Este mes ha sido noticia la creación de la Fundación del Español Urgente (Fundeu), impulsada por el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria y la agencia Efe, y presidida por Víctor García de la Concha, director de la Real Academia de la Lengua Española.
La iniciativa nace con diez objetivos, según Álex Grijelmo, presidente de la agencia Efe, entre las que cabría citar: “Convertirse en una consultoría de intervención rápida; elaborar con rapidez informes lingüísticos; actualizar el Manual del español urgente, libro de estilo de Efe; crear un ciberforo y un página de Internet; elaborar un boletín de artículos de los académicos del consejo asesor –formado por filósofos y periodistas-; organizar congresos y seminarios; editar libros especializados, y expender un certificado de calidad idiomática”.
Esta Fundación nace por necesidad, ante la responsabilidad de los medios de comunicación en el cuidado del idioma. Pero este sentimiento de responsabilidad ¿es compartido por todos? En general, se nos presentan errores fáciles de subsanar. En teoría, son normas gramaticales y ortográficas estudiadas por todos en los colegios y, en el caso de los periodistas, en el bachillerato y la universidad. Sin embargo, la falta de rigor y calidad, fallos gramaticales, faltas de ortografía (ausencia de acentos, confusión entre palabras homónimas, etc, etc), falta de concordancia entre verbo y sujeto, falta de vocabulario, utilización de vulgarismos y solecismos, empleo abusivo de muletillas y, en fin, muchas otras incorrecciones, afectan diariamente al buen uso del lenguaje, tanto de forma oral como escrita.
Los periodistas de lengua escrita,
normalmente se escudan en la prisa y la velocidad, pero en los periódicos, por regla general, tienen un Libro de estilo y, algunos, un servicio de corrección por el que, en teoría, deben pasar todos los artículos escritos por sus redactores y colaboradores. Por ejemplo, en el periódico El País, el Servicio de Corrección está compuesto por 24 correctores: el grueso de los textos para corregir se acumula en la tarde, cuando el servicio sufre verdaderos atascos, argumento que ellos mismos aportan para justificar el resultado, una corrección lenta que desespera a los redactores y que, ante el apremio del cierre, les hace rescatar los textos antes de ser corregidos, o no enviarlos a corregir, de ahí la explicación de numerosas erratas (muchos las entienden como inherentes a los periódicos) pero no se puede concebir como causa de las faltas de ortografía y errores gramaticales que todos apreciamos en la lectura de periódicos y revistas.
Como recomendaba a los redactores de El País una indignada lectora: ¡Vuelvan al colegio y hagan dictados!
Otro tanto sucede con los locutores de radio y sobre todo con los presentadores de TV, que aunque no despegan los ojos de sus ya inseparables cartulinas, dicen cosas como “tamién”, “gratis total”, “se ha golpeado en su pierna derecha”, “pensar de que…”, y otras muchas incorrecciones.
Así, la creación de esta Fundación tiene otros objetivos encomiables, como el desarrollo del Diccionario panhispánico de dudas, presentado en el último Congreso de la Lengua. Pero, mientras los profesionales de la comunicación sigan teniendo la creencia de que todo sirve y utilicen el lenguaje sin cuidarse de hacerlo bien, el estado de la lengua en los medios de comunicación seguirá igual.
En la introducción de El dardo en la palabra, Fernando Lázaro Carreter, afirma que los desmanes que se cometen en el lenguaje “abundan tanto, que constituyen una radiografía desoladora sobre la aptitud de muchos que tienen el idioma como instrumento principal de trabajo para usarlo: periodistas, abogados, profesores, políticos, publicitarios…” Y sobre todo recalca que la finalidad de toda lengua es la de servir de instrumento de comunicación, constituyendo así un factor imprescindible de cohesión social: el de entenderse.