Las motivaciones y las causas estructurales, de fondo, que alumbran lo ocurrido en Francia los días 22 de abril (primera vuelta) y 6 de mayo (2ª vuelta de las elecciones presidenciales), así como sus repercusiones y ondas expansivas hacia dentro, y también más allá de sus fronteras, son de tal calado y envergadura que es necesario tiempo y perspectiva para llevar a cabo una evaluación seria y rigurosa; tiempo y perspectiva para no dejarse confundir hoy por golpes de efecto y medidas populistas, claramente oportunistas, cara a las próximas elecciones parlamentarias de los días 10 y 17 de junio, y cuyo objetivo central consiste en seguir con la desestabilización y vampirización de las distintas bolsas electorales del conjunto de las demás fuerzas políticas.

Los vientos parecen soplar hacia la derecha. La victoria electoral de de la UMP, de Nicolas Sarkozy, ha de situarse necesariamente en un contexto global, marcado por el avance y la hegemonía de referencias y valores propios del neoliberalismo puro y duro. En sociedades repletas de angustias sociales, de incertidumbres y precariedades de todo tipo, provocadas por la marca globalitaria capitalista, el sentido de lo colectivo y los valores de igualdad, de redistribución, de solidaridad y de apertura al mundo, se encuentra en retroceso, en pérdida de velocidad. Junto a ello, el hundimiento de los comportamientos y compromisos colectivos (más allá de algunas movilizaciones sociales de cierta entidad), y el repliegue sobre la esfera privada favorecen sin duda la búsqueda y la audiencia de soluciones individualistas como las que pregonan los Sarkozy, Berlusconi, Aznar ó Bush.

La victoria de Sarkozy ha alterado y modificado en profundidad la geografía política de Francia, ha provocado rupturas de equilibrio, corrimientos y decantaciones políticas y organizativas que señalan el fin de una etapa y la apertura de una nueva fase, de una página nueva en la vida de la 5ª República francesa.
Asentado en una estructura partidaria compacta y unida (la UMP, heredera del RPR chiraquiano), disponiendo para sí de todos los resortes y poderes políticos, económicos mediáticos, utilizando y sacando provecho de las particularidades propias del sistema electoral (mayoritario a dos vueltas) y midiendo bien los tiempos de cada fase, Nicolas Sarkozy ha desplegado, durante la primera vuelta, una operación de seducción del electorado de la extrema derecha. Conviene recordar que Le Pen consiguió en el 2002, con casi el 19% de los votos, disputarle la Presidencia a Chirac en la 2ª vuelta, lo que causó en Francia un auténtico tsunami político. Esta operación funcionó gracias a discursos y mensajes acordes para tal fin relacionados con problemáticas muy sensibles y actuales como por ejemplo la de la Inmigración, vinculándola eso si al concepto de la Identidad Nacional (más claro agua), en medio de la exaltación de principios y «valores» tales como el trabajo «trabajar más para ganar más», como el orden y la disciplina, la autoridad, el respeto, la seguridad, la lucha contra el libertinaje, contra la relajación y la rebeldía social.

Conseguido ese objetivo tras la primera vuelta, la estrategia de Sarkozy se remató durante la 2ª vuelta con la neutralización del espacio de centro-derecha aglutinado en torno a F. Bayrou y su Partido la UDF (Partido histórico de Giscard D’Estaing y aliado tradicional del RPR primero y de la UMP después). Sarkozy supo atraer y ganar para su causa muy buena parte, la gran mayoría de ese electorado (18% en la primera vuelta) debilitando así esa «tercera vía», reduciendo considerablemente su margen de actuación y de maniobra. Bayrou acaba de refundar su partido creando el «Movimiento Demócrata»; queda ahora por ver que suerte le depararán a ese proyecto las próximas elecciones parlamentarias.

En lo que a las izquierdas atañe, cuando todas ellas (socialistas, comunistas, verdes, troskistas, republicanas) consiguieron la mayoría en las elecciones regionales del 2004; cuando se registró la brillante victoria del «NO» de izquierdas en el referéndum sobre el Tratado de Constitución Europea (TCE) en el 2005; cuando se venció a la derecha en el 2006 en torno a la cuestión de los Contratos de Primer Empleo – CPE – para los jóvenes ¿cómo evaluar ahora, en el 2007, la dominación de la derecha resultante de las elecciones presidenciales?

Parece necesario desentrañar a fondo las razones de esta secuencia ciertamente paradójica y aparentemente contradictoria.

La disparidad y multiplicidad de candidaturas de raíz anti-neoliberales, la lógica del voto útil y la polarización (de estas elecciones sale consolidada la dialéctica izquierda-derecha en Francia), incluso el «síndrome 2002» (Le Pen en la 2ª vuelta), siendo todos estos factores actuantes, no bastan no obstante para entender y explicar la amplitud de la derrota.

Se da, a mi juicio, una juxtaposición de dos procesos ligados dialécticamente: de una parte, la subestimación (después del NO al TCE) de la capacidad de rearme, de reacción de la derecha, de su contra-ofensiva, y por otra parte, la realización de un análisis exultante, euforizante del resultado de ese Referéndum, de sus perspectivas y posibilidades políticas, unitarias y aliancistas que se desprendían.

Los que en el 2005 estuvieron unidos en torno al «NO», en torno al rechazo de la Europa neoliberal no han sido capaces, después, de avanzar en el trabajo de la construcción de un proyecto alternativo en positivo. Las izquierdas del NO al TCE no han sabido darle a su anti-liberalismo una coherencia positiva en términos de proyecto.

La desunión y división existente en las izquierdas han terminado frustrando, confundiendo y desorientando a una parte del electorado.

Pero ¿es el anti-neoliberalismo acaso suficiente para dar forma y credibilidad a un proyecto alternativo de sociedad? Esta interrogante me parece pertinente, más aún cuando se pregona que la única diferenciación y división en la izquierda está en el conflicto entre quienes defienden la necesidad de la transformación social radical, y quienes no la creen posible y se resignan a no alterar el orden establecido, como si entre los primeros no existiesen diferencias y divergencias de fondo acerca del contenido mismo de la transformación social y respecto de lo que habría de ser un proyecto alternativo acorde con nuestros tiempos. Estas diferencias no se pueden banalizar, ni pueden camuflarse detrás de la multiplicación de las referencias a la «ruptura anticapitalista».

Parecemos asistir al tiempo a un cierto resurgimiento de las conocidas concepciones «espontaneistas», «movimentistas», radical populistas, a la hora de construir la necesaria dinámica popular, de y para mayorías, para la resistencia, para la propuesta y para el cambio.

Sin el trabajo de elaboración ideológico y político autónomo de cada una de las fuerzas que se dicen revolucionarias, a partir de sus propias concepciones, de sus coherencias y enfoques, «la espontaneidad popular» y el «movimentismo» magmático y voluntarista, no bastan para evitar la confusión y la manipulación, ni para deshechar el «quién da más» en el anticapitalismo verbal.

La izquierda transformadora no ha conseguido desarrollar una dinámica político-electoral capaz de contrarrestar y neutralizar la deriva bipolar impulsada por la derecha, la UMP, y por el Partido Socialista.

Ciertos complejos, y determinadas tendencias hacia la estrechez y el sectarismo existentes en la izquierda radical respecto de las alianzas, del tratamiento de «la cuestión socialista» y de la tesis de «izquierda plural» contribuyen a acrecentar esa dinámica bipartidista.

Con el síndrome del 2002 aún en la retina social, el eslogan popular de «todo menos Sarkozy» ha funcionado a favor de la candidatura de Ségolène Royal; su resultado electoral se ha construido en la primera fase sobre la laminación de los demás candidatos de izquierda, afectando de manera clara y dura, fundamentalmente, a la candidata del PCF, Marie George Buffet, además de José Bové, y de D. Voynet de los Verdes.

Se imponen (y no solo en Francia) serias reconsideraciones de fondo para recomponer la perspectiva, y recuperar ilusión, confianza y capacidad de atracción.

El declive electoral, en este caso del PCF, es conocido durante estos últimos años. En lo que a las presidenciales se refiere, hemos pasado del 3,4% en el 2002 al 1,9% ahora, en un contexto político más favorable que entonces por estar gobernando la derecha.

Nada en la izquierda ha venido a sustituir el declive del PCF, a rellenar ese vacío, particularmente para el mundo del trabajo y las clases populares. Y, en el nuevo escenario político de hoy en Francia, este Partido es más necesario que nunca.

* Miembro de la Secretaría de Relaciones Internacionales del PCE