En memoria de Rostislav Zhuravliov

EEUU dice que esta guerra va de “armamento”. De eso sabe.

El pasado 7 de julio Estados Unidos anunció el envío de bombas de racimo a Ucrania dentro de un nuevo paquete de asistencia militar para el gobierno de Zelenski. Quince días después de dicho anuncio, el ejército ucraniano utilizó esas municiones para atacar en Zaporiyia un automóvil en el que viajaba un grupo de periodistas, asesinando a Rostislav Zhuravliov, de 36 años, corresponsal de la agencia oficial Ria Novosti y camarada del Partido Comunista de la Federación Rusa.

A pesar de las críticas de la ONU, organizaciones no gubernamentales y algunos mandatarios europeos (estos, eso sí, con la boca pequeña), la Casa Blanca y el Pentágono justificaron su decisión de enviar bombas de racimo con una buena dosis de cinismo e hipocresía, como acostumbran a hacer desde hace décadas con sus decisiones más controvertidas. Durante una entrevista concedida a la CNN, el presidente Joe Biden defendió que era necesario enviar bombas de racimo a Ucrania porque la munición convencional se estaba terminando y “esta guerra va de munición”. También recordó que ni Estados Unidos ni Ucrania habían firmado tratado alguno que les impida usarlas.

Si el propio hecho de inventar armas para matar plantea serios dilemas morales; crear bombas de racimo y utilizarlas solo puede ser producto de una mente retorcida y criminal. Se trata de municiones diseñadas expresamente para causar el mayor número de muertes posibles a través de submuniciones explosivas que se dispersan sobre amplias zonas del territorio. Cada minibomba está diseñada para detonar al tocar el suelo, pero no siempre explotan, de modo que representan un gran riesgo para los civiles durante años, especialmente para la población infantil porque tienen forma de pelotas o latas de refresco.

En 2008, ciento nueve países de todo el mundo (incluyendo España) se reunieron en Dublín para intentar un acuerdo que prohibiese las bombas de racimo. A la cita faltaron los países con la mayor producción y almacenaje de ese tipo de munición: Estados Unidos, Rusia, China, India, Pakistán e Israel. El encuentro se cerró con un tratado firmado más tarde en Oslo que prohíbe el uso, la fabricación y el almacenamiento de este tipo de munición.

Estados Unidos arrojó aproximadamente 260 millones de estas municiones en Laos entre 1964 y 1973. En 2006 Israel bombardeó con cuatro millones de submuniciones zonas habitadas por civiles en Líbano

Hasta entonces, las bombas de racimo habían sido utilizadas durante cuarenta años, especialmente en Laos, Vietnam, Afganistán, Iraq y Líbano. Estados Unidos arrojó aproximadamente 260 millones de estas municiones en Laos entre 1964 y 1973. Dos años antes del acuerdo de Dublín, Israel bombardeó con cuatro millones de submuniciones zonas habitadas por civiles en Líbano, algo que ya habían hecho durante la invasión del país en 1982. En España, las bombas de racimo eran fabricadas por las empresas Instalaza y Explosivos Alaveses. Entre 2004 y 2006 el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero aún había firmado contratos con ambas empresas para el mantenimiento y la fabricación de bombas de racimo.

La decisión estadounidense de suministrar ese tipo de municiones a Ucrania es un intento a la desesperada de alterar el curso de la fracasada contraofensiva de Kiev, en esta guerra subsidiaria que ha borrado la palabra Paz de los vocabularios occidentales. Ucrania se ha comprometido a usar las bombas “de manera adecuada y efectiva”. Su ministro de Defensa aseguró que solo usarían bombas de racimo “para liberar el territorio ocupado por los rusos”, que no lo harían en zonas urbanas y que mantendrían un registro detallado de dónde fueron utilizadas. Precisamente, el periodista y camarada Rostislav Zhuravliov estaba preparando un reportaje sobre el uso de estas bombas cuando fue asesinado con una de ellas. Los tres periodistas supervivientes destacaron que el ejército ucraniano tenía la intención directa de asesinarles, dado que intentaron rematarles con más municiones. Solo la directora general de la UNESCO condenó el asesinato y exigió una inmediata investigación de lo sucedido.

— Y digo yo… ¿aquí no haría falta una Revolución?

— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?