Cuando hablamos de la memoria silenciada pensamos en términos de una memoria acallada debido a diferentes razones: las dictaduras políticas, la represión, la falta de libertad democrática, etc. que provocan esa amnesia histórica. Desde hace mucho tiempo, el esfuerzo histórico se ha encaminado a rescatar ese silencio de los archivos. A menudo, sin embargo, en esta tarea nos olvidamos del colectivo de las mujeres; esta ausencia tiene una serie de vertientes muy significativas en la escuela, en los proyectos de futuro. Porque, si los modelos de referencia se reducen a Juana de Arco o Juana ‘la loca’, o la reina Victoria y algunas figuras como Pasionaria o Federica Montseny…, entonces estamos condicionando las opciones de futuro tanto de chicas como de chicos. La labor de rescate debe poner nombre a esas mujeres protagonistas de la historia, a los colectivos, tanto las conocidas como las anónimas.
Cabe preguntarse desde la perspectivas de género, cuál es la presencia de las mujeres en las fábricas durante el siglo XIX, qué supone para la mujer desplazar el trabajo desde la casa a la fábrica, cuál es la presencia de la mujer en el movimiento obrero, en las movilizaciones laborales. Porque, a las mujeres trabajadoras, el motivo que les puede llevar a una movilización ha sido y es distinto del que pueda activar a un trabajador: para las mujeres, por ejemplo, puede ser tanto o más importante negociar el horario que negociar los salarios, por su desempeño de lo que llamamos ‘doble jornada’.
Pensemos en clave de globalización neoliberal y la invisibilidad de las mujeres a pesar de la feminización de la emigración. Sin embargo, el modelo de emigrante es masculino.
¿Cómo repercute eso en las mujeres? Primero, en el no reconocimiento de la mujer como sujeto diferenciado del hombre; segundo, que las políticas públicas de cara a la emigración se elaboran a partir de modelos masculinos. Estas mujeres provienen de un mundo para nosotras y nosotros desconocido.
Las mujeres del 36
En los años setenta, durante la transición, no teníamos conocimiento sobre el papel de la mujer en un momento histórico fundamental, como fue la II República y la Guerra Civil. La amnesia histórica de 40 años había ignorada no sólo a las mujeres sino a la sociedad española de la II República, a toda esa gente que había protagonizado la lucha antifascista. Mujeres poco reconocidas que guardaron luego en la clandestinidad los materiales que, de otro modo, hubieran sido confiscados, documentos sobre la II República y la Guerra Civil española.
Había un eslabón, en aquél momento, un eslabón perdido: organizaciones que luchaban a favor de los derechos de las mujeres en aquellos años. Era tal el desconocimiento y la represión que resultaba difícil imaginar que sí había movimientos organizados de mujeres planteando la necesidad de mejorar su situación, de defender sus derechos desde su condición de mujeres. En los setenta comenzó la recuperación de esa memoria. Se publicó el libro ‘Mujeres libres’ (1973), en torno a la organización de mujeres anarquistas, que desapareció muy pronto de las librerías. [Tomasa Cuevas publicó en 1974 ‘Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas’, obra en tres tomos que ha sido reeditada en un solo volumen a principios de año por el investigador Jorge J. Montes Salguero, y que MO recogió en el número 160, enero 2005. En sus páginas, Tomasa Cuevas grabó y transcribió los relatos de mujeres que había conocido en los presidios franquistas, lo cual es una referencia obligada en este proceso de memoria histórica].
Pero, hasta finales de los años noventa no llega a los grandes medios de comunicación el debate y el peso de las mujeres en ese periodo histórico a través de libros de memorias de las mujeres o el libro de Dulce Chacón. Hoy tenemos una muestra bastante amplia de esta memoria silenciada, sin que se haya agotado el trabajo porque nos falta un estudio exhaustivo de las mujeres del 36 [el mismo historiador, Jorge J. Montes, está ultimando su libro de inminente publicación con este hilo argumental como eje central]. Mujeres que no hicieron otra cosa que defender una causa justa y recibieron, por el contrario, odio y muerte, pisoteadas en el barro, mudas en sus raíces. Pero, las raíces nunca mueren, brotan, reviven (recordando uno de los testimonios recogidos por la historiadora).
La Guerra Civil representó un momento crucial en la vida de las mujeres españolas, una clara muestra de su capacidad de dar respuesta colectivas ante la amenaza fascistas, su capacidad de organizarse y su compromiso político. El levantamiento militar cambió la vida cotidiana de estas mujeres. Fue un momento dinámico en su quehacer, incluso algunas de ellas lo consideran como un momento de libertad porque podían desarrollar un potencial hasta aquél instante paralizado.
A lo largo de los tres años de la guerra, las mujeres rompieron muchas de las limitaciones que tenían: pasaron a movilizarse en los espacios públicos, en los trabajos, en la retaguardia y en los frentes, crearon una agenda propia como mujeres antifascistas, mujeres libres. Esa galvanización de las mujeres tenía como motivo la guerra contra Franco, pero también se identificaban ahí problemas propios. No eran voces aisladas, sino miles de mujeres con reivindicaciones muy centradas en la educación y la cultura, sobre todo por las necesidades de mujeres adultas de escasa cultura por sus pocos años de escuela, necesitadas de educación general, de formación profesional. Y tomaron el poder en esos tres años, conquistaron la palabra a través de revistas editadas por mujeres que hablaban de la guerra, de sus propias cuestiones, de su papel en la resistencia durante la contienda. Después, llegó la dictadura, el silencio, la negación, la denigración de las mujeres y el uso de la mujer en la política de descalificación de la República por el franquismo. Una crónica difamatoria que, de paso, eliminó todos sus derechos civiles. Fueron mujeres silenciadas, pero los valores no se perdieron, sino que se transmitieron de madres a hijas, de generación en generación.
Las otras silenciadas
Hay otro grupo de mujeres silenciadas: aquellas que proceden de otros países, cuyas culturas desconocemos, sobre las que recaen de nuevo todos los tópicos en cuanto a su capacidad de organizarse y desarrollarse. Sabemos que una de las consecuencias del colonialismo del mundo occidental en el siglo XIX, hasta el proceso de descolonización en los años sesenta del pasado siglo, fue la anulación del reconocimiento del valor de las culturas colonizadas. Tal sesgo impulsó una cultura imperial que aún pesa mucho en el mundo actual de la globalización: hegemonía de occidente que califica a estas otras culturas en términos de retraso, incapacidad para su desarrollo por su ignorancia del conocimiento.
En el caso de las mujeres, se aprecia una doble colonización. La mentalidad imperial imponía su superioridad a toda persona procedente de un país colonizado como un valor incuestionable; pero, las mujeres de estas sociedades estaban sujetas a las imposiciones patriarcales de su propio grupo.
Sin embargo, estas mujeres se han movilizado en defensa de sus derechos, en defensa de la independencia de sus países. Las voces de las mujeres de Asia, Africa, Latinoamérica son claros ejemplos.
Una de las grandes lecciones a aprender es que estas mujeres tienen el derecho a señalar su propio camino hacia la emancipación y sus derechos desde sus culturas, sus raíces, a que no les impongan el canon de las mujeres occidentales.
Hay que entender el avance de las mujeres en el mundo no occidental como algo complejo por caminos complejos, caminos que parten desde el conocimiento del racismo, del legado colonial, la necesidad de construir desde su propio ámbito sin renegar de sus principios culturales.