Ningún partido es monolítico. Ni siquiera los más autocráticos, como nos ha enseñado la historia reciente de los partidos políticos, incluyendo el fascista italiano, el nacionalsocialista alemán o el falangista local. Todos han tenido facciones, corrientes y batallas internas. Nos sonarán los nacionalsindicalistas como Manuel Hedilla o Dionisio Ridruejo que se enfrentaron frontalmente a los movimientos de unificación del Movimiento por parte de Franco. También nos sonará la malparada “oposición de izquierda” dentro del NSDAP liderada por Otto Strasser, que se opuso a la concepción del Estado totalitario y el expansionismo imperialista nazi.

Ninguna cúpula, incluso la más dictatorial de los mencionados partidos, estuvo exenta de peligro de ser desplazada o incluso de ser aniquilada. Tomando el ejemplo más extremo del führer, fueron numerosos los movimientos por parte de la nobleza y sobre todo el ejército alemán para desplazar a él y a su cúpula con movimientos en un primer momento pacíficos, y ya durante la guerra, liquidarlo físicamente. Es el caso de la cinematográfica Conspiración de Zossen que casi se llevó a cabo.

Como marxistas, las categorías que empleamos son dinámicas, dialécticas. Esta es una clara ventaja teórica sobre el resto de pensamientos o herramientas analíticas que consideran las categorías como algo acabado, estanco. Y dicho sea de paso, lo que se puede emplear para la dirección de un partido de extrema derecha, también puede emplearse con la “dirección” de una sociedad, la clase dominante. No está exenta de facciones, corrientes y batallas internas. No es monolítica, no es unitaria, no es indesplazable.

Tampoco es el caso de Vox, que con una vida política tan corta ya ha experimentado escisiones de hondo calado como la de Macarena Olona, no pocas batallas internas, huidas como la de Espinosa de los Monteros y, últimamente, una fisura interna que los medios han venido a llamar románticamente “las dos almas de Vox”. Dicha denominación haría referencia a un primer grupo liberal capitaneado por el desertor Espinosa de los Monteros, enfrentado a otro grupo denominado falangista liderado por Buxadé y del que forma parte Ortega-Smith. En una clara intención de equiparar lo que pasa en España con el resto de Europa, se trata de trasladar al caso español una dinámica clarísima en Europa, la de una extrema derecha nativista del Bienestar. El intervencionismo económico del Estado sería el ariete de este cisma interno de Vox.

Como todo lo que parece muy reluciente en los superficiales “análisis” periodísticos, rascando un poco se descubre el trampantojo. Sí, efectivamente, el ala liberal ha perdido fuerza en Vox con la partida del señor pijo de apellidos compuestos y de Juan Luis Steegman. Pero otro señor pijo de apellidos compuestos supuestamente nativista, Ortega-Smith, lleva siendo el número dos desde el inicio, con un poder interno en el mensaje e ideología de Vox innegable. Si estas dos almas de Vox estuvieran en pie de igualdad o si estuvieran separadas por la razón mencionada (el intervencionismo económico) habríamos constatado desde hace tiempo algunas decisiones, mensajes o siquiera ramalazos nativistas en Vox, habida cuenta la importancia de Ortega Smith o Buxadé desde casi el surgimiento del partido. De la misma forma, si este ala fuera una corriente de pensamiento y acción real, sería probable que hubiéramos percibido iniciativas de activación de masas o de entrenamiento de músculo social, como pueden ser la convocatoria de manifestaciones o concentraciones, la territorialización del partido o la promoción de tejido asociativo cercano.

Nada más lejos de la realidad, por un lado, el ideario o programa económico de Vox no ha sufrido ningún giro o siquiera ha existido un debate interno a propósito. En el libro “El Toro por los Cuernos. Vox, la extrema derecha europea y el voto obrero”, se ha identificado el programa económico de Vox como el más escorado a la derecha (neoliberalismo) del Estado español y también del conjunto de los partidos de extrema derecha europea. En estas últimas elecciones, Vox propuso una bajada brutal de impuestos: IVA al 18%, IRPF en dos tramos, un descenso del Impuesto de Sociedades al 15% y un recorte del gasto público “superfluo”. Nada más que añadir, señoría.

Tampoco ha existido una pujanza de este sector supuestamente más falangista y movimientista en el sentido mencionado más arriba. De hecho, en los últimos años ha decaído. Recuerdo cómo con preocupación estuvimos atentos a esas ridículas intentonas de Vox de tener su propio 1 de mayo (en Conde de Casal en Madrid…); de formar un sindicato (Solidaridad) que se ha ido desactivando hasta permanecer hibernando hasta las siguientes elecciones con el objetivo de tener dos voces en vez de una; de hacer un tour pre-electoral por los barrios obreros de Madrid sin prácticamente asistencia; o de desaprovechar la grandísima crisis sociosanitaria del COVID para crear músculo social (qué se yo, “Españoles Unidos Contra el COVID”). Y seguimos esperando la proliferación de sedes de Vox y Solidaridad en los barrios obreros del Estado, comme il faut. Nada de nada.

¿Cuáles son entonces esas dos almas? Está claro que no existe una falangista o nativista. ¿Existen de verdad dos almas? Probablemente. Una ultraliberal y otra ultraconservadora. Una más económica, otra más moral. Pero de acuerdo totalmente en el núcleo de cada una de estas partes, sólo peleándose por la importancia que una esfera toma sobre la otra, como grupos de presión, que estamos hablando de una empresa, al fin y al cabo. Y las empresas son, normalmente, desalmadas.

(*) Fidel Oliván Navarro / Politólogo y sociólogo / Militante del Núcleo del PCE en Usera (Madrid). Coordinador del libro de próxima publicación EL TORO POR LOS CUERNOS / Vox, la extrema derecha europea y el voto obrero (Editorial Tecnos).