La primera vuelta de las elecciones argentinas ha tenido un resultado muy similar a los resultados de las elecciones generales en España del 23 de julio. Todo indicaba que las derechas iban a barrer y a reconquistar el gobierno, pero los resultados fueron diferentes motivados ante todo por el miedo a los fanatismos de extrema derecha, de desencantos por las pésimas campañas de Milei o de Núñez Feijóo, más que por la ilusión que pudieran despertar las candidaturas de centro, de izquierdas o progresistas. Digamos que hemos respirado con relativa tranquilidad, transitoriamente, pues habrá una segunda vuelta. Pero a ella el progresismo llegará con mayores posibilidades.

La ultraderecha neofascista ha sido derrotada, existen posibilidades de mantener un camino de avances y conquistas democráticas. Pero hay un debate de fondo que no se puede eludir, que la derrota transitoria y estrecha de la ultraderecha no puede ocultar el papel profundamente negativo y desmovilizador de las políticas que adelantan las socialdemocracias de derechas, alineadas con el Fondo Monetario Internacional, con la política guerrerista de Estados Unidos y la OTAN, tanto en Ucrania como en el medio oriente. No se vota por gobiernos progresistas simplemente para impedir que lleguen las extremas derechas, se les vota para que haya políticas de izquierda y progresistas tanto en asuntos internos como en los internacionales. Ya no valen los acuerdos para empujar políticas sociales de avanzada y que el presidente tenga mano libre en temas internacionales, como claramente sucedió con el acuerdo realizado en España en la primera investidura, porque esa mano libre ha sido utilizada para apoyar las guerras, las agresiones y los bloqueos. Los acuerdos tienen que ser integrales, deben abarcar asuntos internos y también, y cada día es más importante, los asuntos internacionales relacionados con la paz en el mundo y el rechazo a las guerras imperialistas; la lucha contra destrucción del medio ambiente y el estallido ecológico y el manejo de los éxodos y las migraciones masivas.  

Nos congratulamos, y no podía ser de otra manera, por los resultados que permiten parar las ofensivas electorales de la ultraderecha, pero esperando que el resultado sea el de una mayor democracia participativa, ampliación de los derechos, coherencia en lo nacional con lo internacional, y el fortalecimiento, dentro de su independencia, de las subjetividades políticas y sociales que garanticen la continuidad, extensión y profundización de los cambios.