Es ya un recurso manido, cada vez que se aborda la cuestión de la república, acudir a la etimología y recordar que república es una palabra de origen latino formada por los vocablos “res” (cosa) y populus (relativo al pueblo o público). La intuición nos define con cierta claridad el significado del concepto, pero considero que “cosa pública” es un arcaísmo demasiado artificial a estas alturas. Creo que estaremos de acuerdo si a punto de finalizar el primer cuarto del siglo XXI definimos república como asunto de todas y de todos.

Durante muchas décadas el 14 de abril significó para las y los demócratas de este país un sueño frustrado, una ilusión fracasada. La primera experiencia democrática, la primera experiencia política de todas y todos finalizó con la mayor de las barbaries. Pero cerca ya de cumplirse un siglo de aquella fecha es el momento de sacudirnos la melancolía de lo que pudo ser y no fue. El 14 de abril es el recuerdo de un sueño frustrado, pero también la constatación de que a veces la historia sale de su letargo invernal, deja de arrastrar perezosamente los pies y decide asaltar el futuro dando un brinco. Las jornadas del 12, 13 y 14 de abril del 31 son el relato de como un pueblo toma las riendas de su futuro y asume la responsabilidad de hacer política para todas y todos.

El fatalismo es la ideología del reaccionario y el consuelo del indolente. Ni la historia llegó a su fin ni el destino de un pueblo está marcado por una presunta esencia que lo predetermina. La historia es el desarrollo lógico, es decir, explicable, de las relaciones de los individuos (y las clases sociales a las que pertenecen) a través de los siglos. España ha vivido dos periodos republicanos, y que estos hayan sido breves no se explica por ninguna naturaleza monárquica de nuestro espíritu ni por una unidad de destino en lo universal, sino por motivos estrictamente mundanos: las decisiones de unos, el poder de algunos y la brutalidad de otros.

El proyecto de la III República no es la aspiración por alcanzar el tercer episodio en el que nuestro país vuelva a regirse por un jefe de Estado elegido por el pueblo y no por derecho de nacimiento (razón de por sí ya suficiente), sino que la república simboliza la lucha por todo aquello que es racional y justo: una democracia plena y popular, una economía destinada a mejorar la vida del pueblo y no al servicio de la ambición personal o al dominio de unos pocos sobre la mayoría y, sobre todo, simboliza la construcción de una sociedad en donde la incertidumbre de las familias por el futuro no alcance a la posibilidad de disfrutar, o no, de los elementos esenciales para la vida: vivienda, trabajo, asistencia sanitaria, educación…

Si algo ha conseguido la especie humana es que con la asociación, la colaboración mutua y el establecimiento de sociedades ha ido alcanzando cada vez más niveles de autonomía frente al fatalismo con el que la naturaleza sí determina la vida de las otras especies del planeta. La república: la creación, organización y ejercicio del poder por y para el pueblo es la fase superior de este desarrollo humano. El momento en el que los individuos deciden convertir en real lo racional. Las y los comunistas españoles, fieles a nuestra tradición por el progreso, los valores ilustrados y la defensa de la clase obrera, tenemos como objetivo prioritario e inmediato la consecución de la III República como parte del proceso para alcanzar los fines últimos del marxismo. Frente a aquellos que sostienen que la sociedad es un mercado impulsado por el interés particular y el egoísmo individual, la tradición republicana cree en la comunidad y en la gestión de las necesidades y los intereses colectivos.

La república simboliza una democracia plena y popular, que garantice los elementos esenciales para la vida: vivienda, trabajo, asistencia sanitaria, educación…

El capitalismo está devorando a su hijo. El orden mundial surgido de los Acuerdos de Bretton Woods, inspirados en la libertad individual, el librecambio y el imperialismo norteamericano, se impuso durante algunas décadas al abrigo de un escuálido Estado de bienestar, más orientado a frenar la popularidad de las políticas socialistas que por convencimiento o ideología. Desaparecida la Unión Soviética la responsabilidad política de Occidente viene recayendo, cada vez más, en las personalidades más ultras del liberalismo económico. La crisis financiera de la segunda mitad de la primera década del siglo XXI y el retroceso de EE. UU. frente a China como figura hegemónica de la política mundial viene a confirmar la crisis del modelo económico, social y político impuesto por el primero. En este claroscuro surgen los monstruos, por ahora más perceptibles en Oriente Medio o en Ucrania. En este contexto es en el que tenemos que elegir y la III República Española es la materialización de una opción: la de la apuesta por una comunidad internacional basada en la cooperación y la paz, políticas encaminadas a mejorar la vida de las trabajadoras y los trabajadores y el control público de las empresas estratégicas y de los medios de producción.

Para las y los comunistas la república nunca dejó de ser un horizonte. Ni siquiera cuando engrosábamos las filas del Ejército Popular o resistíamos en los montes del país a los primeros años del franquismo. Defender la república, defender los valores republicanos es siempre defender el futuro y el progreso de la clase trabajadora.

La III República será la república de todas y todos los trabajadores del país. Las naciones no albergan ningún destino intrínseco, pero sí la clase obrera: el destino de su definitiva emancipación. Porque la clase obrera es la materialización de la comunidad, la comunidad es el ámbito en el que florece la razón y la razón siempre termina por triunfar en la historia.

(*) Miembro de la Secretaría de República del PCE

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