«Todos debemos desear el progreso científico de la humanidad, pero sin dejar atrás su progreso moral. Si no, la existencia del género humano corre gran peligro». Emilio Herrera en Radio París, alertando sobre los peligros de una guerra nuclear

Fuertemente monárquico, católico y conservador. Sin duda esta descripción del protagonista de hoy resulta cuanto menos chocante para que Mundo Obrero le dedique un espacio. Si son seguidores de El Ministerio del Tiempo es muy probable que ya le conozcan. También si tienen entre sus aficiones la aeronáutica. Sea como sea les invito a leer.

Emilio Herrera nació en Granada un 13 de febrero de 1879. De familia burguesa e ilustre, Emilio hereda de su padre, artífice de la iluminación nocturna de la Alhambra con arcos fotovoltaicos y de las primeras elevaciones de globos aerostáticos, su inquietud científica y también su vocación militar. De su propia cosecha parece el amor a las novelas de Verne.

Ingresó en la Academia Militar de Ingenieros de Guadalajara y posteriormente se incorporó en la Escuela de Aerostación de Guadalajara en 1903 desde donde empezó su carrera en el manejo (brillante, por otra parte) de aerostatos. Sus gestas en la aviación le llevó a ser nombrado Caballero Gentilhombre de Cámara por Alfonso XIII y esto es importante, porque para un monárquico firme como él representaba mucho.

Durante años Herrera acumuló gestas y conocimiento viajando por el mundo y participando en distintos proyectos relacionados con la aeronáutica, impulsando las primeras escuelas y llegando a ser nombrado experto internacional de aviación por la Sociedad de Naciones.

Y hete aquí que llega la Segunda República. ¿Qué puede hacer un hombre monárquico, caballero gentilhombre, además, en este caso? Pues si se trata de una persona de firmes convicciones democráticas, entender que debe permanecer leal al pueblo español y pedirle al rey que le libere del compromiso. Su lealtad a la República será inquebrantable hasta el final y traerá jugosas anécdotas.

Formará parte de la delegación española en la Conferencia de Desarme de la Sociedad de Naciones (1932) y, desde el Laboratorio Aerodinámico de Cuatro Vientos —actual Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial— cuya construcción había impulsado, diseñará la escafandra estratonáutica autónoma para tripulantes de globos a gran altitud, precursora de lo que sería el traje espacial. Estamos en 1935 y este hecho será muy importante 30 años después, como veremos.

El golpe de Estado del 1936 pilla a Herrera como jefe de los Servicios Técnicos y de Instrucción de la Fuerza Aérea de la República (FARE). Siempre fiel al gobierno legítimo, se mantiene leal a la República y es ascendido a general. Desde Suramérica, donde acompañaba a Indalecio Prieto en una gira para recabar apoyos a la República, viaja al final de la guerra a Francia donde seguirá trabajando en sus investigaciones sin olvidar su compromiso antifranquista que le llevará a ser, incluso, presidente de la Republica en el exilio entre 1960 y 1962. Fundó la Unión de Intelectuales Españoles y el Ateneo Iberoamericano de París, además de otras implicaciones.

Y vamos al meollo: su hito histórico, la creación de la escafandra estratonáutica, precursora del traje espacial. Su prototipo inspiró los trajes que llevarían los tripulantes de la misión Apolo 11 a la Luna en 1969. Y ¿en qué consistía ese prototipo? En usar un tejido de seda vulcanizada (para el interior) y metal plegado para proteger de la radiación (exterior), una escafandra con tres cristales tratados térmicamente para evitar que se acumule el calor, un micrófono para poder comunicarse con el exterior y una bomba de oxígeno. Todo un éxito internacional que se vio truncado por el golpe de Estado y posterior guerra.

Su prototipo de escafandra inspiró los trajes que llevarían los tripulantes de la misión Apolo 11 a la Luna en 1969. La NASA ofreció a Herrera colaborar en el programa espacial.

Varias décadas después, la propia NASA utilizaría sus investigaciones y su prototipo para los trajes espaciales de los astronautas que irían a la Luna. Según cuentan, y aquí vienen las jugosas anécdotas a las que hacía referencia, la NASA ofreció a Herrera colaborar en el programa espacial. Veamos qué pasó en boca de uno de sus colaboradores, Antonio García Borrajo: «Cuando los norteamericanos le ofrecieron al teniente coronel Herrera trabajar para su programa espacial con un cheque sin limitaciones en ceros, él pidió que una bandera española (republicana) ondeara en la Luna, pero le dijeron que sólo ondearía la de Estados Unidos». Herrera, por tanto, rechazó la oferta.

La segunda también viene de la mano de otro de sus colaboradores, Manuel Casajust Rodríguez, quien solicita a Neil Armstrong una roca lunar de su viaje a la Luna como recuerdo y reconocimiento al general Herrera. La roca llegó, se depositó en el Museo de Aeronáutica y Astronáutica de España y… lleva perdida desde 2004.

Emilio Herrera murió en Suiza, en el exilio, y no regresó a España hasta 1993, cuando enterraron su cuerpo en su Granada natal. Un hombre increíble que aportó muchísimo a la ciencia y que fue injustamente olvidado por su lealtad a la República. Se ganó la admiración de científicos ilustres como Albert Einstein, luchó contra los desastres de la guerra e hizo posible, nada más y nada menos, que llegar a los cielos.