No es una novedad que el marxismo sentó una de sus bases sobre el materialismo alemán, del que heredó un carácter antirreligioso rigurosamente teorizado por todos los dirigentes y pensadores del movimiento obrero. Como heredero parcial del proyecto ilustrado, el movimiento obrero continuó la estela laicista que surcó el pensamiento desde el Decamerón de Petrarca hasta el materialismo de Feuerbach, pasando por el escepticismo de Montaigne o el mecanicismo de La Mettrie.
Sin embargo, la crítica marxista a la religión es, a diferencia de la crítica burguesa, una crítica supeditada a la estrategia superior del proyecto revolucionario en pos de la sociedad socialista, en cuya construcción deben orientarse todos los trabajadores, independientemente de su orientación religiosa. Ya en 1874, Engels calificaba de estupidez la propuesta de la corriente blanquista de situar el ateísmo como una parte del programa del partido obrero. En la misma línea, Lenin explicaba en un artículo de 1905 cómo «por muy embrutecido que esté el clero ortodoxo ruso, incluso él ha sido despertado ahora (…) nosotros, los socialistas, debemos apoyar este movimiento, llevando hasta el fin las reivindicaciones de los hombres honrados y sinceros que forman parte del clero, cogerles la palabra de libertad y exigirles que rompan resueltamente todos los vínculos entre la religión y la policía». El ateísmo socialista no puede llevar a la priorización de la lucha contra la religión, rompiendo en dos a la clase obrera, actitud más propia de movimientos conspiradores pequeñoburgueses al estilo del anarquismo que de una organización revolucionaria de los trabajadores. Motivos como éste inspiraron que se admitiera la afiliación de obreros cristianos en las filas de Partidos Comunistas de todo el mundo.
En los años 60, fue Fidel Castro quien, en el marco de un encuentro caribeño de cristianos revolucionarios, elevó la relación con el cristianismo a un plano estratégico y no meramente táctico. La importancia de la izquierda cristiana ha sido crucial en el continente latinoamericano, donde ha habido mayor número de sacerdotes y laicos creyentes implicados en movimientos revolucionarios y de liberación nacional.
En España, sin embargo, el surgimiento de una izquierda cristiana destacable ha sido más reciente. A diferencia de Francia y otros países europeos, donde existió un sindicalismo cristiano de importancia, el cristianismo español se limitó a tejer una alianza con la derecha más reaccionaria que tuvo su mayor expresión en el nacional-catolicismo, expresión ideológica de una derecha asustada por el nuevo laicismo de la II República. Hubo que esperar hasta los años 50 y 60 para que, junto al resurgir del movimiento popular impulsado por el PCE apareciera una Iglesia popular que fue evolucionando hacia posiciones política antifranquistas. En un informe al Comité Central del PCE en 1965, se destacaba que, por encima del PSOE y la CNT, eran especialmente los cristianos el grupo no comunista que tiene labor en el movimiento obrero.
Esta actividad cristiana se expresaba en el nacimiento de organizaciones como la Hermandad Obrera de Acción Católica en 1946, la Juventud Obrera Cristiana en 1947, la catalana Acción Católica Obrera en 1956 y más tarde la organización de inspiración jesuita Vanguardia Obrera y Social, movimientos que contaron con la recomendación del propio Pío XII, preocupado por la absorción de la Iglesia que el franquismo había realizado en España. Sin embargo, estas organizaciones fueron evolucionando desde una labor evangelizadora de la clase trabajadora hacia una lucha contra la injusticia y la opresión de clase.
Por citar sólo algunos nombres, la lucha antifranquista se marcó por el liderazgo de ciertos cristianos como el obispo auxiliar de Vallecas Monseñor Iniesta (el «obispo rojo»), el obispo vasco Añoveros, el sindicalista de CC.OO. García Salve (el «Cura Paco»), el Padre Llanos (del Pozo del Tío Raimundo) o el Padre Garralda (quien trabajaba en el chabolismo de Vallecas). En sintonía con estas prácticas, algunos teólogos progresistas defendían el compromiso social y político de los cristianos, como José María González Ruiz o José María Díez Alegría.
La Teología de la Liberación
En el año 1967, el actual Papa Joseph Ratzinger apadrinaba a un joven sacerdote brasileño, presentándolo a Juan Pablo II como el futuro de la teología latinoamericana. Este joven se llamaba Leonardo Boff, recién ordenado como franciscano en 1965. 25 años más tarde, Ratzinger y Boff volvían a encontrarse, esta vez en un duro proceso sumario: el cardenal alemán como Presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la institución que sustituyó a la Santa Inquisición); el brasileño como acusado de relajar la religión católica, permitiendo en ella la entrada del marxismo.
Entre estos 30 años, Leonardo Boff había vuelto a Brasil a realizar su trabajo evangelizador en comunidades indígenas, donde se encontró una enorme barrera entre la espiritualidad que había aprendido en Alemania y la miseria material de los campesinos con los que trabajaba. Como Marx y Engels, Leonardo utilizó su formación teórica en interés de la mayoría social: elaboró una propuesta teológica dedicada a los pueblos oprimidos y explotados, actualizando el mensaje evangélico (la buena noticia) a los movimientos de liberación que en esa época estremecía el continente americano. El resultado han sido más de 60 libros en los que se expresa la Teología de la Liberación, un bello lenguaje simbólico que llama al pueblo a construir el reino de los cielos en la tierra, considerando que la salvación cristiana es impensable sin la liberación política, económica y social. Por primera vez la lucha de clases asumió un papel central en un planteamiento religioso, dejándose como secundaria la labor de adoctrinamiento religioso.
Las persecuciones políticas no lograron frenar la tarea revolucionaria de Boff, quien junto a otros teólogos fue redactando las claves para que la fe cristiana fuera, no solo compatible, sino necesariamente ligada al compromiso revolucionario.
En 1992, Leonardo Boff abandonó definitivamente el sacerdocio por las presiones de su antiguo mentor y hoy Sumo Pontífice, y vive dedicado a su cátedra de ética y filosofía de la religión en la Universidad de Río.
Cientos de teólogos han colaborado en esta tarea: Monseñor Helder Camara, Frei Betto (asesor de Lula durante su primer mandato), el sandinista nicaragüense Ernesto Cardenal, el obispo español en la amazonía brasileña y poeta Pedro Casaldáliga, el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel, el recientemente procesado por el vaticano Jon Sobrino, el sacerdote guerrillero colombiano Camilo Torres, el silenciado teólogo español Juan José Tamayo (acusado ni más ni menos que de arrianismo, la interpretación cristiana religiosa de los antiguos godos), y un largo etcétera de activistas y pensadores cristianos comprometidos con la realidad social hasta las últimas consecuencias.
El caso de Ignacio Ellacuría es conocido: fue asesinado en 1989 por el Ejército Salvadoreño junto a otros cinco jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA), una trabajadora de la comunidad donde residían y la hija de la misma. La matanza se atribuyó falsamente al FMLN, al igual que se había hecho nueve años antes con el asesinato de Monseñor Oscar Romero. Jon Sobrino, superviviente de la matanza de la UCA, se encuentra procesado en este momento por la misma instancia vaticana que persiguió a Leonardo Boff.
El caso de la parroquia de San Carlos Borromeo
La Parroquia de San Carlos Borromeo es una de las parroquias obreras que nacieron en los 70 en el barrio de Vallecas (Madrid). Durante 30 años, los curas de esta parroquia han colaborado con el movimiento vecinal en la lucha contra el chabolismo, la represión policial o los estragos provocados por la droga, aunque defienden su legalización.
La Conferencia Episcopal ha decidido suprimir esta parroquia, alegando que, aunque su actividad social no es criticable, la relajación de la liturgia es peligrosa. Del 1 al 3 de junio, esta parroquia protagonizó un encuentro en solidaridad con la misma, a la que acudió Leonardo Boff en persona, recomendando ante un auditorio de más de 1000 personas que «si os prohíben hacer la eucaristía, decid que estáis haciendo una cena fraternal». Un concierto con la actuación de grupos de la talla de Reincidentes, El Chojín y Samba da Rúa en la misma parroquia materializaba la idea de que esta Iglesia no es la misma que la de los obispos uniformados que elevan sus miradas al absoluto a la par que aceleran sus piernas en busca de la instantánea que les retrate, dada la inmaterialidad del Dios Padre, junto a sus máximos representantes en la tierra.