Juan Pérez, Juanarete (Zaragoza, 1967), sindicalista, gran aficionado al cómic y tardío guionista. A pesar de sus tardíos inicios acumula una gran experiencia y es autor de obras tan relevantes como «La Bondad y la Ira. Últimas horas de Ramón Acín» (2016), «Pepa Buenaventura Durruti» (2019), «Frontera de Ordesa. Red de Evasión Ponzán», Premio al mejor guion aragonés (2020), «La pitillera Húngara. Una historia de las Brigadas Internacionales», Premio al mejor guion aragonés (2022) y «Plomo y Gualda». Sus guiones nos hablan de la Memoria Democrática, la conciencia política y la justicia social.
Manuel Granell (València, 1954). Se inicia dibujando en la revista de cómics de terror SOS. Más tarde, saltó al mercado italiano con varios fumetti para la revistas «Bliz», «Albo» y «Oltretomba». Junto a Paco Giménez, dibujó cómic erótico para cabeceras italianas e igualmente ambos se ocuparon de los lápices de una ambiciosa Biblia en cómic para la editorial Cedro. Se decantaría luego por la ilustración infantil, así como por la labor de director artístico y diseñador en diversas editoriales. Durante treinta años fue Jefe de Publicaciones del IVAM (Institut Valencià d’Art Modern), para el cual diseñó cientos de catálogos, carteles y material. La inclinación por el noveno arte volvió a prender en 2013, cuando vio publicada No volverán, una historieta breve sobre el campo de refugiados republicanos de Vernet d’Ariège, en Francia. En 2022 publica Cava y calla. Miguel Usabiaga, luchador antifascista.
El cómic elegido para esta semana, «Plomo y Gualda», nos presenta un dramático pasaje de nuestra reciente historia que sin embargo es muy poco conocido, y que nos lleva a pensar en cuánto desconocimiento tenemos sobre lo que supuso la Guerra Civil y sus consecuencias; consecuencias que aún perduran. Está basado en una historia real y su guion está sacado de las propias declaraciones de Luis Ignacio Rodríguez Taboada, embajador de México en la Francia ocupada y del cual hablaremos enseguida.
Nos cuenta la historia de los exiliados españoles, aproximadamente 500.000, que huyendo de las represalias de los vencedores de la guerra acabaron en Francia, en campos de refugiados y viviendo en penosas circunstancias. Algunos de esos exiliados y exiliadas acabaron en campos de concentración nazis, en batallones de trabajo y en la Resistencia francesa, en la que jugaron un papel muy destacable y heroico.
Pero sobre todo nos cuenta la historia del exilio en Francia de Manuel Azaña y su familia. Desde que abandona España el 5 de febrero de 1939, fijando su residencia en París, lo que le cuesta no pocas críticas políticas, entre otras las del presidente del Gobierno, Juan Negrín o Dolores Ibarruri. O su dimisión como Presidente de la República Española el 28 de febrero, después de que Francia y Reino Unido reconociesen al gobierno golpista. Después de su dimisión su salud se ve muy deteriorada y prácticamente dedica todo su tiempo a escribir y corregir sus memorias.
Francia es invadida por los alemanes el 10 de mayo de 1940 y al cabo de seis semanas Francia se rinde, quedando partida en dos: la Francia ocupada por los alemanes y la Francia “libre”, presidida por el mariscal Pétain. Es a partir de esos momentos cuando comienza la “caza del rojo”, debido a la colaboración entre la Gestapo, la Gendarmería y la Falange Exterior.
Al frente de la Falange Exterior se encontraba un personaje despreciable y malvado, Pedro Urraca Rendueles, policía en principio perteneciente a la Dirección General de Seguridad de la República pero que poco después decide pasarse al bando fascista.
Pedro Urraca viaja a París con el objetivo de detener a los más relevantes políticos republicanos exiliados en Francia para deportarlos a España. Es el responsable de la detención de Lluís Companys, Julián Zugazagoitia y Juan Cruz Salido, los tres entregados a Franco y fusilados por él. También es el responsable de las detenciones de Francisco Largo Caballero, Federica Montseny, Manuel Portela Valladares y Cipriano Rivas Cheriff (cuñado de Azaña), entre otros. Pedro Urraca se obsesiona con la detención de Manuel Azaña y lo persigue con saña, obligándole a una huida por suelo francés que termina con un traslado en ambulancia, debido a su precaria salud hasta Montauban, donde fallece el 3 de noviembre de 1940. A su vez las autoridades franquistas también están obsesionados con Azaña que después de muerto lo juzgan, le aplican la Ley de Responsabilidades Políticas y le condenan a la multa de 100 millones de pesetas de la época y el embargo de todos sus bienes.
Las autoridades francesas no hacen nada para proteger a Azaña, y es aquí cuando entra en juego Luis I. Rodríguez Taboada, embajador de México en Francia y principal protagonista de ésta historia, quien por orden del presidente Lázaro Cárdenas empieza la evacuación a México de exiliados y exiliadas republicanas. Se estima que llega a evacuar a 100.000 personas y a 3.000 brigadistas. Para ello negocia con el mariscal Pétain, consiguiendo autorización para su traslado a México ya que los considera “gente indeseable”, y ve con ello la oportunidad de deshacerse de ellos.
Enterado de la implacable persecución de Pedro Urraca sobre Azaña y de su inmediata detención, Luis I. Rodríguez se implica personalmente en evitar que la misma se produzca. Se reúne varias veces con Azaña, quién está gravemente enfermo y con pocas posibilidades de moverse. Envía para protegerle al capitán del Ejército Mejicano Antonio Haro Oliva, quién se muestra dispuesto a defender la integridad de Azaña incluso a costa de su vida, y para romper el cerco sobre Azaña lo traslada al Hotel du Midi, convirtiéndolo en Sede Diplomática, llamando a los exiliados republicanos a que acudan al hotel para proteger a su presidente.
No logra evacuarlo a México, como era su deseo, porque Azaña muere. Cuando estaba preparando sus exequias le llega una orden del prefecto de Montauban para prohibir que se le rindieran honores de Estado, y exigirle que su ataúd fuera cubierto con la bandera golpista y que no permitiría ninguna manifestación pública de duelo, a lo que Luis I. Rodríguez se niega tajantemente; negativa que incomoda al prefecto, que al final permite el desfile del cuerpo de Azaña y el acompañamiento multitudinario de los exiliados republicanos. A cambio le pide que el ataúd no lleve la bandera republicana, a lo que Luis I. Rodríguez contesta con la famosa frase: “Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un privilegio, para los republicanos una esperanza y para ustedes una dolorosa lección”. Por ello el féretro de Azaña desfiló con la bandera mexicana, y fue enterrado con la bandera republicana.
El guion es un ejercicio de síntesis ejemplar; en 80 páginas es capaz de contarnos un montón de cosas y darnos un buen número de datos e información histórica. Está basado en los propios escritos de Luis I. Rodríguez. El dibujo de Manuel Granell es muy realista, con unas acuarelas que convierten cada viñeta en una pequeña obra de arte. Del dibujo destacar también el enorme trabajo de los retratos de los personajes, algo muy difícil que Manuel sortea con un gran dominio técnico.
Complementan la historia el prólogo de Loreto Urraca Luque, nieta del inefable Pedro Urraca. Un buen prólogo que nos sirve de contexto histórico y en el que Loreto no hace ascos a criticar con dureza el papel jugado por su pérfido abuelo; gesto que la honra. Además, el cómic cuenta con una página con los desplazamientos que Azaña tuvo que realizar para huir de la persecución a la que fue sometido, y dos páginas más con los retratos y una pequeña biografía de los personajes de la historia.
A modo de anécdota, comentar el cameo que los autores hacen en la última viñeta, a página completa y en la que a modo de despedida quieren rendir homenaje a Manuel Azaña, y en la que entre varias personas presentes, aparecen Juanarete y Manuel Granell.
Este cómic es un ejemplo perfecto de cómo el cómic es un medio ideal para conocer y explicar la historia, llegando con ello a públicos cada vez más amplios, especialmente los jóvenes. Su título hace mención a uno de los últimos momentos en vida de Azaña en el que recuerda su paseo a caballo con su hermano por su Alcalá de Henares natal, y cómo les coge una tormenta en la que Azaña al contemplar los colores del cielo comenta: Tan solo evoco el panorama, era espléndido; plomo y gualda tenían los cielos con fulgores de maravilla. Y que Manuel Granell dibuja con tanta belleza en la página 71.
Un gran trabajo, un gran cómic absolutamente recomendable, muy bien hecho y con una edición muy cuidada. Un cómic que no puede faltar en la pequeña biblioteca doméstica.







