1840. Flora Tristán, la paria, inicia lo que considerará una prueba indiscutible de la fuerza de la solidaridad humana: editar un libro. Recaudando a duras penas el dinero justo para la edición, Flora Tristán recorrerá los primeros barrios obreros de Francia repartiendo ejemplares del libro a cambio de la voluntad y pidiendo que, una vez leído, pasase a otras manos. Que lo leyesen entre varios. Que lo copiaran. La lectura de ese libro, decía, era mejor si era colectiva. El libro era una consigna: «La Unión Obrera».

Flora Tristán entendía que para unir al proletariado de todo el mundo, debía comenzar por unir al proletariado del barrio y crear bibliotecas para que los obreros pudieran instruirse

Flora Tristán no solo imaginó el socialismo, sino que hizo que la clase obrera comenzara a soñarlo. Flora imaginaba la unidad universal de los obreros y obreras e incluía un plan de acción. Para unir al proletariado de todo el mundo, debía comenzar por unirse el proletariado del barrio. Y crear bibliotecas. Llamó a los obreros a instruirse: “Pero los buenos libros cuestan caros —me diréis— y no tenemos dinero. Uniros y, desde este momento, seréis ricos”. Recomendaba un puñado de buenas obras que “leer y releer cada domingo, estudiar, comentar, discutir entre vosotros”. De esta pequeña colección brotaría el corazón de la nueva sociedad socialista, el Palacio del Pueblo. Afirmaba que esta acción era la prueba de que la clase obrera unida podía hacer milagros.

Pocos años después, en 1848, una mano obrera empuña por primera vez la bandera roja sobre una barricada. Entre la agitación revolucionaria, Marx y Engels están transformando el mundo: leen y releen a todas horas, estudian, comentan, discuten entre ellos, observan la realidad y comienzan a cambiarla. Sobre la montaña de libros y folletos, entre los más discutidos están La Unión Obrera y el resto de escritos de Flora Tristán. El resultado de este proceso será el Manifiesto Comunista. Los autores discuten con la autora, critican su idealismo, su utopismo, pero la reconocen como “precursora de los más nobles ideales”. Saben que han soñado lo mismo. El Manifiesto acaba con las palabras que Flora Tristán dijo por primera vez: proletarios del mundo, uníos. En las largas jornadas en el puesto G7 de la biblioteca del Museo Británico, donde escribió El Capital y buena parte de su obra, Marx mantuvo las “instrucciones” de la paria cerca en todo momento.

En libros destinados a pasar por cientos de manos se escondían las consignas y las órdenes para organizar la Revolución de Octubre

El movimiento obrero crece y aprende mientras se industrializa la edición de libros. En Europa y América los trabajadores de las imprentas son los primeros en recibir en sus manos las consignas de sus compañeros del mundo. Las asociaciones del arte de imprimir y las sociedades de tipógrafos son el primer germen del movimiento asociativo obrero. Los trabajadores que con sus manos producen libros y folletos difunden y comparten las ideas. Crean alrededor de los libros y folletos la unidad internacional de su clase. En miles de pueblos por todo el mundo surgen locales sindicales, casas del pueblo, ateneos obreros, siempre dotados con una humilde biblioteca, algunos sillones y mesas de lectura y un programa de actividades culturales para comentar, debatir y compartir las noticias e ideas que recorren el mundo. En torno a una estantería de libros en común, la masa explotada se convierte en clase revolucionaria.

Al ser detenido en 1895 Lenin pregunta cuántos libros puede recibir en su celda. Los carceleros cometen un error: contestan que puede recibir cuantos libros desee de la biblioteca cercana. Desde las bibliotecas de media Europa, revolucionarios exiliados con lo puesto se envían mensajes, directrices, informes y noticias. En libros destinados a pasar por cientos de manos se esconden las consignas y las órdenes para organizar la revolución. A veces los mensajes se perdían o no llegaban a tiempo: el camarada que debía entregar el libro se lo quedaba más tiempo para leerlo. Lenin y Krupskaya reciben la noticia de la revolución de febrero mientras se dirigían a la biblioteca de Zurich, y antes de tomar el tren que les llevará a la estación de Finlandia se aseguran de devolver los libros que habían tomado en préstamo. Desde el recién tomado Palacio de Invierno, Lenin manda abrir permanentemente la antigua Biblioteca Imperial al pueblo. El conocimiento será lo primero en socializarse.

(*) Bibliotecario

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