Desde hace aproximadamente un año, el término deslocalización se ha venido usando de forma creciente en los medios de comunicación y en el debate político y sindical, relacionándolo con la clausura de la actividad productiva de conocidas empresas multinacionales con el propósito de trasladarla a otros países de menor nivel de desarrollo, para beneficiarse de los menores costes de la mano de obra en ellos. No sólo se han visto afectados por este proceso los países más ricos, como EEUU o los principales países europeos, España entre ellos, sino también otros de economía mas modesta, como Méjico.

Sin embargo, el carácter novedoso de la deslocalización es más aparente que real. Es un fenómeno relativamente frecuente en el proceso de internacionalización de muchas grandes empresas. Estas no siempre se expanden internacionalmente reproduciendo en otros países las actividades que realizan en el de origen, sino que también lo hacen trasladando completamente a ellos algunas producciones. Y además, con alguna frecuencia alteran la localización de sus filiales exteriores. No obstante, las prácticas de deslocalización se han hecho mucho más frecuentes en los últimos quince años, en el marco de una mayor apertura al comercio exterior y de una creciente inserción internacional de las economías nacionales, es decir, de una mayor globalización económica, que se ha apoyado en el formidable avance de las tecnologías de la información y las comunicaciones.

De hecho, España sufrió una ola de deslocalizaciones de cierta intensidad al comienzo de la década de 1990, de la que, en una medida algo menor, participaron algunos otros países europeos (Fernández-Otheo y Myro, 1995; Junta de Andalucía, 1996). Algunos informes franceses plantearon entonces la posibilidad de que este proceso estuviese motivado por las diferencias de fiscalidad y condiciones laborales entre los países integrantes de la Europa comunitaria, cuya importancia crecía con la formación del Mercado Único Europeo (Arthuis, 1993). Sin embargo, las investigaciones realizadas apuntaron a que la influencia de la mayor unidad europea en el fenómeno mencionado no derivaba de que hubiese hecho más visibles e importantes esas diferencias, sino de que llevó a las empresas multinacionales a revisar la ubicación de sus plantas productivas en el espacio europeo, ante la nueva configuración del mercado, siguiendo en parte lo esperado cuando se firmó el Acta Única Europea, que P. Krugman y A. Venables trataron de precisar sólo algunos años más tarde (Krugman y Venables, 1990).

La década de 2000 parece haber comenzado con una nueva ola de deslocalizaciones de empresas, aparentemente de mayor extensión geográfica, puesto que alcanza a EEUU. De nuevo España aparece como un país particularmente afectado, no sólo por este fenómeno, sino también por otro de desinversión de capital extranjero, en parte superpuesto y en parte complementario del anterior (Merino de Lucas, 2003; Fernández-Otheo, Martín y Myro, 2004).Y también de nuevo, el incremento en la deslocalización de empresas parece coincidir con una alteración del espacio común europeo, del mercado común, la que tiene lugar como consecuencia de la incorporación de los países de Europa Central y Oriental. Pero aún es pronto para saber si se trata sólo de una ola, o de un fenómeno más permanente, y quizá para calibrar el verdadero influjo que ejerce el Este. No obstante, el intento de adelantar una respuesta a estos interrogantes es la motivación principal de este artículo.

Más mercado, más expansión

Ya se ha señalado que la deslocalización debe ser entendida en un marco de creciente competencia internacional, que mueve a las empresas a adquirir nuevas ventajas competitivas (de costes u otra índole) y a estar presentes en mercados de rápida expansión. Pero de ahí no debe inferirse, como a menudo se hace en algunos textos y debates, que tales ventajas se encuentran sólo en los países menos desarrollados, y por tanto, que el proceso de deslocalización amenaza de forma radical el tejido productivo y el empleo de los países más avanzados.

Es cierto que los bajos salarios poseen un gran atractivo. Pero los costes laborales no son los únicos que definen la función de costes de las empresas, ni los más importantes en la fabricación de productos de superior calidad, donde la innovación y la mano de obra cualificada desempeñan también un papel central. Por otra parte, el entorno espacial en que una producción se desarrolla es crucial para su eficiencia y competitividad. La seguridad jurídica propia de un marco regulado, el acicate competitivo y las externalidades tecnológicas que ofrece un tejido empresarial vivo, las economías de escala que permite alcanzar la cercanía a un mercado amplio, y las ventajas de costes que facilitan unas infraestructuras de transporte adecuadas son aspectos decisivos.

La mayor parte de estos aspectos favorables del entorno son economías de aglomeración, es decir, derivadas de la concentración de la producción en un espacio geográfico determinado, fruto del propio desarrollo económico, y por tanto, características de los países ricos.

La ventaja comparativa de estos países se fundamenta parcialmente en ellas, así como en una alta cualificación de la mano de obra y un elevado esfuerzo tecnológico. Sobre esta base, la deslocalización no ha impedido hasta ahora el crecimiento sostenido de las economías avanzadas, ni probablemente lo hará en el futuro. Pero les llevará a especializarse gradualmente más en las producciones intensivas en mano de obra cualificada y en tecnología.

Reacción ante los shocks

Para economías de desarrollo medio-alto, como la española, las amenazas de deslocalización no vienen sólo de los países más atrasados, sino también de los más avanzados, con mano de obra más cualificada y mayores economías de aglomeración. Asimismo, constituye una amenaza de primer orden la especial combinación de bajos salarios, elevada cualificación de la mano de obra y cercanía al centro europeo que ofrecen una buena parte de los Países de la Europa Central y del Este Europeo.

Pero no solo influyen las ventajas de localización que ofrece cada territorio. También lo hacen las características de las empresas. En ese sentido, la limitada evidencia empírica internacional disponible parece confirmar indirectamente que las empresas de capital extranjero son más proclives a deslocalizarse. En efecto, comparadas con las que son propiedad de residentes y poseen una eficiencia similar, se revelan como más proclives a cerrar sus instalaciones (Bernard y Sjöholm, 2003). Sin embargo, la idea común de que las empresas de capital extranjero realizan mayores ajustes de empleo ante shocks salariales o de demanda que las empresas propiedad de residentes, dado que pueden trasladar producción de unas filiales a otras, no encuentra aval en la evidencia disponible. Parece ser cierto que realizan sus ajustes de empleo con mayor rapidez, pero también que lo hacen en una cuantía inferior, debido a que la mano de obra que poseen es más cualificada, y menos sensible a los shocks, y a que sortean con mayor facilidad la rigidez de los mercados laborales (Barba et alia, 2002).

Por otra parte, la antigüedad en el país de la empresa propiedad de no residentes es un factor que previene contra la clausura de sus actividades, al igual que la experiencia internacional del grupo a que pertenece y la estrecha relación entre sus actividades en el país huésped y las de la casa matriz (Benito, 1997); También la palía una alta proporción de personal cualificado (Mata y Portugal, 2000). Finalmente, la probabilidad de que una empresa de capital extranjero mantenga sus actividades, aún después de la salida de los propietarios no residentes depende de que estos fueran los fundadores de la empresa (inversiones extranjeras greenfield) o simplemente adquiriesen un paquete mayoritario de acciones (Mata y Portugal, 2000).