio en aquel municipio, la vida con los sindicalistas de la fábrica, resultaron decisivos para su cambio. Un compromiso que pagó con creces: fue fusilado en enero de 1942 en las tapias del cementerio madrileño de la Almudena, tras ser detenido cuando vino desde Sudamérica para incorporarse a la lucha clandestina.

Valgan estas líneas para subrayar la importancia del poder municipal, no sólo para la gestión de los asuntos locales; sino que en él se incardina “la gran política”. Imaginemos que aquellos fugitivos refugiados en Boucau son los actuales emigrantes, los que se juegan la vida en el Mediterráneo, en el Bidasoa, en las tripas de cualquier camión.