Suena la hora fatal, querríamos decir, la de la verdad ¿desesperanzada? Esperada con pavor o incredulidad durante años (y años). ¿Soplan malos vientos? ¿Se privatiza o no se privatiza? ¿Ha llegado finalmente y de verdad el momento de encarar la reforma -económica, laboral y hasta filosófica- de Radiotelevisión Española?

Hay quien se pregunta si disparan con pólvora sólo o tiran ya con bala.

«¡Televisión pública de calidad!» contestan como si fuera a coro las partes que comienzan a dibujarse. Pero lo hacen oyendo músicas diferentes. Los sindicatos replican así cada vez que escuchan «privatización»; y el secretario de Estado de Hacienda, Miguel Ángel Ordóñez, el primero en echar su cuarto a espadas, también afirma que ésta es la meta cuyo medio sería la navaja privatizadora.

Lo espeluznante de la cuestión es que una televisión pública de calidad es asunto enteramente distinto de la resolución del problema central de la financiación y el déficit de RTVE, pero ambas cosas no pueden están más relacionadas, aunque sea de modo encontrado. Todavía más si cabe a estas alturas, en que de cero sólo puede partir el contador, y eso ya veremos.

Es muy posible que esa televisión pública de calidad no sea directamente más cara, pero nadie ignora que necesariamente dejará de generar muchísimos ingresos. De modo que «mejorar» TVE supondrá casi con seguridad que, aparte la deuda, empeore su rendimiento económico.

Entretanto, el comité de sabios ya podía haber sido una Comisión, más y mejor nutrida. De entre ellos, Enrique Bustamente es el único especialista; Victoria Camps y Savater tienen lateralmente alguna experiencia; Lledó es un cordero con las mejores intenciones, a quien pueden llevar al matadero.

Se ha dicho ya que igual que fue el PP quien suprimió el servicio militar obligatorio, le tocará el PSOE limpiar los establos de Augias de Prado del Rey. Pero cabe pensar que sólo mucho después de intercambios maximalistas, razonamientos torcidos y movilizaciones entraremos en el fondo del asunto. Esto no ha hecho más que empezar.