El cuento de Pulgarcito no fue uno de mis preferidos pero el Ogro sí fue el personaje que más me atemorizó en mis años de lectora de libros infantiles. Ni siquiera la bruja de Hansel y Gretel, tan astuta y malvada, escondiendo sus monstruosas artimañas detrás del dulce y apetitoso chocolate – que para sí lo hubiera querido Amelie-, midiendo el dedo de la niña para comérsela como si fuera un pollo. Ni la fastuosa hechicera de los zapatos rojos en el Mago de Oz que persiguió a Dorita y sus amigos por el camino de baldosas amarillas, para destruirlos sin piedad, me asustan como el ogro del cuento de Pulgarcito. Recuerdo un libro que me regaló mi bisabuelo y que por lo menos tendría sus mismos cien años. En una de sus páginas, ilustrada por Gustavo Doré, se veía al ogro inclinado sobre la cama, donde dormían niños y niñas, con un enorme cuchillo dispuesto a cometer un asesinato: los extraños que se habían refugiado en su casa para pasar la noche. Él se había dado cuenta nada más entrar en su casa de que en ella se escondían personas ajenas a su condición, se lo había advertido a su mujer gritando más de una vez la frase que me aterrorizaba: «Huelo a sangre fresca». El relato detalla que el ogro lo decía indignado por el desacato a su autoridad que suponía que alguien hubiera pedido piedad y su mujer se la hubiera concedido, y al mismo tiempo llevado por el placer y la fruición que para él suponía poder derramar sangre fresca con una supuesta justificación. Si se equivoca es por su ambición desmedida, por el empeño de su sadismo, por la despreocupación del pesar ajeno y por la inclinación a la sangre fresca, que envalentona su fuerza y su poder en la oscuridad.

Los personajes de los cuentos de hadas, o cuentos tradicionales como Pulgarcito permanecen en la memoria colectiva y se repiten en la realidad, es como si al caer la piedra en el agua se produjese un movimiento ondulatorio y, siendo el agua un medio homogéneo y uniforme, la ondulación se propagara por igual en todas direcciones y las ondas tomaran la forma de círculos concéntricos. Es pues posible que hoy todavía haya un ogro; porque la sangre fresca sigue derramándose y el ogro se precia de ello como si los charcos de sangre que pueblan los caminos del mundo, los vastos espacios donde hombres y mujeres pierden la sangre gota a gota y con dolor, los campos de batalla de tanques y armamentos teñidos de rojo, el millón de niños que cada año vierte hasta morir su pequeña y fresca sangre, ampliaran en el mundo el poder de sus botas de siete leguas: poder de ogro desalmado y malévolo. Solo al pensarlo me aflijo y aterrorizo, porque no sé como se puede parar al ogro. En el cuento, Pulgarcito y sus hermanos se escapan dentro de las botas del poderoso personaje. Felizmente los cuentos de los niños acaban siempre bien. ¿Por qué no volver a la infancia manteniendo la esperanza?: Si Pulgarcito pudo coger las botas fue porque el ogro cometió graves errores, todos los ogros los cometen, nosotros debemos tener el acierto de detectar, denunciar, conocer y luchar contra el ogro del capitalismo. Vencerlo sería un buen final ¿verdad? Sin miedo, como Pulgarcito.