En el marco de la Fiesta del PCE, varias conferencias versaron sobre Iraq y las fuerzas de liberación que componen la resistencia, con la participación de Majed Dibsi (Presidente de la Asociación Hispano-Palestina «Jerusalén»), Jousif Hamdan (Secretario General de la Unión del Pueblo de Iraq), Imán Jamás (representante del sector civil y exiliada en España) y Carlos Varea (Comité de Solidaridad con la Causa Árabe).

La ocupación imperialista no ha derrocado a un gobierno, sino que se ha desarticulado un estado, ha desestructurado la unidad nacional como producto histórico para poner al país al borde de la guerra civil. La ocupación ha fomentado el fundamentalismo islámico y ha legitimado en el gobierno a grupos antidemocráticos y violadores de los Derechos Humanos. Su objetivo estratégico es dinamitar el equilibrio regional y acabar con el ejemplo disuasorio que Iraq representaba frente al sionismo genocida de Israel. EEUU ya ha construido bases militares, desde las cuales se han realizado los puentes aéreos para apoyar los recientes ataques a Líbano y Palestina.

La amenaza de la guerra civil
Desde antes de la invasión de 2003, diferentes servicios secretos identificaron la religión como la mejor arma para desestructurar la sociedad iraquí. Ya entonces, EEUU entrenaba iraquíes en Europa del Este, en su país y en islas de Oceanía, combatientes a la vez que agentes de espionaje. Estas fuerzas son el núcleo actual de las Fuerzas Armadas iraquíes, utilizadas en el asalto a Faluya (bastión de la resistencia), bajo el mando absoluto de EEUU y con el efecto de crear un golpe psicológico de odio mutuo entre confesiones.

Por otro lado, los británicos tienen gran experiencia en fomentar guerras civiles en sus colonias, mediante profanaciones religiosas de las que culpar a otras confesiones. Los británicos fragmentaron Oriente Medio en bloques de protectorados, fomentando conflictos entre chiíes, suníes, ortodoxos, cristianos, drusos,… Desde la invasión, se utilizan a las distintas confesiones como herramienta de dislocación de la sociedad iraquí, que es muy plural y nunca ha sufrido el radicalismo confesional ni la persecución de sus grupos por este motivo. Las potencias de la OTAN están interesadas en promover una guerra civil, por lo que han intentado hacer a los chiíes victimas de una supuesta discriminación, no de clase, sino como grupo religioso. Las milicias armadas chiíes se han radicalizado y su actuación descontrolada dificulta la unidad, pues la proliferación de enfrentamientos entre grupos religiosos armados podría facilitar la guerra interna que tanto ansía el imperialismo.

La primera institución después de la ocupación fue el Consejo Gubernamental, que daba cupos por etnias y confesiones, como primer paso para dividir al país. Se inició una alienación para que cada facción luchase por aglutinar más gente a su alrededor y ganar influencia. Cada grupo desarrolló sus milicias y con el crecimiento de ellas, Paul Bremer decidió intentar integrarlas en el nuevo Ministerio de Defensa e Interior. El asalto a Faluya fue para preparar el camino para la aprobación de la Constitución Iraquí. Las elecciones posteriores, a todas luces fraudulentas, llevaron al responsable de su organización a la cárcel, pero el gabinete elegido no se cuestionó. Así, cada grupo parlamentario tiene grupos paramilitares y escuadrones de la muerte que asesinan sistemáticamente a dirigentes políticos de la resistencia, sectores civiles, profesores, intelectuales, feministas,… Detrás de esta violencia sectaria están las milicias de los partidos religiosos, las fuerzas armadas de partidos kurdos, y círculos paramilitares vinculados a la inteligencia norteamericana, actuando con la complicidad de estos.

La composición de la resistencia
Los enfrentamientos sectarios han sido el primer obstáculo para conformar un frente de resistencia unido. La resistencia iraquí, entendida como toda fuerza civil o militar que resiste a la ocupación, es la única fuerza positiva que se constituye como Movimiento de Liberación Nacional, y cuya violencia es, por tanto, legítima. Tiene un proyecto plural, con respeto a su soberanía, contra el falso estado-títere propuesto por los invasores y que promueva la armonía con sus vecinos. La situación de la resistencia es muy delicada. Vietnam tenía una unidad, profundidad estratégica y apoyo del campo socialista de la que carece Iraq. También la lucha independentista argelina tenía mejores condiciones. Hoy en día ha desaparecido el campo socialista, la fuerza del movimiento obrero internacional y los movimientos de liberación nacional árabes. No obstante, la resistencia iraquí es fuerte y creciente y el gobierno colaboracionista no puede prescindir de las tropas ocupantes.

La resistencia se compone de fuerzas patrióticas (comunistas y demócratas), nacionalistas (miembros del partido Baath, y miembros del antiguo ejército nacional) e islámicas. Toda fuerza que desde su punto de vista, religión o filosofía entiende necesario luchar contra la ocupación y la esclavitud, es bienvenida a un frente de unidad en esta fase de liberación. La construcción de esta unidad representa el único proyecto democrático de esperanza para el país. Por esta razón, es imprescindible entender que los comunistas iraquíes tienen dos corrientes: La primera liderada por el Frente Patriótico de Liberación Islámico, integrada en la lucha de resistencia y la oposición a la ocupación. El segundo es el del Partido Comunista de Iraq, fuerza reaccionaria y colaboracionista de EEUU incluso en asuntos de inteligencia.

Los países de la región, al margen de Siria, están trabajando para una «Reconciliación Nacional» diseñada por el invasor, y que tiene como fin una falsa tregua que acabe con la influencia revolucionaria de la resistencia. Entre ellos Irán, que está enfrentado con EEUU, pero que se ha beneficiado de la ocupación para tener más influencia en la zona y expoliar el petróleo iraquí. Además de los ocupantes, facciones confesionales trafican con el petróleo iraquí y lo derivan hacia el Golfo, siendo el expolio desproporcionado y consentido por los invasores. No hay reconciliación posible si no se tiene en cuenta a la resistencia y en su lugar se toma como interlocutores a políticos corruptos designados por el invasor.

El Estado propuesto es un fracaso y la resistencia se muestra creciente y fortalecida. Los soldados de ocupación se atrincheran por las noches, incapaces de patrullar en las zonas más conflictivas, mientras el coste de la guerra se dispara y el déficit norteamericano crece para poder cubrirlo. Las multinacionales se impacientan ante la prolongada espera para hacer sus inversiones rentables, en el país que creían doblegado y que continúa desarrollando una insurgencia ejemplar que ahoga las ansias imperialistas de dominarlo. Todos aquellos que en su día se opusieron en el mundo a la guerra de Iraq, creando un movimiento sin precedentes, debieran hoy tener clara la necesidad de apoyar a la resistencia iraquí, como expresión soberana de independencia frente a un enemigo tan violento como decadente. Su victoria ante el invasor será la alegría para todos los demás luchadores anti-imperialistas.