El Consejo Europeo de jefes de estado y de gobierno, reunido en Bruselas a finales de diciembre decidió la elaboración de un Programa Europeo de Protección de las Víctimas del Terrorismo y convocar una Conferencia contra el terrorismo internacional en Madrid, coincidiendo con el aniversario de los atentados del 11 de marzo. En un momento en que se descubre una prisión clandestina de la CIA dentro del campo estadounidense de Guantánamo, reconfortan las conclusiones del Consejo Europeo cuando afirma que “la lucha contra el terrorismo debe preservar los derechos humanos y el respeto de las libertades fundamentales”, así como en la importancia de “promover el respeto basado en valores universales, la tolerancia y la confianza mutua, el diálogo Inter.-cultural y la participación de la sociedad, atacando las raíces y las causas del terrorismo”. La cooperación judicial debe ser el pilar básico de la prevención y lucha contra el terrorismo, y muy especialmente contra el nuevo terrorismo internacional que golpeó a España el pasado día 11 de marzo. En este sentido, parece acertada la decisión de crear un registro judicial común de antecedentes penales, primero entre España, Francia, Alemania y Bélgica, pero que debería ser extendido cuanto antes a todos los Estados miembros y a los países de nuestro entorno, como Marruecos, Túnez y Argelia.
Puerta abierta a Turquía
Europa ha entreabierto sus puertas a Turquía, con unas negociaciones muy complicadas que en ningún caso terminarían antes de 10 años, con cláusulas de salvaguardia y frenos de emergencia. Pero, ¿Quiénes son estos turcos que llaman a la puerta de Europa? Es un pueblo en marcha que realiza una revolución silenciosa, paradójicamente conducida por un gobierno conservador y musulmán, pero con una firme voluntad de integración en Europa. En dos años, Turquía ha hecho más progresos que nunca en el pasado, después de 45 años de perseverancia desde que Turquía presentó su solicitud de asociación con la Unión Europea, en 1957, y su solicitud de adhesión, hace 17 años. En estos dos últimos años, ante la necesidad de cumplir los criterios de Copenhague y construir un Estado de Derecho, el Estado turco ha suprimido la pena de muerte, ha reformado el Código penal, con la eliminación del delito de adulterio, y ha anulado el estado de excepción en las regiones kurdas.
La cuestión turca divide a los países europeos, que se preguntan por los límites geográficos, históricos y políticos de Europa. Como dijera Ortega, “Europa es camino, y no posada”, esto es, la Unión Europea se caracteriza por ser un proceso y no una realidad estática. Europa tiene límites, pero no definibles desde el punto de vista de la geografía física sino los derivados de la geografía humana, esto es, el límite de Europa son los valores compartidos y una visión común del mundo. Toda la historia de Turquía, desde el Imperio Romano hasta la República laica de Kemál Ataturk, pasando por el Imperio otomano, ha sido la historia de una tentación entre Europa y Asia.
Si todo un ex presidente de Gobierno como José María Aznar sostiene que “todos los problemas de España con Al Qaeda se remontan al siglo VIII”, no es de extrañar que para otros muchos la batalla de Lepanto esté todavía a la vuelta de la esquina. La futura integración de Turquía sería deseable, entre otras muchas razones, para pasar página de cierta concepción vetusta que tenemos en Europa sobre nuestra propia historia, entrando de una vez en el siglo XXI.
Como en las “Cartas Persas” de Montesquieu, Turquía es un revelador de los distintos proyectos que conviven en el seno de la Unión Europea actual. Algunos, como el Reino Unido, piensan que con la adhesión de Turquía se diluirá la Unión Política en beneficio de una extensa zona de libre cambio, reforzando la influencia militar de Estados Unidos a través de la OTAN. Otros, entre los que nos encontramos, y por ello hemos votado en el Parlamento Europeo a favor de que se inicien las negociaciones con Ankara, consideramos que la ampliación es compatible con la profundización y la fortaleza de las instituciones políticas, que la Unión Europea adquirirá la masa crítica suficiente para pesar más en el mundo y contribuir a la paz en una zona geoestratégica de primera importancia, la del Cáucaso y Oriente Medio. La adhesión de Turquía producirá una conmoción en la UE, cuya frontera se extenderá a los confines de las Repúblicas caucásicas y de Oriente Medio, con países como Siria, Irán e Irak.
Al mismo tiempo, el futuro ingreso de un Estado laico con mayoría musulmana, anclado en Europa, tendría una enorme carga simbólica: sería un antídoto contra el ascenso de los integrismos, un paso trascendente en el diálogo de civilizaciones y el mejor ejemplo de que la democracia y el Islam pueden ser compatibles. Porque Europa no es un club cristiano. En la Unión Europea actual conviven distintas religiones, siendo la musulmana la segunda en importancia.
Sin embargo, no podemos olvidar que, pese a los avances registrados recientemente, subsiste en Turquía un notable déficit democrático. El Ejército sigue ejerciendo una inaceptable tutela sobre el sistema político y los generales dictan la política hacia Chipre, la alianza estratégica con Estados Unidos y los acuerdos de colaboración con Israel. Y, aunque se ha suavizado en los últimos meses, persiste la opresión y la represión sobre el pueblo kurdo, con la violación de derechos humanos fundamentales y el respeto de las minorías. Europa debe exigir de Turquía una democratización irreversible y un respeto absoluto de los derechos humanos y las libertades fundamentales, incluido el derecho de autodeterminación del pueblo kurdo.
Estamos ante un país que crece 3 veces más rápido que España, pero es 3 veces más pobre. De todo corazón deseamos que el país que fue el “enfermo de Europa” no haga morir de éxito a la Unión Europea.