Hace dos años Oskar Lafontaine rompió la baraja y abandonó el partido que había presidido (el SPD). Sin embargo, declaró su intención de seguir en política y aceptó presidir un nuevo partido escindido del SPD, el WASG. Lafontaine sólo puso una condición, empezar un proceso de fusión con otro partido de izquierdas, el PDS.

Esta condición fue aceptada y se puso en marcha el proceso. La figura de Lafontaine reapareció así en la vida política alemana como un nuevo Juliano, el emperador romano del siglo cuarto que declaró la guerra a la religión cristiana, en la que se había criado, e intentó reconstruir los viejos símbolos de la época helénica. De ahí su apodo de Juliano «el apóstata». Lafontaine también prometió una vuelta a las tradiciones que el SPD había abandonado. Su proyecto era claro, construir un partido de ámbito nacional que fuera capaz de unificar a todos los sectores a la izquierda del SPD. En el Oeste contaba con el apoyo de los sindicatos, que poco a poco habían ido abandonando su incondicional apoyo al SPD. En el Este contaba con Gregor Gysi, secretario general del PDS. La relación entre Lafontaine y Gysi se había fraguado en la sombra durante años. Ante el estupor del SPD, cuando Lafontaine abandona el partido, todo está preparado para el nacimiento de una nueva formación, hija de la fusión entre el PDS y el WASG; su nombre sería DIE LINKE (literalmente: la izquierda).

Al igual que Juliano intentó conquistar Persia, Lafontaine intentó ganarse no sólo el apoyo de Gysi sino de todo el PDS, todavía un gran partido en Alemania oriental. Finalmente, el domingo pasado, 20 de mayo, se cerró el acuerdo definitivo entre los dos partidos y en Alemania ya existe DIE LINKE. Las expectativas son buenas. Se habla incluso de ser la tercera fuerza política del país, con un porcentaje de voto cercano al 15%. El proceso ha sido largo y difícil. Las dos formaciones fusionadas provienen de tradiciones bien distintas y los encontronazos han sido frecuentes. El caso más grave se dio en Berlín, donde el PDS aceptó formar gobierno con el SPD y como consecuencia el WASG berlinés rechazó presentar listas conjuntas con el PDS y se negó al proceso de fusión. Finalmente las aguas volvieron a su cauce. El PDS sigue gobernando en Berlín en coalición con el SPD y el porcentaje de votos entre las militancias de ambos partidos a favor de la fusión superó el 80%.

La idea fundamental que ha presidido el proceso se puede resumir en dos palabras: socialismo democrático. Éste es el término acordado entre las dirección de ambos partidos para definir la posición ideológica de DIE LINKE. El PDS lleva utilizándolo desde un principio, y su nombre así lo indica (Partido del Socialismo Democrático).

Lafontaine también lleva años teorizando sobre él. De hecho, en el último congreso del SPD que presidió logró que el término «socialismo democrático» se incluyera en los estatutos de la formación.

Todavía quedan, sin embargo, muchas incógnitas que sólo se podrán desvelar una vez que las urnas den su veredicto. Hasta el momento, la bicefalia Lafontaine/ Gysi en la dirección del grupo parlamentario ha funcionado relativamente bien; pero veremos qué pasa tras cuatro años de Gran Coalición. En la próxima campaña electoral, DIE LINKE saldrá a la palestra con alternativas concretas que deberán reflejar en qué se traduce su concepción del socialismo democrático. Si lo que mantiene es que socialismo y democracia deben formar parte de una misma ecuación, creo que hay motivos más que suficientes para estar esperanzados. La nueva formación tendrá que demostrar que un factor de la ecuación no tiene sentido sin el otro. Sólo mediante el fortalecimiento de la democracia en todos los ámbitos de la vida social podremos dar pasos hacia el socialismo. Del mismo modo, si queremos volver a dar a un significado positivo a la palabra socialismo tendremos inevitablemente que hacerlo por medios exclusivamente democráticos.

Todavía está todo por hacer, pero la formación del nuevo partido es ya de por sí un camino de no retorno. Si esta experiencia triunfa, puede que un nuevo episodio se abra dentro de la izquierda no sólo alemana, sino europea, en el que los valores progresistas vuelvan a ganar terreno frente al imparable avance que en los últimos años ha llevado a cabo la derecha. Si fracasa, habrá que replantearse nuevamente los desafíos del futuro y el experimento de Lafontaine quedará en el recuerdo como quedó el de Juliano.

Al Emperador romano le mató uno de sus sirvientes aprovechando una escaramuza sin importancia durante su campaña de oriente. Esperemos que esta vez no pase algo similar.

* Militante del PCE y de DIE LINKE en Berlín